Bendiciones de la aflicción

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Autor: Wim Malgo

La aflicción, aunque difícil, trae bendiciones al enseñarnos a buscar a Dios, transformar nuestras oraciones, revelar pecados, desarrollar paciencia y acercarnos a la gloria eterna prometida por Dios.


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PE3069 – Bendiciones de la aflicción



Bendiciones de la aflicción

¡Bienvenidos! En el día hoy les invito a leer juntos Isaías 25:4: «Porque has sido fortaleza para el pobre, una fortaleza para el necesitado en su aflicción«.

Quiero pensar un momento en esta última palabrita: “aflicción”. Cuánta aflicción puede agobiarnos como creyentes. Y sin embargo, no hay casi nada que nos dé tanta bendición, tanta experiencia con el Señor y tanto crecimiento como la aflicción.

Y por eso, me gustaría pensar en algunas de las bendiciones que hay en la aflicción.

En primer lugar, la aflicción nos enseña a buscar en el lugar correcto. Isaías 25:16 dice: «en la angustia te buscaron». ¿Cuándo fue la última vez que buscaste al Señor con todo tu corazón y toda tu alma? ¿Puedes decir que lo buscas en todo lo que haces? ¿Por qué trabajamos, luchamos, nos esforzamos y corremos? ¿No nos mueve a menudo la ambición, la codicia o el deber? En los momentos en los que vivimos así, muchas veces el Señor pone aflicción en nuestra vida. Es entonces cuando comenzamos a buscarlo. Y qué bendición es esto, porque la Escritura dice: «El que busca, encuentra». Y el que encuentra al Señor, encuentra la vida.

En segundo lugar, la aflicción nos impulsa a la oración. Nos arranca de nuestras oraciones habituales, motivadas solo por el deber. Nos da un espíritu de oración ferviente, de oración atenta a la respuesta de Dios. La Biblia dice en Santiago 5:16: «La oración eficaz del justo puede mucho». La aflicción nos impulsa a orar así, eficazmente. No nos dejará descansar hasta que podamos testificar como Jacob: «Dios (…) me respondió en el día de mi angustia». Así que la segunda bendición de la aflicción es la transformación de nuestras oraciones.

En tercer lugar, la aflicción crea en nosotros convicción de pecado. Los hermanos de José comparecen ante el severo príncipe egipcio. No saben que se trata de su propio hermano, a quien vendieron como esclavo a Egipto. José es duro con ellos, los arrincona. No saben qué hacer. Simeón es arrestado y se ven obligados a llevarse a su hermano menor, Benjamín, de Canaán a Egipto. En Génesis 42:21, hablan entre ellos de las penurias que están viviendo: «Verdaderamente somos culpables en cuanto a nuestro hermano, porque vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no lo escuchamos, por eso ha venido sobre nosotros esta angustia».

¡Qué bendición puede ser la aflicción! Nos quita la venda de los ojos; nos recuerda con horror nuestros pecados que aún no hemos confesado. Dejamos de acusar a los demás y nos quebramos delante del Señor. Para muchos, puede ser el pecar reiteradamente con la lengua. Quizás parecía no tener consecuencias, y de repente, aparece en la vida la aflicción. El Salmo 50:19 habla de esto:

« Para el mal, no mides tus palabras; con tu lengua urdes toda clase de engaños. En los tribunales, hablas contra tu hermano; contra tu propio hermano profieres infamias. Todo esto has hecho, y yo me he callado; habrás pensado que yo soy como tú. Pero ahora voy a reprenderte; voy a exhibir todas tus maldades».

Esta es la bendición de la aflicción, que te lleva a ver claramente tus pecados secretos, tal vez hasta olvidados. Por eso el Señor los exhibes, para que te arrepientas y vuelvas a la comunión con Él.

