Dios busca hombres de verdad (2ª parte)


Autor: Paolo Minder

En el programa anterior nos interiorizamos globalmente en el panorama que Timoteo creció y se convirtió. En esta oportunidad veremos cómo la Palabra de Dios nos moldea para, que al igual que Timoteo, nuestra imperfección vaya menguando y crezca el Señor en nuestras vidas.


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PE3080 – Dios busca hombres de verdad (2ª parte)



En el programa pasado hablamos de Timoteo, que desde niño aprendió de su abuela Loida y de su madre Eunice a amar a Dios. Pero vamos a acercarnos al contexto de la conversión de Timoteo.

Durante su primer viaje misionero, el apóstol Pablo acompañado por Bernabé, llegó a Listra, de donde era Timoteo. Vivía allí un hombre que tenía los pies paralizados de nacimiento. Cuando escuchó el Evangelio y creyó en Jesús, fue sanado milagrosamente. En respuesta, los griegos, que en aquella época creían que los dioses lo controlaban y movían todo, dijeron: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros” y empezaron a ver en Pablo y Bernabé a los dioses Hermes y Zeus (o en latín Mercurio y Júpiter). Pueden leer este relato en Hechos 16.

El sacerdote del templo de Júpiter organizó una fiesta en honor a ellos y preparó toros para sacrificar a estos dioses “encarnados”, lo que Pablo y Bernabé apenas pudieron impedir. Ellos proclamaron a los griegos la necesidad de volverse de la idolatría al Dios vivo y verdadero, el que hizo los cielos, la Tierra, el mar y todo lo que hay en ellos. En esta situación, llegaron judíos de Antioquía e Iconio que consiguieron persuadir a la multitud con argumentos inventados y falsos, y la incitaron a apedrear a Pablo. En Hechos 16:19 se lee que el pueblo lo apedreó hasta que lo creyó muerto. Pero Pablo sobrevivió y consiguió continuar el viaje misionero con Bernabé.

La conversión de Timoteo tuvo lugar en estas circunstancias. Y así, la primera lección que aprendió Timoteo fue que un discípulo de Cristo se enfrentará al sufrimiento. Un creyente no puede esperar una vida exclusivamente color de rosa, en la que termina cada jornada de trabajo cómodamente instalado en su sofá con su bebida fría al lado.

 

En su viaje de regreso, Pablo y Bernabé se detuvieron de nuevo en Listra. Explicaron a los creyentes otras verdades del Evangelio y les exhortaron a perseverar en la fe. Confirmaron que hacía falta afrontar también el sufrimiento para entrar en el Reino de Dios. Los apóstoles permanecieron en la región hasta que pudieron nombrar personas capaces para dirigir las iglesias locales. Luego partieron hacia Jerusalén. Timoteo se quedó en Listra, trabajando en la naciente iglesia local. 

 

Después del Concilio, que se celebró en Jerusalén, Pablo visitó las iglesias que habían surgido en su primer viaje, entre ellas también la de Listra. Habían pasado casi cinco años desde la primera visita a la ciudad. Cuando En Hechos 16:2 se relata que cuando Pablo conoció a Timoteo, le dijeron que este joven tenía un buen testimonio.

Estaba claro que Timoteo no había perdido el tiempo. Tras su conversión, se había sumergido en las verdades del Evangelio, ministraba en las iglesias y había dado pasos importantes para su propio crecimiento. Y esto lo notaron los demás creyentes que rodeaban a Timoteo. Daban buen testimonio de él: era un typos, un ejemplo de verdad para los demás.

Así que Pablo decidió incluirlo en su equipo. A Timoteo se le dio una muy buena oportunidad de “hacer carrera” en el Reino de Dios. “Salió” de su entorno, su ciudad provincial, y pudo conocer más del mundo multicultural en el que había crecido. Pablo era una persona extraordinaria que le proporcionaría experiencias extraordinarias. ¡Todo el mundo se fijaría en él al lado del gran apóstol! Incluso podría presumir de ello en los círculos cristianos… sin embargo, ¡esto no ocurrió! Desde el momento en que Timoteo se fue con Pablo, fue como si desapareciera. Incluso durante un tiempo se dejó de mencionarlo. Timoteo había pasado a formar parte del equipo, pero sin disfrutar de visibilidad. El equipo visitó y evangelizó distintas regiones de Asia Menor antes de llegar a Grecia. Se fundaron las iglesias de Filipos y Tesalónica y leemos en Hechos 17:4 que nuevos creyentes se unieron a Pablo y Silas. ¿Y Timoteo? Ni siquiera se lo menciona.

Recién en Hechos 17:14, cuando Pablo siguió viaje nos enteramos de que, además de Silas, mencionado en primer lugar, Timoteo también se quedó en Berea. ¿Será acertado decir pobre de Timoteo? Hechos 18:5 nos permite deducir que, probablemente fue él quien se encargó de abastecer al equipo, trabajando con sus propias manos, mientras los demás estaban en las plazas, entrando en las sinagogas… Timoteo sirvió fielmente en un segundo plano; estaba haciendo un ministerio oculto, ayudando al equipo. Y, sin embargo, al hacerlo, participó directamente en la difusión del Evangelio en las ciudades del Imperio Romano de la época.

