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Autor: Esteban Beitze

Tu vida se convirtió en una farsa, en una pantalla. Tu conciencia te acusa. Tu vida está llena de amargura. ¿Habrá solución?
Si hemos caído ¿cuál es el camino para la restauración?
Encuentra las respuestas al escuchar este esperanzador mensaje, acerca de la triste realidad de las caídas!!

 


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PE2150 – Estudio Bíblico
Acusación de la conciencia (3ªparte)



Amigos, ¿cómo están? Hemos llegado a la etapa de la: Acusación de la conciencia.

Después de escuchar cantar al gallo, dice en el versículo 61: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. ¡Cómo habrá sido esa mirada del Señor! Habrá sido una mirada de profunda tristeza y decepción. ¡Su amigo había negado conocerlo! ¡El que supuestamente tenía el valor de enfrentar cualquier situación apoyando al Señor, había fracasado estrepitosamente! Al ver la triste mirada de Jesús, Pedro se acordó de Sus palabras. Su conciencia no lo dejó tranquilo.

¿Cuántas veces habremos escuchado el tenue hablar de la voz del Espíritu Santo advirtiéndonos del pecado que estábamos por cometer y, luego de hacerlo, escuchamos la voz de nuestra conciencia que nos acusaba? Es de lo más desagradable, nos hace sentir infelices y fracasados. Pero, no sólo tenemos la acusación de la conciencia, sino que el enemigo, el diablo mismo también nos acusa. Primero nos incita a pecar, y luego nos acusa por haberlo hecho.

Quizás ahora el Señor te esté recordando algo que todavía no está en orden en tu vida. Algo que sabes bien que está mal, y acerca de lo cual ya escuchaste muchas advertencias de Él. Hazle caso. Arregla tu situación delante del Señor ahora, para que tengas, como dijo Pedro más tarde: una «buena conciencia» frente a los demás y especialmente «la aspiración de una buena conciencia hacia Dios» (como leemos en 1 P. 3:16 y 21).

A continuación viene la etapa de la: Profunda tristeza.

¡Qué profunda tristeza inundó a Pedro después de fracasar tan trágicamente! ¡Había defraudado a su Señor, a su Maestro! El versículo 62 muestra cómo terminó esta trágica historia: “Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente». Cuánto más recordaba su fracaso, más lloraba.

Así es la tentación. Se presenta como algo que tienes que tener a toda costa, como lo más apetecible. Pareciera que sin esto ya no puedes vivir. Te presenta al pecado con todos los colores del arco iris, con toda la belleza, placer o gloria que se pueda imaginar, pero nunca te muestra el final de la película.

Por ejemplo, te muestra el sexo fuera del matrimonio como algo que puedes y hasta debes disfrutar. Podrás disfrutarlo, pero no te muestra dónde y cómo termina la experiencia. La tentación exalta el goce de unos minutos, de satisfacer los deseos de la carne, pero no te muestra el posterior sentimiento de culpa. No te muestra embarazos no deseados, madres solteras con las vidas hechas añicos y niños generalmente sin padres y muchas veces sin hogar. No te muestra las consecuencias morales y los traumas psicológicos de los abortos. No te muestra las enfermedades venéreas, quizás hasta el sida. Si como sucede comúnmente, la relación entre los dos no prospera, queda el recuerdo de la primera vez – imborrable – que marca y nubla futuros intentos de relacionarse con otras personas. Quedan heridas y, a veces, hasta traumas que condicionan futuras actitudes y relaciones. La tentación te hace ver unos minutos de placer en todos los colores, pero no muestra cómo sigue y termina esta película: una vida marcada por el pecado, amargura, desdichada, sin sentido, malgastada, sin futuro promisorio y sobre todo, con la angustiosa carga de saber que fuiste en contra de la voluntad del Señor y Su Palabra.

Esto obviamente lo podremos aplicar a cualquier pecado. Muchos hoy lamentan y quisieran rebobinar esta película y borrar la parte en donde se equivocaron, pero ya no pueden.

