Buscad primeramente (1ª parte)

Cuidando a nuestros mayores – Parte 1
14 septiembre, 2020
Buscad primeramente (2ª parte)
15 septiembre, 2020
Cuidando a nuestros mayores – Parte 1
14 septiembre, 2020
Buscad primeramente (2ª parte)
15 septiembre, 2020

Autor: William MacDonald

En este programa hablamos de la verdadera vida que nos lleva a comprometernos y servir. ¿Cuáles son nuestras aspiraciones y prioridades? Cuando el Señor Jesús es hecho nuestro. Vida, compromiso y servicio cobran un sentido completamente distinto al convencional


DESCARGARLO AQUÍ
PE2493- Estudio Bíblico
Buscad primeramente (1ª parte)



Vida, compromiso y servicio

Queridos amigos comencemos esta serie de estudios hablando de la Vida. Puede parecer un tema basto y abstracto pero podemos afirmar que en la práctica, sin el Señor Jesucristo, la vida es como un doloroso espacio vacío. Y a pesar de los placeres pasajeros que ofrece, es una combinación de desilusión, decepción y desesperación. Sin Cristo, el viaje se hace solitario. La lucha es constante y la paz se vuelve un espejismo. La carga es pesada. No hay descanso. La vida sin el Señor Jesús es una vida sin luz y sin dirección, una vida sin propósito. La vida que prescinde de Cristo no tiene nada de tiempo para ganar, y toda la eternidad para perder. La muerte y la tumba son temores constantes. Es pecado, muerte y juicio. Si usted quita a Cristo de la vida, estará quitando el amor, la gracia, la verdad, y todo lo que de veras tiene valor. Un panorama bastante desalentador, ¿verdad?

Hablemos entonces de la verdadera Vida. La vida con Cristo es la verdadera vida. Él es la respuesta a toda pregunta de la mente humana, a cada anhelo del corazón, y a todas las necesidades del espíritu. Él es el manantial de los placeres reales. Él es el único en quien podemos poner nuestra esperanza sin temor a la desilusión, el único a quien podemos alabar sin temor a decepcionarnos, y en quien podemos confiar sin desesperarnos. El Señor es el compañero ideal, pues es más cercano que un hermano. A través de Él, el alma turbada encuentra paz con Dios. Él quita la carga del pecado y brinda descanso perfecto. Él es Luz—no tenemos por qué tropezar. Él es el Camino—no tenemos por qué desviarnos. Él es la Verdad—no tenemos por qué errar. Él es la Vida—no tenemos por qué perecer. Sólo Él le da propósito a la vida, y una brillante perspectiva acerca de la muerte. Cristo es amor, y es sabiduría. Él es esperanza y es fortaleza. Él es el maravilloso salvador, bendito redentor, y Rey glorioso. Verdaderamente, Él es el todo en todo.

Antes de continuar hay una pregunta crucial que queremos formularle
¿Es Jesús suyo? Debería serlo, pues murió por usted en la Cruz del Calvario.
¿Es Él suyo? Puede serlo, está tocando a la puerta de su corazón pidiendo su permiso.
¿Es Él suyo? Lo será—el momento que haga de Él su todo.
Entonces, y sólo entonces, podrá conocer la profunda y perdurable satisfacción de poder decir, Todas las cosas encuentro en Jesús. En Juan 17:3 leemos “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Que el Señor sea suyo, requiere entender hasta qué punto quiere Jesús que nos involucremos con Él y su Reino.

Hablemos entonces de Compromiso. Todos los que están en contacto con el Salvador del mundo deben aprender tarde o temprano que el cristianismo es todo o nada. Nuestro Señor nunca quedará satisfecho sólo con una parte de la vida humana. No puede haber fidelidad a medias, ni lealtad dividida. Él es digno de recibir todo, o nada. Si nosotros como cristianos podemos estar cómodos, complacidos y amoldados a nuestro entorno, obviamente es porque nunca hemos llegado a apropiarnos de las exhortaciones de nuestro Señor y maestro, de las cuales no podemos escapar.

¿Murió el Señor Jesucristo por nosotros? Creemos que sí. Pero también debemos creer que en adelante le pertenecemos a Él, y no a nosotros mismos. Él no murió para salvarnos y que luego vivamos en una insignificante y egoísta indulgencia. Él murió para que podamos vivir por y para Él. Contemplar a Cristo muriendo por nosotros necesita una respuesta—entregarnos completamente a Él.

