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Autor: Eduardo Cartea

La muerte de Jesucristo fue Voluntaria, Vergonzosa, Violenta, Vicaria, pero también, Victoriosa.


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PE3062 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (37ª parte)



El Mesías sepultado

Hola. Cómo está. En nuestra última presentación estuvimos considerando al Siervo del Señor en el cuarto de los cánticos, en el capítulo 53 de Isaías. Y analizamos juntos la primera parte del v. 8, que dice: “Por cárcel y por juicio fue quitado, y su generación, ¿quién la contará”?

Comentamos lo que fue el juicio injusto del Salvador y su cruel crucifixión. Miraremos hoy como concluye ese versículo, dándonos la causa de ello, la razón de su muerte. Dice el final del versículo 8: “por la rebelión de mi pueblo fue herido”. Es como si el mismo profeta hablara, tomando la palabra e identificándose con los de su raza.

Es una frase importante, porque si el siervo, como en general lo interpretan los rabinos judíos, fuera el pueblo de Israel mismo, ¿cómo se entiende la expresión “(por) mi pueblo fue herido”. A todas luces, el que fue herido es una persona, aparte del pueblo y no el pueblo mismo.

 Algunos maestros judíos consideran que los padecimientos de Israel a través de la historia se debieron al pecado de sus antepasados.

Indudablemente, hay un pueblo rebelado contra Dios. Todo el Antiguo Testamento es testigo de ello. Pero también hay una provisión divina en un Siervo obediente que es herido por el pecado de ellos, ya comentado en el v. 5, que dice: “El herido fue por nuestras rebeliones”. Rebelión, significa descarriarse voluntariamente del camino de una vida santa. El profeta Amós, en su capítulo 2, explica esa rebelión: «Por tres pecados de Judá, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque menospreciaron la ley de Jehová, y no guardaron sus ordenanzas, y les hicieron errar sus mentiras, en pos de las cuales anduvieron sus padres».

 

Ahora, miremos una vez más el término “herido”, que vuelve a aparecer en este v. 8. Esta palabra aparece también en los versículos 4 y 5. En el v. 4, donde leemos: “nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido”, la palabra que se usa toma el sentido de “golpear”, como cuando Moisés hirió la roca para que salieran aguas; en el v. 5, que dice: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones”, aumenta en intensidad, pues contiene la idea de perforar, atravesar, contaminar; y en el 8, “por la rebelión de mi pueblo fue herido”, tiene que ver con el toque, la herida producida por la mano de Dios. Por ejemplo, cuando Dios tocó con lepra al rey Uzías; o cuando tocó a Job con las sucesivas desgracias —aunque el ejecutor fue satanás, con el permiso divino—. Indudablemente, el Espíritu Santo ha utilizado distintas palabras para reflejar lo que fue la gran herida que Dios mismo infligió al Siervo en la cruz a causa de nuestros pecados y rebeliones. La Roca fue golpeada para que salieran aguas de salvación para nosotros. El Santo fue contaminado por nuestro pecado y sujeto al madero de maldición, taladradas sus manos y sus pies. Finalmente, fue “tocado” por la mano de Dios, hiriéndole por nuestras maldades.

En verdad Él fue herido: ese toque divino de justicia plena, cargando sobre su persona la lepra de nuestros pecados, hizo que Dios mismo apartara su vista de Él. Le dio la espalda; no oyó su clamor. No pudo sino cortar la comunión que había unido por la eternidad con su amado Hijo.

Días antes el Señor había dicho: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Así había sido desde la eternidad; pero en la cruz, le dejó solo. Debió cortar su comunión con Él. Era una persona cargando con la maldición del pecado, no para transformarse en un pecador, sino para llevar la maldición de toda la raza humana. El apóstol Pablo dice en Gálatas cap. 3: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, porque escrito está: Maldito todo aquel que es colgado en un madero”. Es difícil de imaginar: “Hecho por nosotros maldición”.

