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Autor: Eduardo Cartea

La cruz era una muerte impiadosa, de máxima crueldad. Sólo eran crucificados los esclavos, los provincianos, y los más bajos criminales; rara vez se crucificaba a un ciudadano romano.


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PE3061 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (36ª parte)



El Mesías muerto

Hola. Miraremos hoy en Isaías 53 al Siervo muerto y sepultado. Leemos los versículos 8 al 10a.

  1. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
  2. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.

10a. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento

 

Estos dos versículos nos sitúan en las horas de máxima pasión del Siervo. En el v. 7 vimos el angustioso camino hacia la cruz; en el v. 8 veremos la estremecedora escena del Calvario, y en el 9, la oscuridad lóbrega del sepulcro.

El v. 8 en su primera parte, nos recuerda el proceso de interrogatorio y juicios por los que pasó Jesús durante diez horas, la noche de su pasión:

Ante Anás y su curiosidad, el suegro del sumo sacerdote Caifás.

Ante Caifás, los escribas, principales sacerdotes, los ancianos y el Concilio o Sanedrín y su causa falsa y maliciosa.

Ante Pilato, y su menosprecio interesado.

Ante Herodes, y la obscena curiosidad de un impío.

Ante Pilato nuevamente, sometido al rechazo, al canje por Barrabás y a la flagelación.

La expresión “por cárcel y por juicio fue quitado”, es de difícil traducción. Por cierto, Jesús no fue encarcelado, pero sí detenido y maniatado. En síntesis, Jesús no tuvo un “proceso legal correcto”. Así lo avala la Escritura en Hechos 8, v.33, donde leemos: “En su humillación no se le hizo justicia”. Sin duda, Jesús “fue tratado como uno tan vil, que fue privado de un proceso justo”.

La ley hebrea exigía al menos dos testigos para ratificar un hecho, pero Él no tuvo quien testificara a Su favor, y aun cuando los testimonios de Judas y Pilato declararon su inocencia, la sentencia ya estaba dictaminada a priori. Fue una persecución hostil y opresora. Y al mismo tiempo, una vergonzosa parodia.

La expresión del v. 8 “fue quitado” puede interpretarse, según el contexto, como “fue tomado para morir”.

Por su parte, la frase “y su generación quién la contará”, parecería ser el resultado de su muerte en la cruz en todos aquellos que, a través de la historia, creyeron en Él. El grano de trigo debía morir para llevar mucho fruto. Dijo Jesús: “De cierto, de cierto os digo, que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Era necesario que el Padre le hiciera pasar por la experiencia de la cruz, “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos”, y por eso leemos también que “por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreció la vergüenza y se sentó a la diestra de Dios”. O en este mismo capítulo de Isaías v. 11: “Verá del fruto del trabajo de su alma y quedará satisfecho”.

El Siervo en verdad sería muerto, pero su generación, su raza, su linaje serían tan numerosos que nadie los podría contar. Juan queda asombrado al ver la multitud de redimidos delante del trono de Dios, y escribe: Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero”.

Sí, el Siervo tiene un gran linaje, una incontable descendencia. W. MacDonald dice en su comentario, interpretando la frase como una paradoja: “Parecía imposible que pudiese tener descendencia, ya que fue cortado en la flor de la vida, muerto por los pecados del pueblo”.

 

La siguiente frase del v. 8 es: “fue cortado de la tierra de los vivientes”, e indica una muerte indigna. Cuando en Israel partía una persona fiel, comúnmente se emplea la expresión hebrea “fue reunido con sus padres”, es decir, con sus antecesores. No era así para una persona impura o con un enemigo de Israel. Así que cortado indica una muerte cruel, violenta, prematura, como si la vida le fuera arrancada, arrebatada. La palabra aparece, por ejemplo, en Daniel 9.26, en medio de la importante profecía de las setenta semanas, dice que después de la sexagésima segunda “se quitará la vida al Mesías”. Aunque en el original no es el mismo término, sí es el mismo concepto, pues significa cercenar, arrebatar, destruir.

La muerte de Jesús fue un acto violento después de una noche sin descanso, en la que pasó por la tortura de los juicios inmorales a los que fue sometido, azotado con el flagrum o flagellum romano, que terminaba con astillas de hueso o de metal llamadas “escorpiones” para dejar exhausto y con dolores indecibles al castigado. Bien lo anticipó el Salmo 129: “Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos”.

Al fin, con el ardor insoportable de la laceración, sin atenuante alguno fue entregado a la cruz, y aún tuvo que cargarla sobre sus hombros.

Las palabras de Jeremías en sus Lamentaciones, capítulo 3 lo expresan bien: “Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué; ataron mi vida en cisterna, pusieron piedra sobre mí; aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy”.

La cruz era una muerte impiadosa, de máxima crueldad. Existía algo parecido entre los judíos. Luego fue utilizada por los fenicios, los cartagineses, y finalmente por los romanos. Sólo eran crucificados los esclavos, los provincianos, y los más bajos criminales; rara vez se crucificaba a un ciudadano romano. El diccionario Certeza nos aclara:

“Cuando se condenaba a un criminal, era costumbre azotar a la víctima con el flagellum, que era un látigo con correas de cuero, lo que en el caso de nuestro Señor sin duda lo debilitó mucho y aceleró su muerte. Luego se le hacía llevar la viga transversal, llamada patíbulum, como un esclavo, hasta el lugar de su tortura y muerte, siempre fuera de la ciudad, mientras un heraldo iba delante de Él con el “título”, o sea la acusación escrita. Fue este patíbulum, no toda la cruz, lo que Jesús no pudo llevar a causa de su debilidad, y que Simón de Cirene cargó en su lugar. Se desnudaba completamente al condenado, se lo colocaba en tierra con la viga transversal debajo de los hombros, y se ataban o clavaban allí los brazos o las manos. Luego se levantaba esta viga y se la fijaba en el poste vertical hasta que los pies de la víctima, que entonces se ataban o clavaban, apenas dejaban de tocar el suelo, y no alto como se ve con frecuencia en las ilustraciones. Una clavija proyectada hacia adelante generalmente soportaba la mayor parte del peso del cuerpo del condenado, que se sentaba a horcajadas en la misma. Luego se dejaba a la víctima para que muriera de sed y agotamiento. A veces se aceleraba la muerte mediante el crucifragium o quebradura de las piernas, como se hizo con los dos ladrones, pero no con nuestro Señor, porque ya estaba muerto. No obstante, se le clavó una lanza en el costado para mayor seguridad, a fin de poder quitar su cuerpo antes del día de reposo, como demandaban los judíos”.

Indudablemente esta descripción es aterradora e indica una crueldad difícil de pensar. Era una muerte impiadosa, porque, además el reo era expuesto ante aquellos que contemplaban el tétrico espectáculo.

El salmo 22, en términos poéticos y proféticos, pero muy vívidos nos lo relata: “Estoy como agua derramada y todos mis huesos se descoyuntaron. Mi corazón fue como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas. Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han rodeado. Me ha cercado cuadrilla de malignos. Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos. Entre tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echaron suertes”.

No hacen falta más palabras, sino inclinar nuestros rostros en silencio reverente.

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