Aquellos que mueren sin Cristo, ¿están condenados para siempre? Decimos que lo creemos, pero no podemos creerlo realmente sin aceptar las responsabilidades que eso conlleva. Aceptar la verdad nos pone un lazo. Nos une a nosotros mismos, nuestro tiempo, talentos y tesoros con la urgente tarea de rescatar a nuestro prójimo de las puertas del infierno eterno antes de que sea demasiado tarde.

¿Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios? La mayoría de nosotros derramaría hasta la última gota de sangre por defender la inspiración de las Sagradas Escrituras, pero aun así vamos por la vida ocupados con un millón de otras cosas, sin siquiera detenernos seriamente a estudiar la Palabra diligente y sistemáticamente. Todos estamos de acuerdo en que es una mina de oro, pero por alguna razón no codiciamos este oro de la misma manera que codiciamos otras cosas.

¿Creemos que somos embajadores de Cristo? Esta verdad es elemental. De todos modos actuamos como si la dignidad y el galardón de tal llamado no nos causaran impresión alguna. Encontramos mucha competencia para nuestros servicios, y desafortunadamente terminamos pasando los asuntos de nuestro Dios soberano a un lugar inferior.

Cristo demanda todo. La Verdad requiere al hombre en su plenitud. Satanás y el mundo se satisfacen con menos que eso, pero el Señor Jesús tiene todo el derecho de esperar un compromiso total. Henry Drummond escribió: “Antes que nada, no te acerques al cristianismo a menos que estés dispuesto a buscar primeramente el reino. Te garantizo una miserable existencia si lo buscas en segundo lugar”.

Habiendo dicho esto podemos ver que la verdadera Vida y el compromiso se encuentran ligados al Servicio.

Reflexionamos entonces acerca del Servicio. Nacemos al mundo en forma humana, creados del polvo de la tierra. No nos contentamos con ser un don nadie, nos esforzamos por ser alguien. Al nacer no tenemos reputación alguna, pero demoramos poco en comenzar a hacernos de un nombre. Tenemos hambre de reconocimiento y sed de aprobación.
Consideramos que ser un siervo se encuentra por debajo de lo que es digno. Venimos al mundo para ser servidos y no para servir. Por eso es que luchamos por avanzar en la escalera social, hasta llegar a ser líderes, jefes, directores, administradores. Aun en el trabajo cristiano, muchos de nosotros queremos ser ejecutivos; pocos queremos hacer el trabajo—evangelismo puerta a puerta, evangelismo en las calles, testimonio personal.

Si bien somos meros hombres, nos exaltamos a nosotros mismos. Pensamos que la voluntad de Dios para nosotros equivale a tener riquezas, comodidad y seguridad. Nunca se nos ocurre que Dios pueda querer que renunciemos a nuestros estilos de vida actuales para que otros puedan compartir a nuestro Salvador. No podemos creer que el Señor sea capaz de llevarnos a algún oscuro, solitario e incómodo lugar de servicio. Creemos con profunda convicción que no existe nada demasiado bueno para el pueblo de Dios, y las creencias influyen todas nuestras acciones.

En realidad, no somos obedientes hasta la muerte. De hecho, consideramos la vida como algo muy preciado para nosotros. Queremos vencer al diablo por la sangre del Cordero, y por la palabra de nuestro testimonio, pero amamos demasiado nuestras vidas como para sellar nuestro testimonio con la muerte. El instinto de la autopreservación prevalece sobre cualquier otra consideración.

En cuanto a la muerte en la cruz—bueno, parece bastante razonable que el Señor Jesús haya pasado por eso en nuestro lugar, pero nosotros no podemos limitar nuestra vida a tal cosa. Tenemos que vivir, ¿no es cierto? Y hemos aprendido cómo vivir con el mundo sin incurrir en su maldad. Es agradable ser un cristiano prominente en la comunidad. Todos creemos que cada uno debe negarse a sí mismo y tomar su cruz, pero la cruz no puede significar algo que involucre sufrimiento o sacrificio. Es para la gente como nosotros que Pablo escribió en Filipenses 2:5: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.


Si desea puede adquirir el libro sobre el que está basada esta serie de programas.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Elija su moneda
UYU Peso uruguayo