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Autor: Eduardo Cartea

En el estudio de los llamados “Cánticos del Siervo del Señor”, nos adentramos en la aprobación del Siervo y cómo se confirma en la vida y obra de Jesús.


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PE3039 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (14ª parte)



Hola. En nuestros últimos encuentros hemos visto a Jesús, el Siervo del Señor profetizado en Isaías como llamado por Dios y comisionado por Dios. Hoy nos toca verle como aquel que fue aprobado por Dios. Miremos el v. 3 del cap. 49: “Y me dijo: Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré”.

Es sorprendente esta frase, porque el Siervo —de quien este cántico ha hablado hasta ahora—, es llamado “Israel”.

La mención explícita de Israel, sin duda crea una dificultad para interpretar al Siervo como una persona, porque parecería que aquí se refiere a Israel como pueblo, tal como queda claro en otros pasajes de esta profecía. Pero ¿cómo interpretar que el Siervo como pueblo pueda tener la misión de hacer volver al mismo pueblo de Israel, como lo expresa el v. 5, que dice: “Ahora pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza)”?

Algunos, argumentando problemas con la gramática hebrea, concluyen que la interpretación de que el Siervo es una persona solo puede mantenerse «con una duda perfectamente justificable». Otros presumen que puede tratarse del remanente fiel del pueblo, el que está comisionado para rescatar al resto de la nación.

Pero hay algunos indicios claros para asignar ese título al Mesías:

  • Los pronombres en singular utilizados y las acciones, que nos permiten pensar que estos pasajes tienen un doble enfoque. Notemos, en los versículos 1-3: me llamó… mi madre… mi nombre… mi boca…me cubrió… me puso… me guardó… me dijo: Mi siervo eresen ti me gloriaré, son como adjudicados a una persona. Pero, en los versículos 19-21 hablan, sin duda de un Israel corporativo.
  • El versículo 6, que dice: Ahora pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza)”, se corresponde con lo dicho por el anciano Simeón refiriéndose a Jesús, en Lucas 2.32: “Luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.

Sin embargo, el argumento más contundente que nos lleva a la convicción de que se trata de la persona del Mesías, del Siervo de Jehová, el Señor Jesucristo, es que hay una identificación entre un Israel y el otro. ¿Por qué es así? Porque Israel falló en su misión como sacerdocio santo de atraer al mundo a Dios, y fracasó en el propósito para el cual fue escogido, siendo infiel al pacto. Pero Cristo lo recuperó, cumpliendo con fiel perfección el objetivo divino.

Dice Ironside:

“Realmente es el Señor Jesús el verdadero Israel, quien toma el lugar de la nación infiel. El siervo, aquí, ya no es la nación como tal… El mismo Señor Jesús es quien toma el lugar de la nación. Él es el siervo de Dios, fiel e infalible”.

Como veremos en el versículo 5, es el “verdadero Israel”, el verdadero Príncipe de Dios, el que está comisionado para hacer volver al pueblo de Israel. Ch. Ryrie comenta en su nota: “Solo en él se vieron realizadas todas las promesas de Dios”.

W. Vine agrega:

 “En el versículo 3 Cristo se identifica a sí mismo con su pueblo Israel, porque es en estrecha asociación con Él que la nación restaurada se convertirá en su siervo, y es en Israel que el Señor todavía será glorificado en la tierra”.

Ya que Israel no cumplió su deber como siervo de Jehová, Dios levanta un “Israel ideal”: a Jesucristo. Nótese que el énfasis está en “mi siervo”; Él cumplió el cometido. Jesucristo el Mesías, es pues, el Israel ideal.

La expresión “Mi siervo eres” es una confirmación divina de la Persona y el ministerio del Mesías. Así lo expresó Pedro en su sermón de Pentecostés cuando dijo: “Jesús nazareno, varón aprobado por Dios”. Es cierto que Dios le entregó a sus enemigos y a la muerte; pero también le resucitó; le exaltó y le hizo Señor y Cristo.

Por eso también dice de Él: “en ti me gloriaré”, o, en otras palabras: “tú serás para mí motivo de satisfacción”; o también: “en ti seré glorificado”; o incluso, “en quien yo mostraré mi gloria”. No hay duda que el Padre tuvo satisfacción en Jesús. Así ya lo hemos considerado en el primer cántico, recordando los pasajes del Evangelio de Mateo 3, o Juan 8, donde el mismo Señor dice: “Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica”.

El Siervo del Señor también fue desechado y recompensado. Leo el v. 4: “Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios”.

Podríamos pensar después de haber leído los versículos anteriores que el Siervo habría de tener un ministerio exitoso, sin experimentar contradicción alguna. ¿Cómo podría fallar? Pero este versículo presenta una honda decepción en el Siervo. Su trabajo aparentemente no ha resultado. Su esfuerzo luce como estéril. Sus expectativas parecen frustrarse. Todo parece haber sido inútil.

Notemos el contraste entre el v. 3: “Y me dijo: mi siervo eres, oh Israel”, y el v. 4: “pero yo dije: por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas”. Este último revela la aparente vulnerabilidad del Siervo. De todos modos, “no es una expresión pecaminosa, o un acto de indecisión, que sería incoherente con el carácter del Siervo del Señor”. Es una reacción muy “humana” y comprensible. La frustración y el desaliento son normales en todo aquel que habita en un cuerpo de carne.

Hay varios casos en la Biblia que presentan una perspectiva semejante. Miremos a Moisés, llevando sobre sus hombros a un pueblo difícil, rebelde, contradictor. Tuvo que soportar sus quejas, su mundanalidad, su idolatría, y terminó quejándose él mismo ante Dios, en tonos de profunda decepción: “No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía”. Miremos a Elías, cuando después de una extraordinaria epopeya en la cumbre del Carmelo,  la perversa Jezabel le amenaza, él huyendo se echa bajo un enebro y dice contrariado, abrumado, abatido: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida”. Oigamos a Jeremías, en su lamentación decir: “La palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre”. Oigamos a Pablo, frente al desafío que supone la obra de Dios y la indiferencia de los creyentes, escribiendo a Timoteo y diciéndole: “Demas me ha desamparado”; “solo Lucas está conmigo… todos me desampararon”; o a los corintios, relatándoles sus fatigas, desvelos, hambre, sed, ingratitud, preocupación.

La decepción es una triste realidad muchas veces en la experiencia de los siervos de Dios que produce cansancio, desánimo y hasta desolación, o la tentación de abandonar todo. Jorge Whitefield dijo hacia el final de su vida: “No estoy cansado de la obra de Dios, pero sí en la obra de Dios”. 

Pero la decepción también llega al corazón de Dios. ¿No tienen acaso un sabor de desaliento las palabras del mismo Creador cuando pregunta a la primera mujer, ya caída en transgresión: “¿Qué es lo que has hecho?” (Gn. 3.13).¿No traducen una enorme frustración aquellas palabras de Génesis 6, en los tramos iniciales de la historia humana: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal; y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón”?, ¿No son acaso expresiones de honda desazón las palabras del labrador de Isaías 5, cuando en la certeza de recoger uvas dulces de su viña escogida, figura inequívoca de su pueblo Israel, lo que encontró fue solo las uvas agrias de una nación incrédula, idólatra, indiferente, diciendo: “¿Qué más podría hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?”. ¿No nos conmueve oír al profeta Malaquías interpretando el sentimiento de un Dios decepcionado decir: “Habéis hecho cansar (dar asco) a Jehová con vuestras palabras”? 

En nuestro próximo encuentro, hallaremos respuesta a estas cuestiones. Que Dios le bendiga grandemente.

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