Cuando Dios llama dos veces: Conoce a tu enemigo (32ª parte)
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1 enero, 2023Autor: Eduardo Cartea Millos
El Señor llamó dos veces a Pedro advirtiéndole de la lucha que se venía. Esa lucha es necesaria, porque fortalece la fe, descubre al que no es cristiano, saca a luz tanto la debilidad humana como el poder de Dios.
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PE2878- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (33ª parte)
Conflicto Seguro
En Romanos 12.2, el apóstol exhorta: “No os conforméis a este siglo”. Aquí siglo se puede traducir como “época”. ¿Cómo es la época que vivimos? Es la época de indiferencia hacia Dios y sus leyes de un mundo que está enajenado de Dios, que le da la espalda. Que vive “su vida”, dicta “sus propias leyes”, sigue “sus propios principios”. Pero estos principios no solo no tienen que ver con los de Dios, sino que son contrarios, opuestos a los de Dios.
En 1 Juan 2.15, el apóstol dice: “No améis el mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. ¿A qué cosas se refiere Juan? Muchas veces son lugares, estilos, modas, etc. Otras veces son “conceptos mundanos”, “tendencias mundanas”, “formas de pensar mundanas”.
El mundo piensa y actúa “a su manera”. Y muchas veces esos
conceptos mundanos se “pegan” en la mente y en la forma de expresarse del cristiano.
No todo en el mundo es malo, inmoral. Hay cosas que son “cultas”, “refinadas” y hasta “razonables”, pero cuando algo ocupa el lugar del Señor y su palabra, cuando los principios que guían nuestra vida, nuestra conducta son principios mundanos, eso es “el mundo” y nos amolda a su criterio, a su forma de ser, sentir y vivir.
Dice H. Alonso: “El mundo atrae, y atrae con anestésicos”. Esa medicina que se aplica para amortiguar los dolores. El mundo es atraído con esos anestésicos que le hacen olvidar por un rato sus problemas, su desaliento, su desesperanza. Y muchas veces el creyente es atraído de la misma forma, porque esos anestésicos llenan un corazón que está vacío de Dios, vacío de su Palabra, vacío de Su presencia.
¿Por qué los fines de semana los cines, los teatros, los lugares de baile, los estadios de deportes y otros lugares semejantes se llenan de personas? Porque buscan distracción, despejar sus mentes de sus problemas. Esos lugares, esas distracciones, llenan el corazón del mundo para anestesiarles de su vacío interior.
Lo peor es que los cristianos busquemos esas cosas. No juzgamos si ver televisión o alguna película (de las pocas que se pueden ver) sea esencialmente malo. O apreciar el arte, la buena literatura, la buena música, o el deporte, etc. Lo malo es cuando la mayor parte de nuestro tiempo está destinado a esas cosas, cuando son prioridad en nuestra vida, en vez de dedicar el tiempo necesario al estudio de la Palabra, a la oración, a la comunión con Dios y su pueblo, al testimonio, al servicio para el Señor.
En 1 Juan 2.16, el apóstol nos dice “las cosas que están en el mundo”: “Los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida”. Los deseos de la carne son aquellos intensos impulsos que hay en nuestra vieja y corrupta naturaleza, en nuestro “viejo hombre”, el asiento del pecado, que rechazan todo lo que es del Espíritu y agrada a Dios. El deseo de los ojos es aquella vía de comunicación entre nosotros y el mundo, de aquello que entra por ellos. Los ojos siempre están ávidos de ver lo que no es sano, sino infectado por la moral del mundo, aunque sea considerado bueno, artístico, estético, pero que es alienado de Dios y su voluntad, y que despierta en el interior del ser una inclinación hacia la transgresión y el pecado. La vanagloria o la soberbia de la vida es la orgullosa autosuficiencia que se apoya en nuestro poder y llega a decir, como pensó Pedro: “a mí no me va a pasar”; “yo puedo vencer esta tentación”; “esto no me hace mal”; etc.
El mundo es el atractivo del dios de este siglo.
La necesidad del conflicto, (v. 31), “Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo”.
Parecería paradójico, pero la prueba es necesaria en la vida del creyente.
Primero, para templar la vida cristiana. Cuando un herrero trabaja en su pieza de metal, si quiere obtener resistencia en la aleación de hierro, necesita ese proceso que se llama templado, que consiste en el calentamiento al rojo de la pieza y luego un baño en agua o en aceite frío. Lo mismo, un orfebre lo hace con su metal precioso que luego se transformará en una joya. El intenso calor de la fragua permitirá quitar toda la escoria, para que quede el metal puro. Así lo explica Pedro en su primera epístola 1.7: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Así tampoco era posible con los métodos de aquel tiempo separar el trigo de la paja sino con la zaranda. La fe genuina debe ser probada, para obtener la aprobación divina.
