Cánticos del Siervo del Señor (15ª parte)
8 septiembre, 2024Cánticos del Siervo del Señor (18ª parte)
21 septiembre, 2024Autor: Eduardo Cartea
En la profecía de Isaías sobre el “Siervo del Señor”, que venimos estudiando, se al Mesías “sufriente”. Además de ser el sacrificio por nuestros pecados, su pasaje por la tierra despertó rechazo e incomodidad. Ese es el tema de este programa.
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PE3042 – Estudio Bíblico
Cánticos del Siervo del Señor (17ª parte)
Hoy veremos en el capítulo 49, el segundo de los Cánticos del Siervo en Isaías como ese sublime servidor de Dios, que cumplió el eterno mandato divino de redimir a la humanidad de sus pecados y al mismo tiempo, constituirse como el Mesías de su pueblo Israel, es adorado. Leo en Isaías 49 el versículo 7:
“Así ha dicho Jehová, Redentor de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las naciones, al siervo de los tiranos: Verán reyes, y se levantarán príncipes, y adorarán por Jehová; porque fiel es el Santo de Israel, el cual te escogió”.
Una vez más se deja oír la voz de Dios, en un despliegue de nombres y títulos. El mensaje es de Jehová el Señor, el Dios santo, quien por su autosuficiencia y poder, pero también por su amor y fidelidad puede ser el Redentor de su pueblo.
El versículo sigue y habla de un siervo menospreciado y abominado.
Los conceptos son muy fuertes: “menospreciado —o, despreciado— de alma”, “abominado de las naciones” (o, también, “de la nación”), “siervo de los tiranos”. Todas estas frases, asignadas al Señor Jesucristo, el Mesías, no hacen más que expresar su experiencia de humillación entre los hombres y demuestran la repulsión que los hombres sintieron hacia Él.
El eco y resumen de estas expresiones está en 53.3: “Despreciado y desechado entre los hombres”. ¿Acaso no fue así con Jesús frente a Pilatos, Herodes, el Sanedrín, Anás y Caifás, los soldados romanos? ¿No fue así con Judas, vendiéndolo a precio de un esclavo, o ante la muchedumbre enceguecida que vociferaba: “¡Crucifícale, crucifícale”!?, ¿Acaso no cumplían todos ellos la voz de aborrecimiento de la parábola: “No queremos que este reine sobre nosotros”?
Aunque esto es verdad, también lo es que esta humillación del Señor estaba en los planes de Dios y era necesario para cumplir la obra de la redención. La iglesia primitiva lo recuerda en la monumental oración de Hechos cap. 4, donde leemos: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu Santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel”. Pero, en el siguiente, está la explicación: “Para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera”.
Si es sorprendente e inexplicable pensar en el rechazo de Jesús por parte de aquellos que le vieron, oyeron, contemplaron en toda la gloria de Su persona y obra, nos llena de emoción y gratitud el pensamiento de que nada de ello era sorpresivo para aquel que era el Hijo de Dios encarnado, el Dios omnisciente habitando entre los hombres. Él mismo anticipó a los suyos que “era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día”. También les anunció que era necesario “que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos”, y “que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria”.
Pero llegará el día cuando todos aquellos que le despreciaron le verán coronado de honra y de gloria. Le verán, ya no como el cordero mudo y sacrificado, sino como el león victorioso. No como el Salvador sufriente, sino como el Rey de gloria y el Juez de vivos y muertos. Y “cerrarán ante Él su boca” para oír su sentencia final.
Al fin, el abominado será exaltado; el despreciado será temido; el siervo será honrado y recibirá la adoración de la que es digno. Los cielos, la Tierra, el mar y todo lo creado le rendirán honor, y toda rodilla de ángeles, hombres y demonios se doblará declarando que Jesús es el Señor. Dios exaltará a Su Hijo, su Escogido.
Finalmente, el siervo del Señor es bendecido, y así lo leemos en los vv. 8-10: “Así dijo Jehová: En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; y te guardaré, y te daré por pacto al pueblo, para que restaures la tierra, para que heredes asoladas heredades; para que digas a los presos: Salid; y a los que están en tinieblas: Mostraos. En los caminos serán apacentados, y en todas las alturas tendrán sus pastos. No tendrán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el que tiene de ellos misericordia los guiará, y los conducirá a manantiales de aguas”.
Estos últimos versículos contienen una promesa divina: una vez más habla Dios, y es un precioso mensaje del Evangelio para todos los tiempos.
Comienza recordando el respaldo del Padre a la vida y obra de su Hijo, el Mesías, que se tradujo en la aprobación de Su ministerio, la resurrección en Su muerte y el pacto de salvación para todos los que confían en Él. El Hijo fue oído y ayudado para cumplir la magna obra de la redención.
El versículo contiene también una profecía para el futuro, anticipando el tiempo en el que el Mesías traería al mundo el mensaje de buenas nuevas de parte de Dios, y ese mensaje correría por el mundo haciendo salvos a miles de pecadores perdidos. Pablo lo interpreta en 2 Corintios cap. 6, aplicándolo a su ministerio evangelístico a los gentiles, diciendo: “Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. El tiempo de la plenitud de la gracia de Dios se ha extendido hasta hoy, y lo será aún hasta que el Señor Jesús venga. Por eso el Mesías vino para “decir a los presos: salid”.
Esta preciosa promesa apunta también a lo que será el reino del Mesías, cuando el territorio de Israel nuevamente verá iluminar su esperanza, después del horror de los años de gran tribulación del día del Señor, bajo el régimen del hombre de pecado. En esos años soportarán como fruto de su indiferencia e incredulidad el juicio divino en términos apocalípticos: hambre, guerra, pestes, cataclismos, espanto y muerte. Pero Israel verá días gloriosos cuando el Mesías, después de esos años aciagos de la “angustia de Jacob”, implante Su reino milenial, y desde Su trono excelso en Jerusalén, sea bendecido todo el planeta.
Estos versículos del 8 al 10 ya son una realidad en nuestros días para aquellos que hemos sido iluminados por Su gracia, redargüidos por el Espíritu y llevados a los pies del Salvador. Dios nos oyó en tiempo aceptable y nos ayudó en el día de salvación; abrió nuestros ojos, y nos hemos convertido de las tinieblas a la luz, y de la potestad de satanás a Dios. ¡Hemos sido liberados de la cárcel de nuestra esclavitud moral y espiritual, y hemos recibido por la fe en Jesucristo el perdón de pecados y la herencia entre los santificados!
Ahora somos apacentados por nuestro buen Pastor; hallamos pastos, alimento para nuestras almas bajo su provisión y cuidado. En sentido espiritual, por creer en Él no tenemos hambre, ni sed, sino somos guiados por Su gracia y conducidos a manantiales de aguas. Así lo dice Isaías 58.11: “Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan”.
Y toda esta gloriosa realidad es el resultado de la obra de la cruz; de un Dios que, como no se olvida de Su pueblo, tampoco se olvida de nosotros. La expresión de los versículos 15 y 16 de Isaías 49 es muy preciosa a nuestras almas:
“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros”.
Podemos descansar en el Señor; podemos estar seguros de su amor y misericordia permanentes. Estamos grabados en las heridas de sus manos. Heridas que un día veremos y, como Tomás, cayendo a Sus pies, abriremos nuestros labios en una eterna adoración, diciéndole: “Señor mío, y Dios mío”.
Una canción de Marcos Vidal dice en una de sus estrofas:
Cuando caiga ante tus plantas de rodillas,
déjame llorar pegado a tus heridas,
y que pase mucho tiempo,
y que nadie me lo impida,
que he esperado este momento
toda mi vida.