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Autor: Eduardo Cartea Millos

El Señor llamó dos veces a Pedro advirtiéndole de la lucha que se venía. En esa lucha la victoria es posible, porque Él intercede por nosotros, porque en Él no luchamos por una victoria sino partiendo de Su Victoria.


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PE2880- Estudio Bíblico
Cuando Dios llama dos veces (35ª parte)



La victoria es posible

Hay dos lugares en el Nuevo Testamento en los cuales podemos leer que el Señor Jesús vive para interceder por los suyos: Romanos 8.34, ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”, y Hebreos 7.25, “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Como dice Ch. Ryrie:   

“Al parecer, esta obra de orar por nosotros tiene dos aspectos: curativo y preventivo. El curativo es necesario para mantener la comunión cuando pecamos (1 Juan 2.1); el preventivo nos ayuda a evitar que pequemos, particularmente cuando Satanás nos ataca”.

En Juan 17.15 Jesús oró al Padre y le pide por los suyos en estas palabras: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. La palabra “mal” aquí está traducida como “cosas malas, perjudiciales para la vida cristiana, pecados”. Pero el término que se usa en el original (gr. poniros) se debería traducir mejor como “malo” o “maligno”, refiriéndose al mismo Satanás. Así es recordado por Juan en su primera epístola 2.13, 14; 3.12, 5.18, 19. El mismo Señor lo pide al Padre en la oración modelo, donde deberíamos leer: “No nos metas en la tentación, mas guárdanos del malo”, del maligno.

Maligno habla del carácter de Satanás. Es un fiero enemigo que está siempre procurando hacer mal, dañar, destruir. “El ladrón –dice Jesús en Juan 10.10–, no viene sino para hurtar, y matar y destruir”. Notemos el énfasis en los “y”. No es una cosa “o” la otra. Son las tres al mismo tiempo. Es maligno de verdad.

 Pero contamos con la protección divina. Con la intercesión de la misma Persona trina de Dios. Así lo leemos en Romanos capítulo 8: en el v. 26, el Espíritu; en el v. 27, el Padre; en el v. 34, el Hijo. ¿Podemos temer?

La victoria es posible.

La lucha es dura, difícil, permanente. Pero somos llamados a vencer. El Señor sabía cuál iba a ser el resultado de la lucha de Pedro en las próximas horas al episodio que estamos analizando. Era una batalla, e iba a perderla, pero no perdería la guerra.

Así sucedió con todos los santos de la Biblia. David dice en el Salmo 56.9:Serán luego vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare; esto sé, que Dios está por mí”.

 Pero es importante tener en cuenta cual es nuestra posición en

la lucha. Debemos entender que estamos “en Cristo”, unidos a Cristo “en lugares celestiales”. No estamos allí por nuestros propios esfuerzos. Dios nos puso allí. Así que, aunque estemos con nuestros pies tocando la tierra, nuestra vida está “escondida con Cristo, en Dios”. 

Así que la vida de un cristiano empieza descansando y termina peleando. Nos parece que debería ser al revés, pero no es así. Si entendemos esto en nuestra vida, el efecto será fantástico, pues estaremos peleando “no por una posición de victoria”, sino “desde una posición de victoria”.  ¡Es una gran diferencia!

Pablo, hablando de la lucha del creyente inventa una palabra que no existía en el idioma griego. En Romanos 8.37 dice que somos “más que vencedores”,  o “super-vencedores”. ¿Qué quiere decir con esto?  Un vencedor es una persona que derrota al enemigo. Pero un “super-vencedor”, es aquel que hace que el enemigo se transforme en una ayuda. Si alguien conoció esta condición fue Pablo mismo. Cuando se convirtió, de enemigo acérrimo del evangelio fue transformado en defensor y predicador del evangelio. Dios nos ha hecho “super-vencedores”. 

