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Autor: William MacDonald

Un cordón de oro recorre las Escrituras, una verdad que reaparece constantemente en el tejido de la Palabra. La verdad es ésta: Dios quiere lo primero y Dios quiere lo mejor. Él quiere el primer lugar en nuestras vidas y quiere lo mejor que tengamos para ofrecer.


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PE2227 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” VI (2ª parte)



¿Cómo están amigos? Recordamos algunos conceptos vertidos en el programa anterior, y continuamos adelante. Mientras seguimos el cordón dorado a través del Antiguo Testamento, podemos ver una lección, en 1 R. 17:7 al 24, cuando Elías se encuentra con una viuda pobre en un lugar llamado Sarepta . Le pidió a la mujer un poco de agua y un trozo de pan. Ella se disculpó porque todo lo que tenía era un puñado de harina y un poco de aceite, suficiente para hacer una última comida para ella y su hijo antes de morir de hambre.

«No te preocupes» -dijo el profeta- «primero haz un poco de pan para mí, y luego usa el resto para ti y tu hijo.»

Ahora, eso suena como un pedido sorpresivamente egoísta, ¿no? Hasta parece que el profeta es culpable de tener malos modales. Decir «Sírveme primero» es espantoso y a la vez una violación de las leyes morales.

Pero, lo que debemos entender es que Elías era el representante de Dios. Estaba allí en lugar de Dios. Él no fue culpable de ser egoísta o rudo. Lo que estaba diciendo es: «Mira, soy el profeta de Dios. Al servirme primero a mí, en realidad estás dándole a Dios el primer lugar, y mientras hagas eso, jamás tendrás necesidades en la vida. Tu costal de harina nunca se agotará y tu vasija de aceite de oliva siempre estará lleno.» Y así sucedió exactamente.

Salomón reforzó el principal reclamo de Dios para nuestras vidas en las ya conocidas palabras de Pr. 3:9: «Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos». Eso significa que cada vez que tenemos un aumento en nuestra paga, debemos asegurarnos de que el Señor sea el primero en recibir Su porción.

Primero, el Reino

Al leer el Nuevo Testamento escuchamos al Señor Jesús insistiendo que Dios debe tener el primer lugar: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.» (nos dice en Mt. 6:33). Es la misma verdad que Elías compartió con la viuda: aquéllos que le dan al Señor el lugar de supremacía en sus vidas jamás tendrán que preocuparse por las necesidades básicas de ellas.

Quizás nos hemos familiarizado tanto con el Padre Nuestro (que encontramos en Mt. 6:9 al 13), que nos perdemos el significado del orden que está contenido en el mismo. Nos enseña a poner a Dios primero («Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre») y sus intereses («Venga tu reino, hágase tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra»). Es entonces, y no antes, cuando se nos invita a presentar nuestras peticiones personales («El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy», etc.)

Y así como se le debe dar el lugar de supremacía al Padre, también al Señor Jesús, quien es miembro de la Divinidad. Es por esto que leemos en Col. 1:18: «… a fin de que Él tenga en todo la primacía».

El Salvador insistió en que el amor de Su pueblo por Él debería ser tan grande que todos los demás amores serían como odio en comparación. «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo» (nos dijo en Lc. 14:26). Jesús debe tener el primer lugar en nuestro amor.

Pero, existen también: Ofrendas Imperfectas

Lamentablemente, el Señor no siempre obtiene el primer y mejor lugar en Su pueblo. En días de Malaquías, cuando llegaba el momento de ofrendar al Señor, un granjero se quedó con los mejores animales para la cría o para la venta, y le dio al Señor de los desechados. Él decía que cualquier cosa era buena para el Señor. El lucro se volvió lo primero. Por esta causa, Malaquías dijo con voz de trueno, en el cap. 1, vs. 8: «Ustedes traen animales ciegos para el sacrificio, y piensan que no tiene nada de malo; sacrifican animales cojos o enfermos, y piensan que no tiene nada de malo. ¿Por qué no tratan de ofrecérselos a su gobernante? ¿Creen que estaría él contento con ustedes? ¿Se ganarían su favor?» (así leemos en la Nueva Versión Internacional).

