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¿Hasta qué punto pueden el poder, el orgullo y la idolatría afectar a alguien, en posición de autoridad, que permanece en ellos? ¿Acaso Dios no da aviso antes de actuar interviniendo conforme a Su naturaleza?
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PE2826- Estudio Bíblico
Cuando Dios evidencia locura
Amigos, ¿cómo están? Hoy comenzaremos a estudiar sobre Dios y la política mundial. Es una serie de lecciones actuales de Daniel 4. El poder puede ser adictivo. Tiene la capacidad de tentar a una persona hasta volverla presumida y megalómana. El rey Nabucodonosor, a quien encontramos en el libro de Daniel, estaba drogado de poder. Había alcanzado la cima. Gobernaba sobre un gran imperio como líder absoluto. Los pueblos y las naciones estaban a su servicio. Además, su gran urbanismo había hecho de Babilonia la ciudad más grande, rica y cautivadora del mundo.
Cuando Dios mostró al emperador algunos acontecimientos futuros a través de un sueño y le brindó su significado por medio del profeta Daniel, Nabucodonosor no se convirtió al Dios de Israel, sino que quiso tomar su lugar. Fue así que construyó una estatua de oro con su figura y le declaró la guerra a Dios. Pretendía ser él quien terminara el curso de la historia. Sin embargo, su derrota no demoró en llegar.
En la propia ceremonia de inauguración de la estatua de oro se vio enfrentado a la vergüenza pública. Por negarse a inclinarse ante la estatua, tres amigos de Daniel, fueron arrojados a un horno de fuego, pero permanecieron ilesos. Frente a este hecho, y a pesar del asombro de Nabucodonosor, el rey decidió, por segunda vez, no convertirse al Dios vivo y verdadero. Su arrogancia y soberbia iban en aumento, pues se había convencido de su sabiduría y omnipotencia.
El Dios de Israel, quien como leemos en Daniel 2:21 “quita reyes y pone reyes”, a pesar de ser su Creador y haberse revelado a él, no jugaba ningún papel en su vida. Nabucodonosor era impío, y sería esta misma impiedad la que lo conduciría hacia la completa demencia. No podemos dejar de maravillarnos por la paciencia, longanimidad y misericordia que Dios muestra en esta historia. Él vuelve a advertir a Nabucodonosor por medio de otro sueño. Dejemos que sea el rey quien nos los cuente en Daniel 4:4-9:
“Yo Nabucodonosor estaba tranquilo en mi casa, y floreciente en mi palacio. Vi un sueño que me espantó, y tendido en cama, las imaginaciones y visiones de mi cabeza me turbaron. Por esto mandé que vinieran delante de mí todos los sabios de Babilonia, para que me mostrasen la interpretación del sueño. Y vinieron magos, astrólogos, caldeos y adivinos, les dije el sueño, pero no me pudieron mostrar su interpretación, hasta que entró delante de mí Daniel, cuyo nombre es Beltsasar, como el nombre de mi dios, y en quien mora el espíritu de los dioses santos. Conté delante de él el sueño, diciendo: Beltsasar, jefe de los magos, ya que he entendido que hay en ti espíritu de los dioses santos, y que ningún misterio se te esconde, declárame las visiones de mi sueño que he visto, y su interpretación”.
Podemos destacar dos cosas de este pasaje. En primer lugar, el rey continuó consultando a sus adivinos y astrólogos, a pesar de que había experimentado que tan solo el Dios de Daniel era capaz de revelar de forma fiable la interpretación de sus sueños. Fue así que siguió aferrándose al ocultismo y la idolatría. Solo cuando se hizo evidente que no podía prescindir de Daniel, ordenó que lo buscasen. En segundo lugar, insistió en llamar a Daniel por su nombre babilónico Beltsasar, una referencia a su dios. Nabucodonosor siguió aferrado a su politeísmo, a su adoración y servicio a los ídolos. Finalmente, el rey contó a Daniel su sueño en Daniel 4:19-26:
“Entonces Daniel, cuyo nombre era Beltsasar, quedó atónito casi una hora, y sus pensamientos lo turbaban. El rey habló y dijo: Beltsasar, no te turben ni el sueño ni su interpretación. Beltsasar respondió y dijo: Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te quieren. El árbol que viste, que crecía y se hacía fuerte, y cuya copa llegaba hasta el cielo, y que se veía desde todos los confines de la tierra, cuyo follaje era hermoso, y su fruto abundante, y en que había alimento para todos, debajo del cual moraban las bestias del campo, y en cuyas ramas anidaban las aves del cielo, tú mismo eres, oh rey, que creciste y te hiciste fuerte, pues creció tu grandeza y ha llegado hasta el cielo, y tu dominio hasta los confines de la tierra. Y en cuanto a lo que vio el rey, un vigilante y santo que descendía del cielo y decía: Cortad el árbol y destruidlo; mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce en la hierba del campo; y sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias del campo sea su parte, hasta que pasen sobre él siete tiempos; esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere. Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna«.
No es de extrañar que Daniel sintiera miedo y preocupación, pues es difícil imaginar una peor humillación para un rey. Sin embargo, el profeta de Dios sabía cómo evitar este futuro desastre, y dio a Nabucodonosor algunas instrucciones claras al respecto, lo leemos en Daniel 4:27: «Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad». Los pecados de impiedad e incredulidad siempre nos arrastran a cometer otros pecados. Sin duda, en el reinado babilónico no faltaron las grandes injusticias, el abuso de poder y la opresión a los pobres. El rey debía confesar sus pecados y arrepentirse, sustituyendo sus prácticas pecaminosas por obras de justicia, agradables a Dios.
Daniel conocía de la misericordia de Dios y de su disposición a perdonar al pecador arrepentido. La invitación al arrepentimiento es el llamamiento de Dios a todo pecador. Él también nos llama al arrepentimiento y a la conversión cuando persistimos en nuestra impiedad e incredulidad. Pese a esto, el poder tenía un firme control sobre Nabucodonosor, por lo que decidió ignorar la advertencia y rechazar el consejo de su asesor, un siervo temeroso de Dios. Dios extendió su paciencia con este incorregible gobernante durante doce meses más. Entonces su advertencia se hizo realidad. Dice Daniel 4:28 al 33:
“Todo esto vino sobre el rey Nabucodonosor. Al cabo de doce meses, paseando en el palacio real de Babilonia, habló el rey y dijo: ¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad? Aún estaba la palabra en la boca del rey, cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor: El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. En la misma hora se cumplió la palabra sobre Nabucodonosor, y fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del cielo, hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus uñas como las de las aves”.