Compromiso total IV (4ª parte)
1 julio, 2016Compromiso total V (2ª parte)
1 julio, 2016Autor: William MacDonald
Dios está buscando a los mejores competidores. Aquellos que Le entregan lo mejor, que lo consideran digno de todo lo que poseen y son. En la carrera cristiana, debemos despojarnos de todo lo innecesario. Cristo debe ser primero en nuestra vida.
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PE2222 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” V (1ª parte)
Cuando se realizan los Juegos Olímpicos, en cualquier punto del planeta, el mundo es testigo de algunos ejemplos superlativos de compromiso, desde el punto de vista terrenal.
Cada cuatro años, atletas de aproximadamente 197 países se reúnen para los Juegos de verano. Mayormente jóvenes, quienes son los mejores que estos países pueden enviar para competir en diversos deportes. En cuanto a capacidades físicas y habilidades se refiere, son de primer nivel mundial. Los países no gastan su dinero en atletas de segundo nivel. Ellos quieren a los mejores.
Tres cosas son necesarias: Preparación, Motivación, Competencia.
Pues, ¿cómo es que estos excepcionales jóvenes son escogidos de entre el pueblo? Sin duda, ellos tienen una habilidad natural en sus deportes. Sus cuerpos fueron creados con la coordinación apropiada entre sus mentes y músculos. Pero, eso no es suficiente. Antes de venir a los Juegos practicaron casi ininterrumpidamente. Por ejemplo, se ha dicho que un nadador ha practicado diez horas por día, seis días por semana, por diecisiete años. El equipo de nado sincronizado femenino de Estados Unidos practicaba seis horas y realizaban ejercicios aeróbicos todos los días por un año entero. Ese tipo de disciplina es típica de los ganadores. Detrás de cada medalla de oro, plata, o bronce hay años de práctica disciplinada.
Estos atletas tienen, también, una enorme motivación. Van por el oro. Anhelan ansiosamente el momento en el que aparecerán frente a los jueces, y la cinta de la victoria sea colocada alrededor de sus cuellos. Sueñan con la fama que tendrán, y el dinero que recibirán de contratos lucrativos. Ellos anticipan las multitudinarias aclamaciones de sus admiradores.
Sus mentes están enfocadas. No pierden su tiempo en trivialidades. Si son gimnastas, se dedican a refinar sus rutinas. No está permitido que el dolor o el cansancio interfiera con su meta. Una cosa, y sólo una cosa ocupa sus mentes, esa medalla de oro.
Ellos han disciplinado sus cuerpos y los han puesto bajo sujeción. Podrían «rellenarse» con sus comidas y bebidas favoritas, pero saben que si lo hicieran no podrían ganar. Lograron darse cuenta de que tienen que ser moderados en todas las cosas.
Cada deporte tiene su propio lenguaje, y los atletas dominan ese lenguaje. Ellos añaden nuevas palabras a su vocabulario. Es un pequeño precio que consideran que tienen que pagar.
Entonces, llegan las eliminatorias. Los aspirantes son descartados uno a uno hasta que la mejor persona o el mejor equipo se muestran aprobados.
Finalmente, llega la competencia, los Juegos Olímpicos. Éste es un momento para toda la vida, la meta por la que los atletas han luchado, trabajado, practicado, soñado. A medida que van entrando y se ubican en el centro, podemos notar las miradas de determinación en sus rostros. Nada de sonrisas tontas y forzadas. Están a punto de entregar todo lo que tienen.
Todos los nervios son exigidos. Todos los músculos están tensos. Están ahí, con toda la determinación que son capaces de tener, darán lo mejor de sí.
Por supuesto, ellos deben cumplir con las reglas de la competencia. Cualquier desviación puede resultar en la pérdida de puntos, lo que podría costarles el premio.
Ellos se despojan de todo lo que es innecesario. Éste no es el momento de usar vestimenta que llame la atención o de cargarse con accesorios que añadan peso.
Muchos deportes requieren de una enorme resistencia. Esos cuerpos reciben un vapuleo terrible. Pero no hay manera de retroceder. Sin dolor no hay recompensa. Ningún precio es demasiado alto.
Fluyen océanos de emociones. Con frecuencia, los que no logran ganar se desploman en un llanto angustiante. Pareciera que todos los años de preparación se van por el drenaje en un segundo. Para algunos, con suerte, puede haber otra oportunidad.
Una joven gimnasta realizó su salto final en la competencia con un tobillo esguinzado. Lo hizo voluntariamente. Y valió la pena cuando vio que ganaba la medalla de oro para su equipo.
Los ganadores experimentan un momento de felicidad al pararse en el podio mientras suena su himno nacional. Se retiran con sus medallas, el premio tan codiciado.
