Cuide su Lengua (2ª parte)

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Cuide su Lengua 
(2ª parte)

Autor: William MacDonald

  La palabra discípulo ha sido por demás utilizada, y cada usuario le ha dado el significado de su conveniencia. El autor de este mensaje nos lleva a examinar la descripción de discipulado que presentó Jesús en sus enseñanzas, la cual se halla también en los escritos de los apóstoles, para que aprendamos y descubramos más acerca de este concepto.


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PE1951 – Estudio Bíblico  – Cuide su Lengua (2ª parte)



¿Cómo están amigos? Continuamos enumerando las cualidades que deberían caracterizar nuestra forma de hablar.Por supuesto, las palabras del creyente deben ser puras.Pero fornicación y toda impureza o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos. Tampoco digáis palabras deshonestas, ni necedades, ni groserías que no convienen, sino antes bien acciones de gracias” (nos dice Ef. 5:3 y 4). Cuanto más hablamos del pecado y la inmoralidad, menos serios nos parecen a nosotros y a los que nos escuchan. Adquieren una familiaridad mortal, y dejamos de horrorizarnos por ellos. Es verdad que la Biblia a veces habla sobre pecados horribles, pero siempre de una manera que permite crear repudio, nunca para remitirlos, disminuirlos o crear el deseo de cometerlos.

Nadie se opone al humor sano, pero lo cierto es que la trivialidad excesiva lleva a una pérdida de poder espiritual. Con frecuencia, el Espíritu Santo es contristado durante las reuniones por una oleada de historias cómicas. Las anécdotas entretenidas han diluido la solemnidad de la exposición del evangelio. No fuimos llamados a ser comediantes.

Otra cualidad es que:Nuestra conversación no debe ser confirmada por juramento.… No juréis en ninguna manera; ni por el cielo… ni por la tierra… ni por tu cabeza jurarás… Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.” (así nos exhorta Mt. 5:34 al 37). Y en Stg. 5:12 se nos dice: “Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación”. Las palabras del cristiano deben ser honestas y consistentes, para que no tengan la necesidad de confirmarlas con un juramento. Como dijo alguien una vez: “Los juramentos son inútiles. Un buen hombre no los necesita, y un hombre malo no les daría importancia.”

Bueno, ¿qué pasa entonces con los juramentos que se hacen en la corte de justicia? Cuando nuestro Señor estuvo frente al tribunal, el sumo sacerdote dijo: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios.” Conjurar significa ordenar bajo juramento. Como judío sujeto a la ley (y en cuanto a esto podemos leer Lv. 5:1), a Jesús se le requirió testificar bajo juramento, y así lo hizo. Esto ya aclara el tema para muchos cristianos. Pero, en caso que su conciencia no le permita hacer un juramento legal, tenga en cuenta que en los Estados Unidos se le permite testificar por afirmación. Esto quiere decir que puede responder o dar evidencias, sin necesidad de jurar ante Dios.

Todos sabemos que está mal tomar el nombre del Señor en vano y usar palabras ofensivas. ¿Y qué pasa con las palabras disfrazadas, o mejor dicho, los eufemismos que reemplazan las palabras prohibidas? También violan las Escrituras, tanto como sus contrapartes más obvias.Otra cualidad es que:Nuestras palabras deben ser reverentes.No deberíamos hablar a la ligera, o sin respeto, de las cosas sagradas. No deberíamos jugar con la Escritura, citando versículos bíblicos de manera humorística y fuera de contexto. Los asuntos divinos son serios.

Los siervos de Cristo deberían evitar hacer acotaciones imprudentes. Las ansias por entrometerse en cada conversación a través de chanzas o bromas sólo nos ofrece la merecida reputación de ser un “peso pluma espiritual”.

Una cualidad más:Nuestras palabras deben estar libres de quejas.Las quejas son un insulto a la providencia de Dios. Es como querer decir que Él no sabe lo que está haciendo. Lo acusa de equivocarse o de ser culpable de algo. Es como decir que Él no se preocupa por nosotros. Deberíamos recordar eso cuando somos tentados a quejarnos. Es mejor desechar el pensamiento o tragarnos las palabras, y decir con las palabras del Salmo 18:30: “En cuanto a Dios, perfecto es su camino”.