  1. T. Robertson lo explica magistralmente:

“Nosotros estábamos bajo una maldición, y Cristo llegó a ser una maldición por nosotros, y así se interpuso entre nosotros, y la maldición que pendía sobre nosotros cayó sobre Él en lugar de sobre nosotros. Así nos compró fuera y somos libres de la maldición que Él tomó sobre sí mismo.

Tal era la dimensión de esa maldición cargada sobre el Cordero de Dios, que el Calvario retembló con el grito profético: “Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado”. El velo del Templo se rasgó en dos, el sol se oscureció, la tierra se sacudió, las rocas se partieron. Y las tinieblas cubrieron el Gólgota… (Selah).

Cantamos con reverencia y sentido gozo:

              De Dios la cólera estalló

                 cayendo sobre ti;

              El rostro Dios de ti apartó,

                 para aceptarme a mí.

                 Por tu dolor, Jesús, Señor,

                 No hay ira para mí. 

 

Probablemente esa oscuridad haya sido el resultado de un eclipse. Justamente el significado del término eclipse es “abandono”. ¿Y qué otra cosa fueron esas tres horas, desde la sexta hasta la novena, sino el abandono de parte de Dios hacia su Hijo, hecho pecado por nosotros en ese momento?

Leemos en el v. 9: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento”.

El v. 9 presenta una enorme paradoja: “se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte”. Privar a una persona de ser sepultado con su familia, era considerado como un gran castigo para el que había sido ejecutado. Además, los reos ajusticiados con la muerte de cruz eran sepultados en una fosa común. No había lugar para hacerlo en un sepulcro personal. Así habría sido la tumba para el cuerpo santo del Siervo de Jehová.

En Jeremías 22 se nos dice que el rey Joacim, hijo del buen rey Josías, había sido un hombre avaro, derramador de sangre inocente, culpable de opresión y agravio para muchos. Por esa razón, el decreto divino a través del profeta fue: “En sepultura de asno será enterrado, arrastrándole y echándole fuera de las puertas de Jerusalén”. Debía ser tirado en un pozo o en un estercolero. Fuera de la ciudad. En un lugar despreciable, el lugar de la basura. Significaba tratarlo como un malhechor, indigno de permanecer en medio del pueblo. Fuera de la puerta; en el lugar de los indeseables. Así fue con el Señor. Hebreos 13.12, dice que Jesús “padeció fuera de la puerta”. Juan 19.17 lo ratifica: “Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota”.

La profecía había de cumplirse al pie de la letra. Y aunque “dispusieron” sepultarle junto a los “impíos”, hubo un rico, José de Arimatea, un varón bueno y justo, miembro noble del concilio, que esperaba el reino de Dios, y que era discípulo de Jesús, pero en forma secreta, por temor de los judíos. Este vino osadamente a Pilato, pidió su cuerpo y lo sepultó en un “sepulcro nuevo” en su propio huerto. La expresión “con los ricos” del v. 8 en el original no está en plural, sino en singular: “con un rico”

“Vemos un acuerdo entre la historia del evangelio y las palabras proféticas, que solo puede ser el trabajo del Dios de ambas, la profecía y su cumplimiento”.

“Por supuesto, esto no fue una compensación por la vergüenza de haber muerto la muerte de un criminal; pero la honorable sepultura, brindada a uno que fue ignominiosamente llevado a la muerte, mostró que debía ser algo destacable acerca de Él. Fue el comienzo de la glorificación que comenzó con Su muerte”[1]

En el original tampoco dice “en su muerte” sino en “sus muertes”. La frase es, pues: “mas con el rico fue en sus muertes”. Tal vez porque murió muchas muertes en una. La muerte física y la muerte espiritual, cuando la perfecta comunión con su Padre debió cortarse en el momento de llevar nuestros pecados. 

La muerte de Jesús, la medida del amor de Dios.

¿Qué podemos dar al Señor Jesús, a cambio de tan grande amor, sino un amor que se rinda a sus pies en adoración, obediencia, gratitud y fiel servicio?

 

La muerte de Jesucristo fue

  • Voluntaria
  • Vergonzosa
  • Violenta
  • Vicaria, pero también,
  • Victoriosa

[1] C. F. KEIL & F. DELITZCH, op. cit., pg. 328, 329.

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