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Autor: William MacDonald

Debemos movernos hacia un caminar diario de entrega completa al señorío de Cristo. Necesitamos enfrentar algunos hechos y considerar su lógica. Cada muestra del plan de Dios para la redención trae consigo un deber. Debemos maravillarnos con las verdades que fluyen del Calvario y decidir lo que vamos a hacer al respecto.


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PE2233 – Estudio Bíblico
“Compromiso total” VIII (2ª parte)



Existe una cuarta razón sobre por qué la entrega total es la cosa más razonable, racional y lógica que podemos hacer. Y es que el amor de Cristo nos obliga. Pablo nos habla, en 2 Co. 5:14 y 15, sobre cómo este amor nos mueve: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.

Permítame desglosarlo en una serie de enunciados simples:

  • Todos estábamos muertos en delitos y pecados.
  • El Señor Jesús murió por nosotros para que podamos vivir.
  • Pero Él no murió para que vivamos vidas egoístas y egocéntricas.
  • En lugar de eso, quiere que vivamos para Él, Quien murió por nosotros.

Tiene sentido, ¿no?

Tomemos un momento para pensar sobre ese amor.

Es eterno, el único amor que no tiene origen. Abarca todas las edades y no tiene fin. Nuestras mentes se esfuerzan por comprender un amor que sea interminable e incansable.

Es inconmensurable. Su altura, profundidad, longitud y anchura son infinitas. En ninguna otra parte encontramos tal extravagancia. Los poetas lo han comparado con las mayores expansiones de la creación, pero las palabras siempre parecen quedarse cortas ante semejante idea.

El amor de Cristo por nosotros no tiene causa y no es provocado. Él no podría ver nada digno de ser amado o meritorio de Su afecto en nosotros; mas aun así Él nos ama. Lo hace porque Él es así.

Nuestro amor por otros a veces se basa en la ignorancia. Amamos a las personas porque realmente no sabemos cómo son. Los juzgamos por su apariencia, pero cuanto más llegamos a conocerles, más nos damos cuenta de sus faltas y fallas, y entonces nos resultan menos agradables. Pero el Señor Jesús nos amó aun sabiendo todo lo que seríamos o haríamos. Su omnisciencia no canceló Su amor.

Pero hay muchísima gente en el mundo – unos seis mil millones. ¿El Dios soberano puede amar a cada uno personalmente?

Entre tanta gente, ¿puede ocuparse de alguien?

¿El amor especial puede estar en todas partes?

Sí, con Él no hay menospreciados. Nadie es insignificante. Su afecto fluye a cada individuo del planeta.

Semejante amor es incomparable. La mayoría de las personas conocen el amor de una madre dedicada. O el fiel amor de una esposa o un esposo. David conoció el amor de Jonatán. Jesús conoció el amor de Juan. Pero nadie jamás ha experimentado nada humano que se pueda comparar con el amor divino. Como nos recuerda un himno: «Nadie cuidó de mí mejor que Jesús.»

En Romanos 8 Pablo escudriña el universo buscando algo que pueda separar a un creyente del amor de Jesús, pero no hay nada. “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios.”

Es asombroso darse cuenta que el Omnipotente no puede amarlo a usted o a mí más de lo que nos ama ahora. Su amor no tiene restricciones ni reservas en lo absoluto.

En un mundo de constante cambio, es importante encontrar algo que sea invariable: esto es, el amor de Cristo. Nuestro amor se mueve en ciclos. Es una montaña rusa emocional. No es así con nuestro Señor. Su amor nunca desfallece ni varía. Es constante.

Su amor es puro, libre de egoísmos, de arreglos injustos, o motivaciones indignas. Es inmaculado y no tiene ni una sombra de deshonra.

Así como Su gracia, el amor de Jesús es gratuito. Por esta razón podemos estar eternamente agradecidos pues somos unos pobres pecadores en quiebra. Aun poseyendo toda la riqueza del mundo, jamás podríamos poner precio a un amor tan invaluable.

Este es un amor imparcial. Hace que el sol brille sobre justos e injustos. Ordena a la lluvia caer sin discriminación.

Su amor se manifiesta en el acto de dar. «Cristo amó a la iglesia y dio…» Puesto que es más bienaventurado dar que recibir, el Señor siempre tiene el privilegio de ser el más bendecido.

Una de las cosas más sorprendentes de este amor, es que es sacrificial. Lo llevó al Calvario, su mayor demostración. En la cruz vemos un amor que es más fuerte que la muerte, que ni siquiera las olas de la ira de Dios lo pudieron ahogar.

Este amor tan único sobrepasa nuestras capacidades de descripción. Es sublime, incomparable, el Everest del afecto. Nuestro diccionario actual no tiene términos adecuados para describirlo. No existen suficientes adjetivos – sencillo, comparativo y superlativo. Podemos seguir y llegar al punto de tener que decir lo que la Reina de Sabá dijo sobre la gloria de Salomón: «Ni aun se dijo la mitad.» Sobrepasa el idioma humano.

Podemos buscar en el universo entero un mejor diccionario, o un vocabulario más vasto, pero todo sería en vano. No será sino hasta que lleguemos al cielo y contemplemos al Amor Encarnado que veremos con una visión más clara, y entenderemos con un intelecto más agudo, el amor que el Señor Jesucristo tiene por nosotros. Y aun allí, no habrá acabado.

Éste es el tipo de amor que nos lleva a vivir para el que murió por nosotros.

Amor tan maravilloso, tan divino
Demanda mi corazón, mi vida, mi todo.

Y es que: No Somos Nuestros

Por eso, la quinta razón es que: la simple honestidad nos demanda que rindamos nuestras vidas a Él. Nuestro Señor Jesús nos compró en el Calvario. Él pagó un precio enorme -Su propia sangre. Entonces, si Él nos compró, nosotros ya no nos pertenecemos, le pertenecemos a Él. Es una de las dulces paradojas del cristianismo que, aunque todas las cosas son nuestras (como dice 1 Co. 3:21), nosotros no nos pertenecemos. Eso quiere decir que si tomamos nuestra vida y hacemos lo que queremos con ella, estamos tomando algo que no nos pertenece. Y hay una palabra para eso: robo. La entrega total nos salva de ser ladrones. Cuando C. T. Studd vio esto, escribió:

Supe que Jesús murió por mí, pero nunca había entendido que al haber muerto por mí, entonces yo no me pertenecía. La redención significa volver a comprar, así que si yo le pertenezco a Él, me queda la opción de ser ladrón y quedarme con lo que no es mío, o tengo que entregarle todo a Dios. Cuando me di cuenta de que Jesús había muerto por mí, no me resultó difícil dejar todo por Él.

La lógica es irrefutable, ¿o no? ¿Pero qué vamos a hacer al respecto?

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