Una madre cristiana estaba trabajando febrilmente en la cocina mientras un predicador se encontraba con su hijo en la sala. El predicador estaba hablando sobre las maravillosas oportunidades que este joven tenía en la obra del Señor, debido a sus habilidades. De pronto se oyó una voz estridente que venía de la cocina: «No le hable así a mi hijo. Eso no es lo que he planeado para él».

Una noche un ejecutivo cristiano se encontraba explicando sus metas para su hijo: estudiar en una de las universidades más destacadas, una carrera prestigiosa en el negocio y una cómoda jubilación. El hijo no estaba interesado. Él quería pasar su vida en el servicio al Señor. Siguieron hablando pero ninguno de los dos llegaba a ningún lado. Finalmente, el hijo dijo: «Bueno, papá, ¿tú quieres que sirva al Señor, o no?» Más tarde, el padre me dijo: «Ese fue el final de la discusión».

En una nota más feliz, Spurgeon le dijo a su hijo: «Hijo mío, si Dios te llama al campo misionero, no quisiera verte cometer la tontería de ser rey».

¿Qué pasa con nosotros?

¿Qué pasa hoy? ¿Cómo podemos darle al Señor lo mejor y lo primero? ¿Cómo podemos hacer que este principio sea algo práctico en nuestras vidas?

Podemos hacerlo en nuestro empleo al obedecer a los que están por encima de nosotros; al trabajar con el corazón como para el Señor, y no para los hombres; al reconocer que servimos al Señor Jesucristo (como se nos exhorta en Col. 3:22 al 24). Si las demandas de trabajo comenzaran a reclamar prioridad sobre las demandas de Cristo, debemos estar preparados para decirles, en efecto: «Hasta aquí llegas, no más allá, y aquí se detendrán tus orgullosas olas». Debemos estar dispuestos a hacer más para el Salvador de lo que haríamos por una empresa.

Podemos hacerlo en nuestro hogar al mantener fielmente un altar familiar, durante el cual lean la Biblia y oren juntos. Sí, podemos hacerlo al criar hijos para el Señor, no para el mundo, para el cielo y no para el infierno.

Como dijo Mary Thomson:
Da a tus hijos para llevar el mensaje glorioso;
Da tus riquezas para apurarlos en sus caminos;
Derrama tu alma por ellos en victoriosa oración;
Y todo lo que gastes, Jesús te lo repondrá.

Podemos hacerlo en nuestra congregación local al asistir fielmente y participar con entusiasmo. George Mallone cuenta de un anciano que rechazó una invitación a una cena presidencial en la Casa Blanca, porque sus responsabilidades pastorales no le permitían tener esa noche libre. Después que Michael Faraday dio una brillante exposición sobre la naturaleza y propiedades del imán, la audiencia propuso un voto formal de felicitación. Pero Faraday no estuvo allí para recibirla. Se había escabullido a la reunión de oración semanal de su iglesia, una iglesia que nunca tuvo más de veinte miembros.

Podemos poner a Dios primero en la administración de nuestros bienes materiales. Hacemos esto al adoptar un estilo de vida simple, y de esta forma todo el excedente puede volcarse a la obra del Señor. Lo hacemos al compartir con los que tienen necesidades espirituales y físicas. Además, lo hacemos al invertir para Dios y para la eternidad.

Pero la mayor manera en que podemos darle a Dios el primer lugar es al presentar nuestras vidas a Él, al comprometernos con Él no sólo para la salvación sino también para el servicio. Nada menos que eso es suficiente, cuando pensamos en todo lo que Él hizo por nosotros.

Así lo expresó J. Sidlow Baxter:
Oh Cristo, Tus manos y pies sangrantes,
Tu sacrificio por mí:
Cada herida, cada lágrima demanda que mi vida
Sea un sacrificio para Ti.

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