Otra cualidad es:Nuestras palabras deben ser breves e ir al punto.En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente” (dice Pr. 10:19). En otras palabras, cuanto más hablamos, más propensos estamos a pecar. Podemos evitar este peligro al resistir la constante necesidad de tener que decir algo siempre. “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras” (nos exhorta Ec. 5:2). Aunque esto se refiere especialmente a los votos que se hacen a Dios, el consejo es bueno para el uso general. De hecho, un conversador compulsivo es una molestia. No para ni para tomar aire. Nadie más tiene oportunidad de pronunciar un comentario al margen. Monopoliza cada conversación y el tiempo y atención de cada desafortunado oidor.

La lengua debe seguir al pensamiento, no dirigirlo. Es más común que alguien se arrepienta de sus palabras que de su silencio. El que habla siembra, pero el que escucha cosecha.Otro punto es que: No debemos consentir el chisme. Algunos años atrás, el siguiente texto apareció en elAtlanta Journal: Soy más mortal que una peste. Gano sin matar. Derrumbo hogares, rompo corazones, y hundo vidas. Viajo en las alas del viento. Ninguna inocencia es lo suficientemente fuerte como para intimidarme, ninguna pureza lo suficientemente limpia para desanimarme. No tengo consideración por la verdad, ni respeto por la justicia, ni misericordia frente a los indefensos. Mis víctimas son tan numerosas como las arenas del mar y, a menudo, igual de inocentes. Nunca olvido y pocas veces perdono. ¡Mi nombre es Chisme! (Choice Gleanings). Quizá Santiago estaba pensando particularmente en el pecado del chisme cuando escribió, en el cap. 3 vers. 2 de su carta:  “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”.

Es tan fácil y natural murmurar, y tan difícil abandonar el hábito. ¿Qué es el chisme? Wm. R. Marshall dice que es el arte de decir nada diciéndolo todo. Bill Gothard declara que es compartir información con alguien que no es parte del problema ni tampoco de su solución. Podemos extender la definición a decir que es hablar de manera despreciativa sobre alguien que está ausente. El chisme pone a su víctima bajo una luz desfavorable; dice cosas que no son amables ni edificantes, ni tampoco necesarias. Es hablar mal de una persona a sus espaldas, en lugar de confrontarla cara a cara. Es una forma de asesinato del carácter.

El escritor de Proverbios, bien dijo en el cap. 18 vers. 21: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos”. La Biblia ataca con dureza al chismoso. “No andarás chismeando entre tu pueblo” (Lv. 19:16). “El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo.” (Pr. 11:13). “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos.” (Pr. 16:28). “Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas.” (Pr. 18:8). “Sin leña se apaga el fuego, Y donde no hay chismoso, cesa la contienda.” (Pr. 26:20).

En Romanos 1:29, Pablo menciona a los chismosos (o murmuradores) junto con los homicidas y otras personas inmorales. A veces intentamos camuflar el chisme diciendo que compartimos la información a modo de petición de oración. “Se lo digo sólo para que usted pueda estar orando por esta persona, porque sabe que…” O creemos que evitamos ofender a la persona si contamos sus asuntos de manera confidencial. A menudo ocurre lo siguiente: Dos mujeres estaban hablando en Brooklyn. “Tillie me dijo que le dijiste de aquel secreto que te dije que no le dijeras.” “Qué mala persona. Le dije a Tillie que no te dijera que le dije.” “Bueno, yo le dije a Tillie que no te diría que me dijo – así que no le digas que te dije.”

En su libro, Las Estaciones de la Vida, Charles Swindoll escribe sobre los rumormongers, otro nombre para los chismosos. Esto es lo que dice: “Las almas que se alimentan de rumores son pequeñas y suspicaces. Encuentran satisfacción traficando en callejones poco iluminados, soltando bombas sutiles que explotan en las mentes de otras personas al encender la mecha de la sugestión. Encuentran comodidad siendo sólo un canal “inocente” para la información incierta… y nunca son la fuente”.

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