Los cristianos que miran los juegos no pueden evitar ver las aplicaciones espirituales. Las similitudes y los contrastes son sorprendentes.
Dios está buscando a los mejores competidores. En Su caso, sin embargo, los mejores no son los que el mundo elegiría. Probablemente, sean aquellos que el mundo considera tontos, débiles, radicales, despreciados – los “don nadie” (como podemos leer en 1 Co. 1:27 al 28). Los que son mejores para Dios son aquellos que Le entregan lo mejor a Él, quienes Lo consideran digno de todo lo que poseen y son.
La juventud es el mejor tiempo de Dios para el alma. Es cuando el metal todavía está derretido y aún puede ser moldeado. Es un tiempo en el que la energía está a un nivel alto y las facultades mentales están agudizadas.
Los cristianos también deben practicar. Dios nos llama a la práctica de la santidad. «No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia» (nos dice el Sal. 147:10 y 11). Nuestra práctica no es física; es espiritual. Para el creyente, «… el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.» (así leemos en 1 Ti. 4:8). Esto significa apartarnos de la contaminación del mundo para pasar tiempo en la Palabra, en oración, en meditación, y en estudio. Significa una vida de obediencia constante a la Palabra.
Probablemente Pablo estaba pensando en los Juegos Olímpicos originales cuando escribió en 1 Co. 9:24 al 27: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis… Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado».
Observe que Pablo no corría con incertidumbre. Él estaba enfocado. Mantuvo la meta a la vista y corrió hacia ella. No golpeó el aire, malgastando tiempo y esfuerzo con golpes inefectivos. Intentó hacer que cada movimiento contara para el reino. Disciplinó su cuerpo y lo puso bajo sujeción. Él pudo haber provisto para la carne, satisfaciendo sus caprichos y apetitos, pero si hubiese hecho eso, jamás hubiera sido victorioso en la vida cristiana. Le temía a la derrota. Después de haber llamado a otros a los juegos, tuvo temor de ser descalificado él mismo.
Nuestras mentes deben estar enfocadas. Deberíamos mirar a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe (según He. 12:2). Debemos guardarnos constantemente de las distracciones. Spurgeon dijo: «Aquél que ha visto morir a Jesús jamás volverá al negocio de los juguetes. Un niño, una pipa, algo de jabón, y muchas burbujas bellas. Sólo la cruz puede destetarnos de ese juego.»
Debemos estar dispuestos a aprender un nuevo lenguaje, el lenguaje del cielo. Debemos agregar nuevas palabras a nuestro vocabulario, como justificación, santificación, propiciación, y glorificación. Con el tiempo, puede que se nos requiera aprender un lenguaje extranjero para poder servir en un país diferente.
Entonces llegan las eliminatorias. Las caídas, en las Olimpíadas cristianas, son edificantes. El Dr. Paul Beck le dijo a su potencial yerno: «John, al prepararte para entrar al ministerio, quiero darte algunos consejos. ¡Manténte fiel a Jesús! Asegúrate de tener tu corazón cerca de Él cada día. Es un largo camino desde aquí hasta dónde vas a llegar, y Satanás aún no tiene apuro por tomarte. He observado que sólo uno de cada diez hombres que comienza a servir al Señor tiempo completo a los veintiún años, aún sigue en carrera a los sesenta y cinco. La mayoría son derribados moralmente, o por el desánimo, o por teologías liberales; o se obsesionan con el dinero… pero por una u otra razón, nueve de cada diez caen.»
John volvió a casa y escribió en el frente de su Biblia Scofield los nombres de veinticuatro de sus amigos y colegas de su edad, dedicados a Jesucristo y comprometidos a trabajar a tiempo completo para el Señor. Treinta y tres años más tarde, sólo tres de esos nombres aún permanecían de los veinticuatro originales.
Howard Hendricks dirigió una investigación de 246 hombres que estaban a tiempo completo en el ministerio y que experimentaron un fracaso moral personal en un período de dos años. Eso significa aproximadamente diez por mes en dos años. Cada uno de ellos comenzó firme. Más del ochenta por ciento se involucró sexualmente con otras mujeres, como resultado de la consejería con ellas. Cada uno de los 246 sin duda estaba convencido de que: «Eso nunca me ocurrirá.»
En la carrera cristiana, debemos despojarnos de todo lo innecesario. Eso fue lo que quiso decir el escritor a los Hebreos: «…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia». Ningún exceso de equipaje. No debemos enredarnos en los negocios de la vida (como dice 2 Ti. 2:4).
¡Cristo, debe ser primero en nuestra vida!