¿Cómo obtener la victoria sobre el pecado? (2ª parte)
12 agosto, 2015¿Cómo obtener la victoria sobre el pecado? (4ª parte)
13 agosto, 2015 ¿Cómo obtener la victoria sobre el pecado?
(3ª parte)
Autor: Dave Hunt
¿Cómo debemos enfrentar la tentación a pecar?
¿Cómo podemos experimentar la victoria sobre el pecado? ¿Es Dios, realmente, quien nos mete en tentación?
Éstas y otras preguntas serán analizadas en este mensaje.
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PE2039 – Estudio Bíblico
¿Cómo es posible obtener la victoria sobre el pecado? (3ª parte)
Amigos, el apóstol Pablo dice, en Romanos 6:12, 13 y 19 que no debemos permitir que el pecado reine sobre nosotros, que no obedezcamos a sus concupiscencias. Si no cumplimos esto, el pecado comienza a vivir una vida propia dentro de nosotros y luego, rápidamente, uno se encuentra al borde de un profundo abismo.
Podemos orar por la prometida salida de la tentación. Si el tentador una y otra vez logra su objetivo en algún punto, debemos aplicar aún más fuertemente la nueva vida y el poder del evangelio. Muchos lo toman con demasiada ligereza, se acostumbran a pecar, van a todas partes (también a lugares peligrosos), miran todo, leen todo, aun cosas obscenas, y lo que hacen, en realidad, es atraer realmente al tentador.
Siempre hay una razón cuando la tentación llega a ser muy grande. ¡Se ha descuidado, por ejemplo, el humillarse en ocasiones menores! «Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (nos exhorta 2 Ti. 2:22).
También es importante orar “No nos metas en tentación”, porque de haber un verdadero “meterse en la tentación” significaría juicio. Así como Dios, a menudo, “entrega” a los incrédulos a su impureza, también nos puede entregar a nosotros a nuestros propios caminos, si no Le queremos escuchar.
Lo que más necesitamos, es el verdadero “misterio” de la nueva vida. Pablo escribe, en Ef. 4:22 al 24: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, (…), renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. En Ro. 12:21 leemos: «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Y en Ro. 13:14: «Vestíos del Señor Jesucristo”.
Dios nos promete que podremos experimentar el poder de Dios, el poder del evangelio, contra el pecado. Sólo Jesucristo nos puede hacer libres del yugo de las ataduras, de la experiencia de la vergüenza y la culpa. Cuando se pierde la lucha contra las tentaciones, mayormente, es a causa de dos actitudes erradas:
1º. Si aplicamos la medida divina de sagrado y de lo que es pecado a un nivel más bajo, o lo cambiamos.
Y 2º. Si confiamos en fuentes de poder equivocadas: como, por ejemplo, en nosotros mismos; o si nuestra lucha se basa en una motivación equivocada.
Cuando uno escucha historias de personas que en un tiempo se entregaron a Jesucristo, y finalmente igual sucumbieron a la tentación y cayeron en pecado, una y otra vez notamos que no se luchó decisivamente. A menudo, se comenzó con pequeñas desviaciones, con un así-llamado comportamiento “tolerante”, con permisos que uno mismo se había dado, con la pérdida del temor de Dios, etc. Todo eso llegó a ser cada vez más central e importante, llevando finalmente a la catástrofe: una caída profunda.
También necesitamos una nueva escala de santidad. Efesios 5:3 y 4, nos muestra que la norma de Dios es muy alta: hay pecados que “…ni aun se debe nombrar entre vosotros”. Dios no solamente no quiere que hagamos esto o aquello; Él no sólo quiere que los hijos de Dios se mantengan alejados de pecados como el adulterio, las relaciones prematrimoniales, los engaños, las mentiras, etc., sino que Él desea que entre nosotros no haya ningún tipo de impureza, ni avaricia ni inmoralidad, ni chismes ni burlas. Él quiere que ni siquiera tratemos con esas cosas, ni hablemos de ellas. Y, lógicamente, tampoco debemos jugar con esos pecados. Albrecht lo traduce así: “Ni siquiera sean tocados en vuestros diálogos (…), ni tampoco deben encontrarse entre ustedes.” Un consejero pastoral habló, en este sentido, de una “mentalidad de dieta”: uno sabe que debería romper con el pecado, pero sigue guardando algunos de los “bombones” que, después de todo, son dulces y “no son tan malos”.