Pedro lloró amargamente. Había deshonrado, despreciado y negado a su amado Maestro, a su amigo. Los sentimientos de fracaso y de sentirse miserable, debieron ser muy profundos.
Pero, existen dos tipos de amargura. El apóstol Pablo menciona ambas en 2 Corintios 7:10: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”.

1) Tristeza y amargura es lo que conlleva cada pecado. Es una vida destrozada por malas decisiones y acciones. Es la vida acusada por el diablo, que no encuentra paz ni reposo. Entra en un espiral descendente, amontonando más desastre sobre los escombros, y muchas veces termina mal. Es lo que dice David en el Salmo 1 acerca de aquellos que siguen el camino de la maldad: “pero el camino de los malos lleva al desastre” (vs. 6). Podemos añadirle todavía la tragedia que es no tener a Cristo en la vida. El pasaje recién citado, de 2 Co. 7:10, decía: “pero la tristeza del mundo produce muerte”. La Palabra de Dios afirma en Ro. 6:23 que: “… la paga del pecado es muerte…” El problema es que todos estamos en el grupo de los pecadores. Así lo afirma la Biblia, y las consecuencias son terribles: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (nos dice Ro.3:23). Todos somos culpables frente a Dios. Nuestros pecados nos separan de este santo Dios. Junto a Él, el pecado no puede existir, y por eso tiene que ser juzgado. Automáticamente existe separación entre Dios y las personas. Para colmo, el ser humano no puede hacer nada que alcance para ser aceptado delante de Dios. No lo salvan las religiones, las buenas obras, filosofías, ideologías o cualquier otra cosa hecha por esfuerzo humano, porque siempre estará marcado
por su naturaleza pecaminosa.

Pero, Dios mismo ideó un camino por el cual esta situación puede encontrar solución. Aunque merecemos la separación eterna de Dios, éste nos da un regalo. Ro. 6:23, sigue diciendo: “… mas la dádiva (el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. El gran amor de Dios se demostró en el hecho que Él mismo entregó a Su propio Hijo para que muriera en nuestro lugar, porque dice en Ro. 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. ¿Por qué tuvo que morir Jesús? Porque alguien tenía que pagar la culpa de nuestro pecado. Como ya vimos, el pecado trae como consecuencia la muerte. Al morir en nuestro lugar, siendo Él completamente justo, canceló nuestra culpa, por lo cual Dios, si aceptamos este regalo, nos ve justos por medio de la sangre que Cristo vertió en la cruz. La Biblia dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

¿No necesitas esta salvación, esta paz? La salvación, el perdón de los pecados, la paz con Dios y la vida eterna están disponibles para todos aquellos que creen y aceptan el regalo de la salvación, no importando lo que hayan hecho o dejado de hacer. Pero, para que esto suceda hay que tomar una decisión, así como la tomó Pedro en su momento. La decisión que se requiere también la encontramos en la Biblia: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (nos dice Ro.10:13). En otras palabras, tienes que reconocer tu pecado, arrepentirte, pedirle perdón a Dios, y creer que Jesús murió en tu lugar en la cruz, pagando tu culpa, y aceptarlo como Salvador.

Pero, es una decisión muy seria. Las consecuencias de rechazar este regalo, que le costó nada menos que la vida del Hijo de Dios, son trágicas. Dice la Palabra de Dios, en Jn. 3:36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. La incredulidad es el único pecado que Dios no puede perdonar. Ahora la decisión es tuya. De parte de Dios está todo hecho. Entonces, ¿cómo reaccionarás? Dios nos muestra que es algo urgente: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Muy serio es el hecho de no escuchar la voz de Dios ahora, porque la Biblia también enseña que para los tales está preparado el infierno, la condenación eterna: “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (afirma Ap. 20:15). ¡Esto sí será una tristeza para muerte; sí, la muerte eterna – separación eterna de Dios!

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