Cánticos del Siervo del Señor (26ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea

Lo descripto en Isaías 52:13 al 53:12, continúa en este programa. Es un intenso relato de los padecimientos del Siervo del Señor. Separamos en siete partes los temas del cántico que se expresan cronológicamente y con lujo de detalles. Podemos ver la glorificación del Mesías en toda majestad.


DESCARGARLO AQUÍ PE3051 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (26ª parte)



El Mesías glorificado

Hola. Un gusto de encontrarme con usted en este espacio de meditación de la Biblia. Entrando en el texto del cuarto poema o cántico que se encuentra en el libro de Isaías, nos encontramos con uno de los párrafos más sublimes del libro de Dios: Isaías 52.13 a 53.12. En estos quince versículos hay un manantial de teología. La doctrina de la salvación está comprendida en varios términos, y todos ELLOS merecen un estudio intensivo. Se habla de conceptos como maldad, transgresión, impiedad, cargar y llevar el pecado, juicio, expiación, sustitución, propiciación, justificación, etc. Es maravilloso pensar que en tan pocas palabras el Espíritu Santo presenta en el marco del Antiguo Testamento una variedad tan abundante de doctrinas.

Aunque esta pieza de exquisita literatura profética está dividida naturalmente en cinco estrofas de tres versos cada una, nosotros la dividiremos en siete, viendo al Siervo del Señor: Exaltado; despreciado; herido; angustiado; muerto y sepultado; resucitado y reivindicado. Hasta ahora hemos visto en los tres cánticos anteriores, la presentación del Siervo en el cap. 42, la preparación del Siervo en el cap. 49, y el propósito redentor del Siervo en el cap. 50, y aunque en este último ya vimos algunos de sus sufrimientos, en ningún caso anterior se ha hablado de su muerte con la intensidad del cuarto cántico. En este, la labor del Siervo llega al clímax: el de poner su vida en expiación por los pecados de la humanidad.

Dice una versión de la Biblia comentada por Profesores de la Universidad de Salamanca: “El Siervo va a ser presentado como víctima expiatoria por su pueblo, y esto es lo verdaderamente nuevo en esta nueva revelación. Ese carácter de los sufrimientos en satisfacción por los demás es totalmente desconocido en el Antiguo Testamento fuera de estos pasajes; y más sorprendente aún es que el Siervo será glorificado en virtud de estos sufrimientos por los demás”.

Tampoco en ninguno de los tres primeros cánticos se habla tan elocuentemente de su resurrección, de su triunfo y de sus glorias futuras. Es una obra maestra escrita en poesía, con las características propias de la poesía hebrea. Podríamos inclusive decir que más que un poema, es en su esquema original una verdadera sinfonía en cinco movimientos. Con la reverencia que impone este pasaje inefable de la Escritura, podemos señalar que su comienzo es vivaz; le siguen tres movimientos lentos, escritos en tono menor, pues están expresados con una profunda tristeza; finalmente la obra termina con un movimiento brillante, majestuoso, a toda orquesta, pleno de sublimes acordes. El Siervo, que ha pasado por profundos dolores, desprecios, angustias y muerte, es finalmente reivindicado, glorificado, entronizado y ensalzado.

Es su pasión, pero también su preeminencia. Notamos que los v. 13 al 15 del capítulo 52 y los versículos 10b al 12 del capítulo 53, es decir, la primera y la quinta estrofa de este cuarto cántico, están escritas en tiempo futuro.

Permítame leerlos: (52.13-15): He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto. Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer y su hermosura más que la de los hijos de los hombres, así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído. (53.10-12): Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.  Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.  Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.  

Es Dios quién promete el triunfo y la gloria a Su Siervo. Pero los versículos 1, a la primera parte del vers. 10 del capítulo 53 están escritos en tiempo pasado. Este párrafo, más allá de las gloriosas verdades acerca de la Persona y la obra del Siervo de Jehová, es un verdadero lamento de arrepentimiento y una genuina confesión que hará el remanente de Israel que en el futuro se convertirá al Señor, proclamándole como su Mesías. Es un reconocimiento de sus graves pecados por haberle desconocido, rechazado y llevado a la cruz. Y también la aceptación de su gracia para ser restaurado y bendecido con las bendiciones que la Biblia anticipa para el pueblo terrenal amado de Dios.

Menciono los 3 primeros versículos del capítulo 53, que constituyen la segunda estrofa de este último cántico: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no  hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”.

Esta segunda estrofa comienza con dos interrogantes que no esperan contestación por lo obvio que son, y que surgen de los labios del profeta con un dejo de honda frustración, de profunda incomprensión, de inmensa pena. Es como si el profeta anticipara lo que habría de suceder en el pueblo de Dios ante el anuncio de su Mesías. O creerían en Él, o no lo harían. Por cierto, se cumplirían proféticamente las palabras del Salmo 69.8: “Extraño he sido para mis hermanos. Y desconocido para los hijos de mi madre”. E históricamente lo dicho en Juan 1.11: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. O en Juan 12, donde el evangelista aplica este mismo versículo de Isaías 53 a la experiencia de Jesús: Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?”.

Ese anuncio no es una palabra común. Es una revelación divina. Es una doctrina, un mensaje trascendente dado por Dios a través de su siervo el profeta. Nos recuerda lo que el Señor le anticipara al mismo Isaías cuando le llamó a ejercer su ministerio: “Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”. Un persistente rechazo que podemos ver, en muchos otros pasajes de la Escritura. ¿No podían ellos ver al Hijo de Dios en las palabras, milagros y poder de Jesús?, ¿Algún otro había hablado como Él palabras de vida eterna, o había hecho los prodigios y señales que hizo en bien de los pobres, los necesitados, los endemoniados, los débiles?, ¿Quién como Cristo, que calmó la tempestad con su voz potente, multiplicó el alimento para multitudes hambrientas, sacó muertos de sus tumbas? Ninguno como Él, que manifestó visiblemente los brazos eternos que aquí abajo, extendidos desde el cielo, fueron refugio de los suyos a través de la historia.

Era, sin dudas, la elocuente manifestación del “brazo de Jehová”. Es oportuno citar aquí a Carlos Morris: “Se ha afirmado acertadamente que al crear el universo Dios empleó sus ´dedos´; al librar su pueblo de Egipto fue con ´mano´ fuerte; pero para salvar a los pecadores tuvo que emplear su ´brazo´ poderoso”. Solo un puñado de hombres y mujeres fieles creyeron en Él y le aceptaron como su Mesías, su Señor y su Dios. Solo un remanente fiel, una tercera parte del pueblo un día lamentará su rechazo y con profundo arrepentimiento mirarán a quien traspasaron, y llorarán como se llora por un hijo. ¡Qué día será ese cuando el remanente fiel de Israel será salvo! Entonces se cumplirá para ese pueblo escogido lo que dijo el mismo profeta Isaías: “Tus ojos verán al Rey en su hermosura”. Lo espero en nuestro próximo encuentro para seguir considerando este sublime párrafo de la Palabra de Dios. Dios le bendiga ricamente.

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