– Uno dice: “Sólo un poquito”.
– Uno pregunta: “¿Hasta dónde está permitido ir?”
– Uno se permite “un poquito… unas pocas miradas”.
– Uno mira la película, a pesar de que la misma sea más que dudosa y lleve a la tentación.
– Uno participa en emprendimientos dudosos y, como en el paraíso, juega con la idea: “¿Habrá dicho Dios realmente: ‘Pueden comer de todos los árboles del jardín, sólo del árbol en el medio no lo deben hacer’?” “¿Será que picotear sólo un poquito realmente sea pecado?”
Esa es la actitud de aquellos que tratan con el pecado como algunos lo hacen con su dieta: se permiten “solo un poquito” de aquello que no deben comer. Uno baja las normas de Dios, o diluye Sus mandamientos. La Biblia enseña lo contrario: ¡Ya un ‘poquito’ hace daño! De hacerlo así, uno no debe asombrarse de las tentaciones. Es seguro que las mismas volverán una y otra vez. Tomemos en cuenta lo que dice Job 31:1: «Hice pacto con mis ojos”, y también las palabras de Pablo de 2 Co. 10:5, quien habla de los pensamientos y que debemos llevarlos cautivos en obediencia a Cristo.
También necesitamos una mejor comprensión de lo que es pecado. El carácter de la tentación es el deseo, el apetito, de querer tener o hacer algo que Dios ha prohibido. La tentación siempre va más allá del sano deseo de una cosa que Dios ha dado, y hace que esas ansias lleguen a ser más importantes que el mismo Dios. En esos casos, la persona cree que Dios le estaría privando de algo. El objetivo de este tipo de deseos es, procurar satisfacción a través de algo que está por fuera de la voluntad de Dios. A eso, la Biblia lo llama idolatría. «Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (nos dice 1 Ts. 4:7 y 8). Es decir, ¡cuando decidimos a cometer un pecado, nos decidimos activamente en contra de la persona de Dios!
Desechamos a Dios. ¿Somos concientes de eso? ¿Queremos eso?
David se dio cuenta de ello después de su adulterio con Betsabé: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio” (dice en Sal. 51:4). Con su pecado, David afectó a varias personas:
– Pecó contra Betsabé,
– asesinó a su marido,
– le dio un mal ejemplo al siervo que tuvo que ir a buscar a Betsabé,
– involucró a Joab, el capitán de su ejército, en el asunto.
Y, al final, tuvo que admitir que su pecado, en primer lugar, representaba una rebelión contra Dios, un desechar a Dios. El ser consciente de esto, lo llevó a un profundo arrepentimiento.
En la lucha contra la tentación necesitamos más que nada una nueva fuente de poder. Necesitamos el poder de Dios, porque solos no lo podemos lograr. No es mi voluntad, mi obediencia, mi fortaleza, poder o esfuerzo, sino el poder del evangelio es el que debe ser aplicado a la vida entera y actuar allí. Dios nos promete que podremos experimentar Su poder, el poder del evangelio, contra el pecado. En Ro. 1:16, leemos: «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”.
El secreto quizás menos conocido para poder obtener una vida de victoria, lo encontramos en Efesios 4:20 al 24; donde vemos que para vencer se necesitan tres cosas que son inseparables:
1º. El despojarse del viejo hombre y del pecado.
2º. El ser renovados en nuestra mente por el Espíritu.
3º. El vestirnos con el nuevo hombre, creado según la imagen de Dios.
Todo depende de si, después de arrepentirme, permito que mis viejas estructuras, costumbres e inclinaciones sean intercambiadas por una mente nueva, y si practico una nueva vida espiritual, nacida del Espíritu Santo. En otras palabras, si practico Romanos 12:21: «No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” De modo que no se trata de estar en contra de algo, o de luchar (por ejemplo, contra la indecencia), sino que se trata de estar a favor de una nueva vida, y de permitir que esa vida produzca efectos. Eso significa renovar la vieja manera de pensar, reemplazando los valores aprendidos por valores nuevos, aceptables a Dios. Eso significa establecer nuevas prioridades.