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Autor: William MacDonald

Un cordón de oro recorre las Escrituras, una verdad que reaparece constantemente en el tejido de la Palabra. La verdad es ésta: Dios quiere lo primero y Dios quiere lo mejor. Él quiere el primer lugar en nuestras vidas y quiere lo mejor que tengamos para ofrecer.


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PE2226 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” VI (1ª parte)



Estimados amigos, como ya dijimos hay un cordón de oro que recorre las Escrituras, y una verdad que reaparece constantemente en el tejido de la Palabra. La verdad es ésta: Dios quiere lo primero y Dios quiere lo mejor. Él quiere el primer lugar en nuestras vidas y quiere lo mejor que tengamos para ofrecer.

Algo: Sin Mancha

Cuando el Señor instituyó la Pascua, instruyó a los israelitas para que trajeran un cordero sin defecto (como se menciona en Éx. 12:5). Jamás deberían sacrificar a Dios un animal que estuviera cojo, ciego, defectuoso, o manchado. Eso sería detestable.

Ahora, debe quedar claro que Dios no necesita los animales que el hombre pueda ofrecerle. Cada bestia del campo es Suya, y los millares de animales de los collados (nos dice el Sal. 50:10). ¿Por qué entonces legisló que se le sacrificaran sólo animales perfectos? Lo hizo por nuestro bien, no por el Suyo propio. Lo hizo como una lección para enseñar a Su pueblo al menos una verdad fundamental: que pueden encontrar gozo, satisfacción, y plenitud sólo cuando le dan a Él el lugar apropiado en sus vidas.

También debía ser el: Primogénito

En Éxodo 13:2, Dios mandó a Su pueblo apartar a sus hijos y animales primogénitos para Él: “Conságrame el primogénito de todo vientre. Míos son todos los primogénitos israelitas y todos los primeros machos de sus animales.”

El primogénito representa lo superlativo y de más alta estima. Así dijo Jacob de Rubén, su primogénito: «mi fortaleza, y el principio de mi vigor; principal en dignidad, principal en poder.» También se menciona al Señor Jesús como «el primogénito de toda creación» (en Col. 1:15), en el sentido de que es el más excelente y que tiene la posición de mayor honor sobre toda la creación.

Al decirle a Su pueblo que santificaran a sus hijos primogénitos a Él, Dios estaba tocando un nervio muy sensible, porque en la cultura patriarcal el hijo mayor tenía un lugar especial de afecto en el corazón de sus padres. En efecto, todo estaba pensado para enseñarles a decir, lo que dicen estas palabras anónimas:

El objeto más preciado que he conocido,
Cualquiera sea ese objeto,
Ayúdame a quitarlo del trono,
Y adorarte sólo a Ti.

Debían ser, también, las: Primicias

Enseguida, Dios enseñó a los labradores a ofrecer las primicias de la tierra a la casa del Señor (así leemos en Éx. 23:19). Cuando la cosecha de grano comenzaba a madurar, el labrador debía ir al campo, cosechar un manojo de los primeros granos maduros, y presentarlos como una ofrenda al Señor. Este haz de espigas de las primicias reconocía a Dios como el Dador de la cosecha, y mostraba que Él recibiría Su porción. Claro que es obvio que Dios no necesita el grano, pero el pueblo necesita un recordatorio constante de que el Señor es digno de lo primero y lo mejor.

Cuando los animales para el sacrificio eran trozados, los sacerdotes a veces tenían permitido tomar ciertas partes; los que ofrendaban podían comer otras partes, pero la grasa siempre era ofrecida al Señor (como leemos en Lv. 3:16). La grasa era considerada como la mejor y más rica parte del animal y, por tanto, le pertenecía a Él. Solo lo mejor era suficiente.

Algunas de las buenas leyes de Dios eran también diseñadas para salvaguardar la salud de Su pueblo. Aquí, por ejemplo, la prohibición de comer la grasa protegía a las personas contra la arterosclerosis, que es causada por el exceso de colesterol. Pero el cometido principal de esta ley era enseñarles a dar lo mejor a Dios.

También se debía ofrecer la: Primera Masa

Esta obligación de poner a Dios primero se extendía a cada área de la vida, no sólo el lugar de adoración sino también la cocina. El pueblo del Señor era instruido a ofrecer una torta de su primera masa para una ofrenda leudada. Así leemos en Nm. 15:21: «De las primicias de vuestra masa daréis a Jehová ofrenda por vuestras generaciones». Mezclar un montón de masa parece más una tarea cotidiana, algo que no es especialmente espiritual. Pero al ofrendar lo primero de la masa al Señor, un judío piadoso estaba confesando que Dios debe tener el primer lugar en todo en su vida. También era una negación de la distinción entre lo secular y lo sagrado. Aunque es evidente que Dios no necesitaba la masa, el Señor debía ser reconocido como el Dador del pan diario de la persona.

Vemos este principio explicado en una de las instrucciones a los levitas, en Nm. 18:29: «De todos los dones que reciban, reservarán para mí una contribución. Y me consagrarán lo mejor». Puesto que todos nosotros nos volvemos como lo que adoramos, es imperativo que tengamos una apreciación apropiada de Dios. Los pensamientos mediocres sobre Dios son destructivos. Sólo cuando las criaturas le damos al Creador el lugar que se merece, podremos alzarnos sobre carne y sangre y conseguir la dignidad para la que fuimos diseñados.

Mientras seguimos este cordón dorado a través del Antiguo Testamento, podemos ver una lección práctica en el episodio cuando Elías se encuentra con una viuda pobre, en un lugar llamado Sarepta (este relato se encuentra en 1 R. 17:7 al 24). Le pidió a la mujer un poco de agua y un trozo de pan. Ella se disculpó porque todo lo que tenía era un puñado de harina y un poco de aceite, suficiente para hacer una última comida para ella y su hijo antes de morir de hambre.

«No te preocupes» -dijo el profeta- «primero haz un poco de pan para mí, y luego usa el resto para ti y tu hijo.»

Ahora, eso suena como una petición sorpresivamente egoísta, ¿no? Hasta parece que el profeta es culpable de tener malos modales. Decir «Sírveme primero» es espantoso y a la vez una violación de la moral.

Pero lo que debemos entender es que Elías era el representante de Dios. Estaba allí en lugar de Dios. Él no fue culpable de ser egoísta o rudo. Lo que estaba diciendo es: «Mira, soy el profeta de Dios. Al servirme primero a mí, en realidad estás dándole a Dios el primer lugar, y mientras hagas eso, jamás tendrás necesidades en la vida. Tu costal de harina nunca se agotará y tu vasija de aceite de oliva siempre estará llena.» Y así sucedió exactamente.

Salomón reforzó el principal reclamo de Dios para nuestras vidas en las ya conocidas palabras de Pr. 3:9: «Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos». Eso significa que cada vez que tenemos un aumento en nuestra paga, debemos asegurarnos de que el Señor sea el primero en recibir Su porción.

Lo primero, es el Reino

Al leer el Nuevo Testamento, escuchamos al Señor Jesús insistiendo que Dios debe tener el primer lugar: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (dice en Mt. 6:33). Es la misma verdad que Elías compartió con la viuda: Aquellos que le dan al Señor el lugar de supremacía en su vida, jamás tendrán que preocuparse por las necesidades básicas de ella.

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