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Autor: Eduardo Cartea

En los últimos programas de la serie “Los Cánticos del Siervo del Señor”, llegamos a la victoria suprema del Mesías, derrotando a la muerte. La resurrección es el recordatorio de que Dios dio el giro que ningún hombre pudo dar. Jesús cumplió con la Justicia Divina, pero al ser inocente, Justo y Eterno, resucitó.


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PE3064 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (39ª parte)



El Mesías resucitado

Hola. En el marco de Isaías 53, ese glorioso capítulo que presenta al Siervo sufriente del Señor, hemos considerado varios versículos que nos hablan de su paso por los dolores de la cruz. Entregado por Dios, ocupando el lugar de los pecadores, llevando sobre sí la carga y responsabilidad de nuestras miserias, poniendo su vida en expiación y logrando eterna redención. Pero, la segunda parte del versículo 10 nos muestra el epílogo de su obra redentora. Es el Siervo resucitado.

Leemos en los versículos 10b-11, lo siguiente:

10b. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.

11 Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.

El Siervo ha terminado su obra. Ha pasado por la angustia de la soledad y dolor, del sufrimiento y la cruz. Y se levantó con poder. Pedro lo dice en su monumental discurso de Pentecostés, al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella”. La palabra dolores, en el original se emplea generalmente para los dolores que produce el nacimiento de un niño. La resurrección de Cristo es como el nacimiento de la muerte a la vida. Algunos han dicho también que fueron los dolores de la misma muerte al no poder retener a Cristo.

Antes de hablar de los resultados de la cruz del Calvario, hay una reflexión sobre la frase del v.10: “Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado”. Quiero abundar en lo expuesto en nuestro último encuentro. Expiación es una expresión envuelta en el lenguaje de los sacrificios levíticos —“Poner la vida” es ofrecerla en sacrificio, como el oferente entregaba la víctima para ser sacrificada. El Siervo dice en Juan 10. 15, 17 y 18: “Así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas… Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”.

Expiación es el acto de sacrificar una víctima que lleva los pecados y por su muerte, con el derramamiento de su sangre inocente, los redime, cancela una deuda, satisface la justicia de Dios y consigue justificación para el pecador.

En el libro de Levítico se encuentra la base legal para las ofrendas. Había cinco principales: el holocausto (ofrenda “del todo quemada”, dedicada totalmente a Dios; la ofrenda de cereal u oblación (oblea de flor de harina), de gratitud a Dios por su sustento; la ofrenda de paz, como demostración del gozo de la comunión entre Dios y el oferente, sobre la base de la sangre derramada; la ofrenda por el pecado, por los pecados cometidos sin intención y finalmente la ofrenda por la culpa, por pecados cometidos contra “las cosas santas de Jehová”.

Salvo en las ofrendas de oblación y la de paz, en las otras tres (holocausto, por el pecado y por la culpa) se habla de expiación. Ochenta y nueve veces se menciona en el libro de Levítico (en la versión RV60), y en quince de sus veintisiete capítulos, por lo que se puede apreciar la importancia de esta doctrina.

En el original hebreo hay tres vocablos que se traducen en nuestra lengua como expiación. El más significativo es el hebreo kafar o kippur, y significa “cubrir”. Aparece por primera vez en Gn. 6.14, como la brea con la cual Noé cubrió el arca; también significa apaciguar; perdonar; limpiar. En el Tabernáculo y el Templo era el acto de esparcir la sangre sobre la cubierta del arca del pacto, que, precisamente se llamaba “propiciatorio”. En el NT su equivalente es propiciar, propiciación, y aparece explicada en Romanos 3.25, 26, 1 Juan 2.2 y 4.10.

El segundo de los términos, jatah, significa culpa o pecado, pero también ofrenda por el pecado.

El tercero, ´asham, culpa, transgresión, ofensa y también ofrenda por ella. Esta es la palabra que se menciona en nuestro versículo 10 de  Isaías 53. W. Vine lo explica así:

“En la mayoría de los casos, ‘asham se refieren a la compensación que se paga para satisfacer al damnificado o bien a la «ofrenda por culpa u ofensa» que el culpable arrepentido presentaba después de pagar una compensación”.

A su vez, F. Lacueva, dice:

 

“La palabra asham, “expiación”, es el término técnico para expresar el sacrificio vicario, en el que la víctima sustituye al pecador”. Y agrega: “Él mismo expresó esto cuando dijo que había venido a dar su vida en rescate por muchos. No fuimos nosotros los que le pusimos como sustituto nuestro. Dios fue quien así le puso y él aceptó libremente”.

Es interesante ver en los versículos 10 y 11 los resultados de la expiación realizada por el Siervo. Notemos: 1) verá linaje; 2) vivirá por largos días; 3) la voluntad de Dios será en su mano prosperada; 4) verá del fruto del trabajo de su alma y quedará satisfecho, y 5) por su conocimiento, justificará… a muchos.

 

Verá linaje. 

Linaje puede ser traducido como “descendencia”, “simiente”. En Israel se entendía la descendencia como un favor, una bendición especial de Dios, especialmente si se vivía para verla. En el caso del Siervo, se trata de la descendencia espiritual que generará Su sacrificio.

 Hebreos 2.11, 12, agrega: “Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, diciendo: Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré”.

¿Cuál fue el “gozo puesto por delante” del que habla la epístola a los Hebreos capítulo 12, versículo 2?, ¿no será acaso lo que dice el cap.  2.13 de esa misma epístola: “He aquí yo y los hijos que Dios me dio”? Todos aquellos que por la fe en Cristo, somos hijos de Dios. Juan, en su evangelio dice: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la autoridad de ser llamados hijos de Dios”. Y agrega en su primera epístola: “Amados, ahora somos hijos de Dios”.  

Pero esos hijos causaron mucho dolor. Es notable que la palabra que se emplea en el v. 11 para aflicción —o “el trabajo”— de su alma, como ya dijimos, es una palabra que se usa para los dolores de parto de una mujer. ¡Los hijos de Dios hemos costado un dolor muy profundo!, ¡tal vez algún día entenderemos cuánto!

No fueron muchos los que creyeron en Jesús al fin de su ministerio. La Biblia nos dice que tal vez algo más que quinientos hermanos. Parecería que su vida no había sido demasiado fructífera. Pero, el grano de trigo cayó en tierra y murió.

Pero resucitó… gloriosa verdad de la que dan cuenta numerosas escrituras en el Antiguo y el Nuevo Testamento, profecía e historia.

Su resurrección, la consumación de la obra de la cruz, se tradujo en una multitud incontable de hombres y mujeres rescatados del poder del pecado, la maldición de la ley y la condenación eterna. Un nuevo pueblo; una familia; una esposa.

La gran “cosecha de la cruz”, como dice E. Trenchard. El linaje del Siervo.

El segundo resultado en el v. 10 es: Vivirá por largos días. 

En el caso del Siervo, es cierto que su muerte parecía haber sepultado todas las esperanzas de aquellos que creyeron en Él. Aquellas horas en las que Jesús estuvo en el sepulcro cayeron sobre ellos como una sombría nube que presagiaba tormenta. Pero, como el salmo 30.5 canta: “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”, la mañana de la resurrección amaneció con un nuevo himno de esperanza. Cristo ha resucitado, y vive para siempre. ¡Aleluya!

Oseas 6.2 lo anticipa proféticamente: “Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará, y viviremos delante de él”.

Oímos la voz del Cristo resucitado y glorificado en la revela-

ción final: “Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”.

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