Watchman Nee escribe en su libro “Sentaos, andad, estad firmes” lo siguiente:

“Nuestra responsabilidad es de mantener y no de atacar. No es asunto de avanzar sino de permanecer: permanecer en Cristo. En la persona de Cristo, Dios ya ha vencido. Nos ha dado la responsabilidad de mantener en alto esa victoria. En Cristo la derrota del enemigo es un hecho consumado y ahora la Iglesia está para hacer evidente esta victoria sobre él. Satanás es el que tiene que contraatacar a fin de desalojarnos del terreno conquistado por Cristo. Nuestra parte no es la de angustiarnos para poseer un terreno ya nuestro. En Cristo somos vencedores: y no solo eso, sino “más que vencedores” (Ro. 8.37). Por consiguiente, en Él “estamos firmes”. No luchamos por ganar la victoria; luchamos en base a la victoria ya ganada. Nuestra lucha no tiene por fin ganar sino que luchamos porque Cristo ya ha triunfado. Vencedores son los que descansan en la victoria que Dios ya les ha dado”.

Pero aún hay otras promesas de parte de Dios:

. Dios nos lleva siempre “en triunfo en Cristo Jesús” (2 Co. 2.14).  

. Juan escribe a los jóvenes y les dice que “la Palabra de Dios mora en ellos y han vencido al maligno” (1 Jn. 2.13, 14)

. Apocalipsis 2.11 dice que los cristianos “han vencido a Satanás por la sangre del Cordero y su testimonio”.

. La Biblia nos promete: “Dios aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies” (Ro. 16.20).

La experiencia nuestra ayuda a otros (v. 32 b).

El Señor le dijo finalmente: “Y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”.

Una vez vuelto, significa, una vez restaurado. Qué tremendas serían los siguientes días en la vida de Pedro. Negar al Señor tres veces; huir de acompañarle en las horribles horas de la cruz; volver a pescar, sin rumbo ni motivación. Hasta aquella mañana en la playa, cuando, después de desayunar con el Señor, oyó por tres veces la punzante pregunta: ¿Me amas? Y Pedro se derrumbó. Todo su orgullo, toda su autosuficiencia quedó por el suelo. Y volvió. “Una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. Así que, “pastorea a mis corderos… pastorea a mis ovejas” (Juan 21.15-17).

La oración intercesora del Señor a su favor fue contestada. Pedro no perdió la fe. Y volvió al Señor para fortalecer a sus hermanos.

Aquella experiencia amarga sirvió para ayudar a otros, para decirles como escribiera años después: “Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes; humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo. Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistid firmes en la fe…”.

Volvemos a oír a MacArthur decir:

“Por el resto de su vida, Pedro necesitaría mostrar compasión hacia los que estaban pasando por problemas. Después de haber sido zarandeado por Satanás, Pedro estuvo bien preparado para sentir empatía en cuanto a las debilidades de otros. No pudo dejar de tener gran compasión por aquellos que sucumbían a la tentación o caían en pecado. Él había estado allí antes, y por esa experiencia aprendió a ser compasivo, tierno de corazón, generoso, amable y consolador de los que eran lacerados por el pecado y sus fracasos personales”.

No es bueno pasar por la experiencia de Pedro. No es bueno apartarse del Señor. Pero si eso sucedió, o llegara a suceder, lo más importante es no haber perdido la fe. La Biblia dice que “Dios restaura lo que pasó” (Ecl. 3.15)Y el Señor, en su infinita gracia puede usar nuestra triste experiencia, no solo para que no volvamos a caer, sino para alertar y alentar a otros a que sigan fieles.

Conozco una preciosa cristiana. Por muchos años vivió lejos del Señor, perdida en el mundo. Llegó hasta muy bajo. Un día me dijo: “cuántos años perdí lejos del Señor”. Pero, un día volvió al camino de la fe y le he dicho muchas veces: Tu vida puede ser de ayuda para muchos que estén pasando por tu misma experiencia. Para no caer, o para volver humillados a los pies de Cristo.

Si has pasado por alguna derrota espiritual y el Señor te restauró, permite que Él utilice tu amarga experiencia para alertar, exhortar y aun consolar a otros. David había pasado por una honda experiencia de infidelidad a Dios. Cuando volvió en sí, acusado por el dedo inquisidor de Natán y, arrepentido, buscó a Dios en demanda de su perdón, escribió el Salmo 51.

Nunca hubiéramos tenido esa preciosa canción de arrepentimiento, confesión, perdón y restauración si David no hubiera caído. Dios lo permitió, pero también nos dejó para siempre un salmo sumamente necesario para la hora de la tentación. Dice desde su pluma inspirada: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. Entonces enseñaré a los transgresores tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti” (v. 10, 12, 13).

Podrás decir como el mismo David: El redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí, aunque contra mí haya muchos” (Sal. 55.18).

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