Bautismo (2ª Parte)
25 abril, 2013¿Cómo reaccionamos ante la invitación de Jesús?
26 abril, 2013Autor: Herman Hartwich
Aunque Dios sabe que a gran cantidad de cristianos les cuesta compartir el Evangelio a causa de la vergüenza, Él nos anima a hacerlo a pesar de todo, ya que esta palabra es poder para salvación de las almas.
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PE1881- Estudio Bíblico
Deudores de entregar el evangelio
¿Qué tal, mis queridos amigos? Un caluroso saludo en el nombre de Jesucristo deseándoles las más caras bendiciones de Dios. Como suelo decir: Permítale a Dios bendecirle tanto como Él quiere. Quisiera leer en esta oportunidad la Epístola del apóstol San Pablo a los Romanos, capítulo 1, versos 14 al 17. Y dice así: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. Así que en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el Evangelio también a vosotros que estáis en Roma; porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente y también al griego. Porque en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito ‘mas el justo por la fe vivirá’”. Pablo se sentía deudor, deudor a todos sin distinción. ¿Saben por qué? Porque todas las personas necesitamos el Evangelio, todos sin excepción: religiosos o no, buenos o malos, morales o inmorales, cultos o analfabetos, y así podemos seguir abarcando a todos los integrantes de la sociedad.
Todos necesitamos la palabra del Evangelio, la buena noticia de esperanza, de vida. Muchos cristianos (quizá todos) se sienten deudores; quizá tú mismo te sientes deudor para con tu familia, para con tus compañeros, para con tus vecinos. Pero muchas personas lamentablemente quedan con ese mero sentimiento: “Sí, yo debería anunciarles pero no sé qué me pasa…”. Pasa el tiempo, y yo encuentro aquí cuál es el problema. En base a la propia palabra de Dios que hemos leído aquí recién, el problema es la vergüenza, la vergüenza que la mayoría de los cristianos está experimentando en este tiempo.
Buscando en el diccionario de la lengua española, por “vergüenza” dice “turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa o humillante, propia o ajena”. Ahora, a la luz de la definición y en relación al Evangelio me pregunto: ¿Por qué me avergüenza, o me avergüenzo, te avergüenzas, o se avergüenza la mayoría de los cristianos cuando se trata de testificar, de compartir a otros la verdad del Evangelio? ¿Es acaso el Evangelio algo malo, deshonroso, humillante? ¿Merece esta buena noticia que se la tome como digna de avergonzarse? ¿Te das cuenta de lo que significa esto? ¿Te da vergüenza por ejemplo mentir, robar, hablar mal de otros, andar en inmoralidades, por ejemplo? Bueno, sobre eso sí, más vale que te de vergüenza lo malo; pero no lo bueno. Es interesante que en este mundo muchas personas (gran cantidad, quizá la mayoría de las personas) se avergüenzan de lo bueno, de lo honroso que es el Evangelio, pero no se avergüenzan de hacer cosas malas. Ahora bien, el tema es que sí, siempre en alguna manera los creyentes se han avergonzado. En primer lugar quisiera ver en el Evangelio de Marcos 8:38; Jesús ya sabía que la gente se iba a avergonzar. Pero voy a leer Lucas 9:26; el Señor Jesús dice lo siguiente: “Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos ángeles”. Es muy clarito. Jesús ya nos advirtió; sabiendo, teniendo conocimiento de nuestra profunda debilidad en cuanto a esto, Él dijo “bueno, el que se avergüence de mí, yo me avergonzaré de él”. El apóstol San Pablo en su Segunda Epístola a Timoteo, capítulo 1, verso 8, dice: “Por tanto no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el Evangelio según el poder de Dios”. Aquí el apóstol antes había hecho referencia a que Dios no nos da espíritu de cobardía sino de poder, amor y dominio propio.
En el versículo 12 dice los siguiente: “Por lo cual asimismo padezco esto pero no me avergüenzo porque yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Él afirma “yo no me avergüenzo, porque yo estoy seguro a quién he creído”. En el capítulo 2, verso 15, el apóstol dice: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”. El obrero aprobado por Dios no se avergüenza. ¿Es quizá este el punto donde se origina la vergüenza de un cristiano? Quizá no andar aprobado, es decir no estar caminando con Dios realmente, no vivir ese momento a momento, la relación con el Señor. No andar como Él enseña teniendo en cuenta que no debo ser yo sino que debe ser Cristo que está viviendo en mí, como decía el apóstol Pablo en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo mas vive Cristo en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
¿Se avergonzó Jesucristo de morir? ¿De sufrir públicamente por ti y por mí? ¿Piensas que Él viviendo en ti y a través de ti se avergüenza? ¡No, Él quiere manifestar su poder y su gloria en ti y a través de ti también! Pablo da la razón por la que no se avergüenza, y era su profunda convicción; la profunda convicción de que el Evangelio que había creído es poder. Poder. Eso es una palabra muy fuerte, muy grande; “yo sé a quién he creído, y es poderoso para guardar mi depósito de fe para aquel día”. Esto es poder, poder de Dios, la palabra de poder. Por la palabra de Dios fue constituido el universo, dice la Biblia; por el Evangelio se salvan las almas. Poder. Esta palabra “poder” es “dunamis” en griego, y de ahí también se desprende la palabra “dinamita”, “dinamo”. Y yo veo en esto dos aspectos de este poder: Por ejemplo, la dinamita tiene poder para destruir. Yo pienso en el poder de Dios, ese poder que destruye nuestro “yo”, que puede destruir nuestros argumentos, nuestras fuerzas, nuestra autosuficiencia…
En fin; para experimentar una vida nueva necesitamos el poder para destruir la vida vieja. Aquí está el poder del Evangelio: Jesucristo vino a dar vida abundante, nueva, total. El Espíritu Santo lleva a cabo la obra del Evangelio porque te convence de tu impotencia, de tu debilidad, así como lo hizo conmigo. “No puedes” es contrario al “tú puedes” del Evangelio barato de la religión. Hoy día escuchamos tanto mensaje “tú puedes, tú puedes, tú puedes”; están continuamente hablando del poder personal. Pero nosotros por el Evangelio nos damos cuenta de no podemos, como hombres no podemos. Cuando tú reconozcas que no puedes y reconozcas que solo Cristo puede, vas a experimentar una revolución en tu vida. El Espíritu Santo entrará y te sacudirá todo lo malo, toda esa resaca de pecado, para poner espíritu nuevo que va a anhelar la nueva vida, agradable a Dios, agradable a ti mismo.
Ahora, ¿qué es lo que te impide venir a Él? ¿Qué es lo que te impide hablar de Jesucristo? ¿Qué es lo malo o la resaca que te está perturbando, que está impidiendo que vengas Jesucristo? El Espíritu Santo te está mostrando en este momento tu profunda necesidad, y este es el momento, este es el momento tuyo; aprovéchalo. Es el momento en el que el Espíritu Santo está mostrándote la necesidad de abandonar una vieja vida y adoptar una nueva vida poniendo tu fe en Jesucristo. Dile tan solo a través de una sencilla oración: “Señor Jesucristo, me doy cuenta de que estoy perdido. Necesito que tú me perdones y me hagas una nueva persona. Yo creo que tú moriste por mí en la cruz para darme perdón”. Si tú te acercas a Él en una forma sencilla y sincera, Dios va a comenzar a hacer una obra magnífica en tu vida.