¡Adoremos! (8ª parte)

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Autor: Benedikt Peters

Reconocemos con exactitud la grandeza de la salvación y sobre todo de el Salvador? Todo depende de Dios y nada de nosotros. Dios tiene todo en sus manos, pero no tenemos a Dios en nuestras manos. Su obrar es soberano y el entendimiento de ésta verdad produce una adoración genuina y centrada.


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PE2488- Estudio Bíblico
¡Adoremos! (8ª parte)



Capacitación para la Adoración

Amigos, es un gusto recibirles. Hoy comenzaremos viendo juntos que la adoración debe honrar a Dios y no regocijar al adorador.

El evangelio nos libera de nosotros mismos; nosotros no somos el centro del mundo, sino que Dios es el principio, el centro y el fin de todas las cosas. El propósito principal del evangelio no es hacer feliz al hombre; el evangelio no es un método genial para satisfacer en primer lugar nuestras necesidades más sublimes y más profundas. Lo más importante del evangelio no es el hombre, sino Dios. Por eso en la epístola a los Romanos el evangelio primeramente recibe el nombre de Evangelio de Dios y después el evangelio acerca del Hijo de Dios como leemos en Romanos 1:1 al 3.

El evangelio es el poder de Dios, que nos libra del pecado, del yo, de la voluntad propia y nos capacita para escoger y hacer la voluntad de Dios. El evangelio me hace libre para Dios. Y esto sí que es la mayor felicidad que el hombre puede encontrar: Tener a Dios, estar con Él, estar en Él; Dios todo en todo. Esto debemos expresarlo con toda nuestra vida, fe, hablar y actuar, y de manera especial en la adoración. El hombre, sus sentimientos, su estado no deben ser la cosa principal, en ningún momento, pero aquí mucho menos todavía. Una de las aberraciones peores que existe es que la adoración sea degradada de tal forma que en ella el cristiano celebre sus propios sentimientos piadosos o sublimes y en todo caso complacientes. El incienso que ascendía a Dios para olor grato, era solamente para Él leemos en Éxodo 30:38 que: “Cualquiera que hiciere otro como este para olerlo, será cortado de entre su pueblo” .

También adoramos a Dios por sus juicios. Esto sólo podemos hacerlo porque el evangelio nos ha liberado de nosotros mismos. No adoramos a Dios para recibir algo, o porque haciéndolo nos sentimos bien. Adoramos a Dios por lo que Él es, y por Sus obras. Decimos como Job en el capítulo 13 versículo 15: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré”.

Hablemos ahora de la capacitación para la adoración. Si adorar es, lo que acabamos de explicar, es decir, hablar de Dios mismo con admiración, entonces es necesario conocerle primeramente. Si no le conozco o le conozco muy poco no podré hablar de Él con la admiración debida. En cambio, si le conozco bien, podré hacerlo y lo haré con gusto. ¿Dónde y cómo puedo conocerle? Únicamente le conozco por la revelación de sí mismo que Él nos ha dado, y esa revelación está en Su Palabra; porque en ella se ha revelado, como es, quien es, cuales son Sus intenciones y Sus caminos. Si quiero ser un adorador tengo que leer la Biblia.

Aquí tenemos una de las importantes razones por la cual tenemos una comprensión tan limitada de la adoración y por que le ofrecemos a Dios tan poca adoración verdadera. Le conocemos muy poco, demasiado poco; no conocemos bien Su obra; no conocemos bien su Palabra. ¡Qué poco leemos en la Biblia, y cuando leemos la leemos superficialmente! Si empezáramos a leer la Biblia regularmente, amplia y sistemáticamente; si nos tomáramos el tiempo para meditar lo leído y orar, entonces nos encontraríamos allí con nuestro Dios y Salvador. En las Escrituras vemos la gloria de Dios en la faz de Jesucristo, como podemos leer en 2 Corintios 4:6. Allí Él se hace cada vez más grande para nosotros, y nosotros nos hacemos cada vez más pequeños.

Para entender la adoración debemos ser conscientes de que sólo podemos adorar por el Espíritu. El Espíritu Santo mora en cada hijo de Dios y clama: “Abba, Padre” como leemos en Romanos 8:15. El Espíritu Santo impulsa a los creyentes a confesar que Jesús es el Señor. El Espíritu Santo me muestra por la Palabra de Dios, quien es Dios el Padre: Me ha hecho renacer; he salido de Él; a Él se lo debo todo; en Su gracia me ha escogido, llamado, justificado en Su Hijo y sellado hasta el día de la redención. El Espíritu Santo me muestra por medio de la Palabra de Dios quien es el Señor: me ha comprado para Dios; Él está ensalzado; Él ha sido puesto por Dios para reinar sobre todo.

Pero ¿cómo podrá obrar el Espíritu de Dios en mí, si no le abro aquella puerta por la que Él quiere entrar; si le niego aquel medio por el cual Él quiere obrar en mí? El Espíritu Santo siempre obra en combinación con la Palabra de Dios. El apóstol Pablo exhorta a los efesios a hablar entre ellos “con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” podemos leerlo en ésta carta capítulo 5 versículos 19 al 20. Pero el Espíritu Santo tiene que llenarles, entonces lo harán con toda naturalidad.

A los colosenses les dice lo mismo como leemos en Colosenses 3:16 y 17: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él“. Solamente que a los colosenses no les dice: sed llenos del Espíritu Santo, sino que les dice: sed llenos de la Palabra de Cristo.

Pienso que lo comprendemos bien: Sólo podemos ser llenos del Espíritu Santo si estamos llenos de la Palabra de Dios. Si queremos dar la oportunidad al Espíritu Santo de llenar nuestros corazones, entonces tenemos que llenar nuestro corazón y nuestra mente de la Palabra de Dios. Dicho más claramente: Tenemos que leer la Biblia, leerla con pasión, sin pensar que nos cuesta demasiado leer diaria y extensamente en ella, pasando horas y horas con la Biblia en nuestro tiempo libre y tambien en nuestras vacaciones. ¿Es esto un pensamiento poco atractivo? ¿Nunca ha sido esta nuestra costumbre? Entonces ¿por qué nos asombra la superficialidad de nuestra vida espiritual, la sequía y el formalismo de nuestra adoración? Entonces ¿por qué nos extraña que haya brotes paganos en la adoración de hoy?

Dios nos manda por medio del apóstol en Efesios 5:18: “… sed llenos del Espíritu”. ¿No sería bueno pedirle a Dios que cumpla en nosotros esta demanda suya? En uno de sus sermones Charles H. Spurgeon dijo una vez a los hermanos de su iglesia: “Todo lo que nos falta, todo lo que necesitamos es el Espíritu de Dios. Id a vuestras casas y orad por ello. No reposéis hasta que Dios se revele. No os quedéis donde estáis, no os conforméis con la rutina diaria, con la vida cotidiana de siempre…

Más tarde, recordando esto, contó: “¡Qué reuniones de oración teníamos! … el Espíritu Santo estaba tan vivamente presente que nos hacía temblar, humillándonos hasta el polvo… El Espíritu Santo vino como una lluvia que ablanda el suelo y lo hace dócil para poder ser arado” Así el corazón se llena de todas las perfecciones de Dios, de forma que tiene que adorar a este Dios tan grande y glorioso.

Podemos leer la oración del apóstol por sus hermanos en Efesios 1:17 que “el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su conocimiento“. Así deberíamos orar nosotros también. Cuando Dios nos da conocimiento de Sí mismo por medio del Espíritu, entonces podemos adorar como es debido, porque toda adoración tiene su origen en Dios. Toda adoración viene por el conocimiento de Dios.

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