En Mateo 4.1 leemos: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”. Fue el mismo Espíritu el que lo llevó. Era necesario que el hombre Jesús pasara por aquel tiempo de prueba, para que experimentara lo que todos los hombres experimentamos, que fuera “tentado en todo según nuestra semejanza”, aunque “sin pecado”, para venir a ser un “misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere”. Y ¿para qué? El siguiente versículo lo aclara para nuestra bendición y consuelo: “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. (Heb. 2.17, 18).
En segundo lugar, es necesaria la tentación para separar la paja del trigo. Para evidenciar quiénes son de Cristo y quiénes no. En 1 Juan 2.19, leemos: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”.
El mismo Señor Jesucristo lo dice en la parábola del sembrador. Entre la semilla que es llevada por las aves, es decir la que es arrebatada por el malo del corazón de aquel que la oye, pero no la entiende, y la semilla que cae en buena tierra, es decir en el que oye, entiende, recibe y permanece para luego dar fruto, hay otros dos terrenos donde el resultado se frustra. Está aquel que fue sembrado entre pedregales: recibe la palabra con gozo, pero como no tiene raíz en sí, “es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”. Finalmente está el que fue sembrado entre espinos, que es el que “oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mt. 13.19-23). Así que estos dos últimos no son trigo, sino, al fin, “paja que se lleva el viento” (Sal. 1.4).
La prueba demuestra si verdaderamente somos del Señor, como el fuego derrite la cera, pero endurece el hierro, Al fin se cumplirá lo que Juan el Bautista decía en su valiente predicación: “Su aventador (su rastrillo) está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. Si somos trigo, podrán venir el viento del zarandeo, y aún tempestades en nuestra vida, pero estaremos en el granero del Señor. Ni la negación de Pedro, ni la incredulidad de Tomás, ni el cobarde temor de los discípulos impidieron –salvo aquel que no era trigo y ya no estaba entre ellos–, que permanecieran hasta el fin, hasta ver partir a su Maestro en las nubes.
Pero también, en tercer lugar, es necesaria la tentación para comprobar nuestra debilidad y, al mismo tiempo, el poder de Dios. Pablo sabía que lo que no quería hacer, eso hacía y aquello que deseaba hacer, le era imposible cumplir (Ro. 7.15-25). Pero se gloriaba en que cuando era débil, entonces era fuerte (2 Co. 12.10). No podemos resistir al diablo con nuestra fuerza, inteligencia, o estrategias humanas. Debo saber decir, como el salmista: “Sepa yo cuán frágil soy” (Sal. 39.4). Así que, nuestra victoria solo radica en el poder del Señor. Solo podemos decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 1.21) y “Gracias sean dadas a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15.57).
Los métodos que emplea el adversario (v. 31) “os ha pedido para zarandearos como a trigo”.
¿Qué cosa era la zaranda del trigo? G. Hendriksen lo explica muy claramente en su Comentario al Evangelio:
“El zarandeo del trigo se refiere básicamente a la sacudida repetida, rápida y violenta del trigo en el tamiz. Alguien –con frecuencia una mujer– toma el tamiz con las dos manos y comienza a agitarlo vigorosamente de lado a lado para que el tamo suba a la superficie. Esto entonces es desechado. Luego, da al tamiz un movimiento como de columpio, levantándolo ya de un lado luego del otro, soplando al mismo tiempo para que la paja restante forme un montón que se pueda sacar fácilmente. Por supuesto, el propósito es guardar el trigo que ahora queda separado de la paja y de otros materiales indeseables”.
La zaranda del enemigo es su forma astuta, dura y violenta de tentarnos. A veces actúa ferozmente, como el león rugiente que menciona el mismo apóstol Pedro en su 1ª. Epístola, capítulo 5. Está “buscando a quien devorar”. A veces actúa sutilmente, como la “serpiente antigua” que es. Entonces “se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11.14).
Pero, de una u otra forma, Satanás y su ejército de demonios actúan astutamente y persistentemente poniendo trampas en nuestro camino para hacernos tropezar y caer. El salmo 91.3 habla del “lazo del cazador”. Pablo en 1 Timoteo 3.7, y 2 Timoteo 2.26 habla del “lazo del diablo”.
“Con furia y con afán, acósanos Satán,
Por armas deja ver astucia y gran poder;
Cual él no hay en la tierra”.