En cuarto lugar, una bendición de la aflicción es que poco a poco nos damos cuenta de su obra perfecta y sanadora en nuestras almas y nos asombramos al ver que, a pesar del castigo del Señor, no experimentamos el daño, sino todo lo contrario. Es así como está escrito en el libro de Job, capítulo 5, versículos 18 y 19: «Porque Él inflige dolor, pero da alivio; Él hiere, pero Sus manos también sanan. De seis aflicciones te librará, y en la séptima no te tocará el mal». No es casualidad que aquí se utilice el número siete. El siete simboliza la obra perfecta de Dios. Por lo tanto, cuando pases por la aflicción, ponte de rodillas y dale gracias por eso.

En quinto lugar, la aflicción trae consigo la bendición de funcionar como barómetro de nuestra vida interior. Una breve frase del Señor Jesús en Mateo 13:21 lo dice muy claramente: «(…) cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución, enseguida se aparta de ella». El Señor prueba la autenticidad de tu devoción a través de la aflicción. Cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificara lo que más amaba, a su único hijo, se puso a prueba la autenticidad de su devoción. El mismo hecho de que falles y te enojes en la aflicción prueba cuánto la necesitas.

En sexto lugar, encontramos una bendición de la aflicción en Romanos 5:3: «Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia«. La paciencia es una característica del Señor Jesús. Nosotros no tenemos mucha paciencia por naturaleza. Solemos tener paciencia mientras no la necesitamos. Ignoramos deliberadamente la amonestación de 2 Tesalonicenses 3:5: «El Señor encamine sus corazones (…) a la paciencia de Cristo». O la de 1 Timoteo 6:11: «Sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre«.

Aún menos nos damos cuenta de lo que es tener paciencia con gozo. En el mejor de los casos, fingimos paciencia con los labios apretados mientras nos hierven las entrañas. Pero es entonces cuando llega la aflicción. Trae consigo este componente vital de la santificación, sin el cual no podemos avanzar interiormente: la aflicción trae paciencia.

Aún queda mucho por decir. Podríamos hablar del consuelo que experimentan quienes atraviesan la aflicción. Pablo da testimonio de ello en 2 Corintios 1:4, donde escribe sobre el Dios de toda consolación, «nos consuela en todas nuestras tribulaciones».

Y lo que es más: ¿Me creerías si te digo que es posible tener el mayor gozo en medio de la aflicción? El apóstol habla de esto en 2 Corintios 7:4: «(…) sobreabundo de gozo en toda nuestra aflicción». Es que la aflicción nos allana el camino hacia el reino de Dios, hacia la gloria eterna. Esto es lo que nos enseña la Escritura en Hechos 14:22, donde leemos que «Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios».

Por lo tanto, querido hijo o hija de Dios, si en este momento te encuentras en medio de la aflicción, debes saber que te traerá incontables bendiciones. ¿Crees que el Señor se ha olvidado de ti? ¿Crees que no sabe de tu tristeza? Él dice muy claramente en su palabra, en Apocalipsis 2:9: «Yo conozco tus obras, y tu tribulación». Él lo sabe todo. Y todo lo que llega a tu vida ha pasado antes por Él. Por eso es que tienes motivos más que suficientes para alegrarte con el apóstol Pablo, con las palabras de 2 Corintios 4:8: «Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados». Muchos se preguntan desesperados: «¿Dios ya no me ama? ¡Esta aflicción es demasiado para mí!». A ellos les digo: escuchen lo que dice la Escritura en Romanos 8:35. «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?». Y luego Pablo hace una afirmación triunfante: «(…) ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor». Es precisamente en la aflicción cuando el amor de Dios se hace poderosamente eficaz en ti y a través de ti.

Permíteme concluir con una séptima observación, una gran afirmación de la Biblia que nos da una perspectiva eterna de la aflicción y una visión del futuro lejano. Dice 2 Corintios 4:17: «Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación». Ahora ya lo sabes. El Señor te está preparando a través de la aflicción para esta gloria eterna, cuya importancia hace palidecer cualquier situación.

«Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ningún corazón ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman». Allí, en la gloria eterna, Dios mismo enjugará todas las lágrimas de tus ojos. Allí, toda aflicción habrá terminado y se transformará en gloria eterna y pura.

Que el Señor te bendiga. Amén.

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