Era una forma especial de aprender, observar y ocupar su lugar sin rebelarse. El propio Pablo fue ejemplo en esto. Servir junto al apóstol resultó ser un entrenamiento diario en el discipulado, donde Timoteo podía aprender lecciones y nutrir y profundizar su relación personal con Jesús. Pero esto de ninguna manera bajo circunstancias fáciles.

 

Años más tarde, durante el tercer viaje misionero, que encontramos en el capítulo 11 de Hechos, Timoteo acompañó a Pablo, y el apóstol lo llamó su ayudante. Envió a Timoteo desde Éfeso a Macedonia, junto con Erasto, para animar a los creyentes de las iglesias que se habían establecido en los años anteriores. Parece como si Timoteo, al cabo de los años, hubiera ascendido visiblemente de ser “compañero de viaje” a “colaborador”. Como dijo Pablo en 1 Corintios 16:10: porque él hace la obra del Señor así como yo”.

 

Timoteo había madurado, había adquirido experiencia y se había convertido en un igual para Pablo. Los muchos años de formación en lo que llamaríamos “sombra” del apóstol, mostraban sus frutos.

En Filipenses 1:1 vemos que Timoteo estaba con Pablo en Roma. Le ayudó y estuvo al lado del apóstol en su primer encarcelamiento. Pablo tenía ahora el deseo de enviar a Timoteo a Filipos para animar a la iglesia. Declaró que no tenía a nadie tan sincero como aquel. Porque, a diferencia de Timoteo, todos buscaban “lo suyo” y no lo que es para el Reino de Dios En Filipenses 2:22 vemos que no eran ajenos de la conducta de Timoteo “Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio”.

Pablo instó a los filipenses a acoger a Timoteo como es debido. Al hacerlo, demostró su gran estima y su plena confianza en él.

 

El experimentado apóstol hizo varias recomendaciones a Timoteo que encontramos en la primera carta capítulo 4 y la segunda carta capítulo 3.

Los primeros consejos son de carácter ministerial: Timoteo debía estar alerta porque vendrían falsos maestros y engañadores. La gente se apartaría de la verdad y se volvería hacia enseñanzas engañosas. Hoy, por ejemplo, en los círculos cristianos secularizados cuestionan cada vez más los conceptos morales cristianos que tuvieron validez universal durante dos milenios.

En segundo lugar, de carácter pastoral: debía continuar, perseverar, cumplir fielmente su ministerio y llevar a cabo su encargo.

Tercero, de carácter personal: debía visitarlo. Pablo necesitaba su presencia. Debía llevarle el manto, los libros… Timoteo se había convertido para Pablo en la persona en la que le gustaba confiar. La estrecha y larga colaboración no había provocado ninguna separación. Juntos habían superado muchos obstáculos y situaciones muy difíciles y a menudo peligrosas. Esto los había unido.

Pablo y Timoteo trabajaron juntos en el mismo equipo durante casi veinte años. Veinte años de vida y ministerio juntos. Y Pablo no era un typos fácil, ¡era un modelo desafiante! Era radical en un sentido sano, totalmente entregado a Dios. Tenerlo como modelo y ejemplo directo debió, sin duda, significar para Timoteo sentirse insuficiente y recordarle sus propias limitaciones. Pero las limitaciones del apóstol, recordarle que no era perfecto.

Pablo no ató a Timoteo a sí mismo, sino que le dio amplia libertad para llevar a cabo diversas tareas, cada vez más por su cuenta, animándolo a confiar directamente en Jesús. Fue un ejemplo para él en esto. Timoteo era discípulo de Jesús y no del gran apóstol Pablo. Tomemos como ejemplo a los discípulos comprometidos y consagrados, pero no nos hagamos discípulos de los hombres, sino permanezcamos siendo discípulos de Cristo.

Pablo quería que creciera espiritualmente y, en carácter, que fuera fuerte, independiente de la opinión humana, con una fe poderosa y personal, profundamente arraigada en Cristo y en su Palabra. La tradición cristiana registra que Timoteo vivió hasta el año 97 d.C. y fue anciano en la iglesia de Éfeso.

No ponemos a Timoteo en un pedestal como persona tampoco al apóstol Pablo. Eran “solo” instrumentos de Dios en un proyecto muy grande. Dios los salvó, los eligió y los utilizó, como quiere hacer con cada uno de nosotros. Si eres un hijo de Dios, ¡sé un ejemplo, un typos de verdad!

Ser un ejemplo atrae “imitadores”, imitadores que te “copian”. En este sentido: multiplícate. Sigue sirviendo al Señor, incluso después de décadas de servicio. Ponte a disposición de Dios o renueva tu disponibilidad. ¿Hay alguna persona para la que puedas asumir el papel de mentor? ¿Puedes pasar tu “vara” o “posta” a otra persona? Persevera y cumple fielmente tu ministerio en el Reino de Dios. ¡Sé un modelo a seguir!

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