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Autor: Eduardo Cartea

El Mesías se entregó voluntariamente para ser sacrificado por nuestros pecados. Sobre eso habla el capítulo 50 de Isaías, dentro de Los cánticos del Siervo del Señor, como se titula esta serie de programas. Además, la victoria fue alcanzada a través de su decisión.


DESCARGARLO AQUÍ PE3048 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (23ª parte)



El Mesías victorioso

En nuestro último encuentro hemos contemplado al Mesías, al Siervo del Señor entregado voluntariamente a ser sacrificado por los pecadores. Isaías así lo profetiza muy elocuentemente en su capítulo 50, el tercero de los Cánticos del Siervo. Pero, la cruz fue un verdadero desafío en el cual el Señor Jesucristo salió victorioso. No fue Satanás y todos aquellos que le crucificaron los que ganaron esa terrible batalla. Dios le entregó a la cruz por amor a nosotros, pero también defendió su causa y “le dio un nombre que es sobre todo nombre para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor”. La cruz no fue un lugar de derrota, sino de victoria. Notemos como lo expresa el capítulo 50 de Isaías, versículos 8 y 9:  “Cercano está de mí el que me salva; ¿quién contenderá conmigo? Juntémonos. ¿Quién es el adversario de mi causa? Acérquese a mí”. He aquí que Jehová el Señor me ayudará; ¿quién hay que me condene?”

La confianza del versículo anterior se transforma ahora en un desafío abierto. Estamos en una sala de juicio. Se abre el juicio en la corte. Allí están los acusadores, y también el acusado. Es el Siervo, el que vino para animar al cansado, socorrer a los débiles, para sanar sus enfermedades, curar las heridas de sus almas, para obedecer el mandato del Padre y llegar al sacrificio a costo de su vida, el precio de redención de pecadores perdidos y condenados. Es una causa incomprendida. Siente el rechazo, la incomprensión y la humillación aún de aquellos a quienes vino a redimir. Sin embargo, nada le hace volverse atrás.

Pero también está el Juez justo que defenderá su causa. El Siervo, con voz de triunfo desafía a la turba acusadora, diciendo: “¿Alguien se cree con derecho a demandarme?, ¿alguien tiene algo en contra de mí?, ¿alguien se opone?, ¿dónde están mis acusadores?, ¿quién me declara culpable? ¡Qué vengan y se me enfrenten!”. ¿Es posible que sea la Ley con sus demandas? La ley no entiende como el Siervo puede justificar a los impíos, porque sentencia: El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová”.

Pero entonces contesta la gracia: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Y agrega: Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz”. ¿Es posible que sea satanás y todo su ejército infernal?, ¿tiene derecho a acusar el que es el usurpador, el adversario? Colosenses 2.15 responde en acentos de victoria: Despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. ¿Será acaso la religión con sus ceremonias, sus ritos y observancias?

El Siervo debió enfrentar en su tiempo de ministerio terrenal, a una pléyade de religiosos que le acusaba de no cumplir la ley, no guardar el sábado, no observar los lavamientos ceremoniales, y cuántas cosas más. De todas esas acusaciones salió indemne. Tantas veces les dejó mudos, sin saber qué contestarle. Otras, hizo que sus dientes rechinaran de odio. Al fin, hizo falta que tramaran su muerte, le acusaran falsamente y dijeran en términos de parábola: “No queremos que este reine sobre nosotros”.  Pero, una vez más la Escritura contesta elocuentemente: Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo”.

El Juez va a dictar su sentencia, y la sala se sume en profundo silencio… ¡El Siervo es absolutamente vindicado! ¡Su causa es justa! Pero no solo es justificado; también leemos “cercano está de mí el que me salva”. Su Dios está de su lado y a su lado para defenderle y librarle de ese profundo trance de muerte. Puede decir confiado: Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Dios es el que, aun escondiendo de Él su rostro en el momento de cargar los pecados de la humanidad, le dará fuerzas para poner su espíritu en sus manos antes de gustar la muerte por todos. Y después de las amargas horas del sepulcro, le resucitará con poder. Pablo dice que Jesús “fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos”.

La victoria no es solo para el Siervo perfecto; también hace partícipes de ella a todos aquellos que confían en Él. Hay un pasaje muy interesante en la profecía de Zacarías 3.1-5. Nuevamente nos hace entrar en una corte de juicio. Contemplamos la escena como espectadores: Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?  Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala. Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas. Y el ángel de Jehová estaba en pie”. Notemos quienes están allí: Hay un acusado, el sumo sacerdote Josué.

Hay un abogado, Jehová mismo en la manifestación del ángel de Jehová que, como sabemos, es una teofanía, una aparición del Cristo pre-encarnado. Hay un fiscal, satanás, “el acusador de los hermanos”. Hay un Juez, Jehová Dios el Padre. Y hay un jurado de ángeles alrededor. Habla el abogado y defiende a aquel que es “un tizón arrebatado del incendio”. ¿No somos acaso también nosotros arrebatados del infierno por el poder de Dios, mediante el evangelio de la gracia? Pero el sumo sacerdote está vestido de ropas sucias, incompatibles con su ministerio y necesita tenerlas limpias, así que el ángel de Jehová, su abogado da la orden de quitarle los vestidos sucios. Y limpio de su pecado, es vestido con ropa de gala. Es lo que nuestro

Abogado celestial hace por nosotros diariamente, cuando en sincera confesión nos acercamos a Él en demanda de perdón. Quita los harapos de nuestra vida manchada por la inmundicia de este mundo y nos viste de su justicia, para servirle con dignidad y santidad. Sí, podemos decir triunfalmente con el apóstol: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.

La victoria de Cristo en la cruz nos hace también victoriosos a nosotros. En esa victoria podemos descansar. La muerte, la carne, Satanás, el mundo, el pecado ya no tienen dominio sobre el cristiano. Podemos en el poder de Cristo ser “más que vencedores”.

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