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Autor: Ger de Koning

¿Qué tiene que ver un cristiano en su vida diaria con la Ley? Acerca de esto existen dos conceptos. Hay cristianos que opinan que la Ley nos fue dada para que, en agradecimiento por nuestra salvación, la cumplamos. Otros cristianos opinan que la Ley no tiene validez para los cristianos. Estos últimos quieren vivir sólo en base a la gracia. Como entre los cristianos sinceros se encuentra tanto una como otra opinión, y se trata, con sinceridad, de vivir según lo que se cree, es bueno investigar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la Ley.


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PE2322 – Estudio Bíblico
El Cristiano y la Ley (4ª parte)



Amigos, ¡qué gusto estar nuevamente con ustedes! Hacemos un pequeño repaso y seguimos adelante con esta última parte del mensaje. Al principio nos preguntamos: ¿Qué tiene que ver un cristiano en su vida diaria con la Ley? Acerca de esto existen dos conceptos. Hay cristianos que opinan que la Ley nos fue dada para que, en agradecimiento por nuestra salvación, la cumplamos. Otros cristianos opinan que la Ley no tiene validez para los cristianos. Estos cristianos quieren vivir sólo en base a la gracia. Como entre los cristianos sinceros se encuentra tanto una como otra opinión, y se trata, con sinceridad, de vivir según lo que se cree, ha sido bueno investigar lo que la Palabra de Dios dice acerca de la Ley.

Los cristianos judíos eran fanáticos de la Ley. Para ellos, el cristianismo era la continuación del judaísmo, sólo que ahora se le agregaba la fe en el Mesías Jesucristo. Para ellos las congregaciones entre las naciones, eran congregaciones de prosélitos (gentiles que se habían convertido al judaísmo). Ellos consideraban a estos creyentes de entre las naciones, como personas que se habían pasado al judaísmo. Para ellos no existía ninguna otra cosa más que el judaísmo. Pero estaban equivocados, ya que el cristianismo es algo totalmente nuevo que no tiene nada en común con el judaísmo.

Veremos ahora algo sobre: La correcta aplicación de la Ley y de Cristo como regla de vida.

Acerca de la correcta aplicación de la Ley, no se nos deja en incertidumbre. Inspirado por el Espíritu de Dios, Pablo explica su uso correcto, en 1 Timoteo 1:8 al 11. Estos versículos son de extraordinaria importancia para el creyente. Allí se nos instruye sobre el uso de la Ley “de acuerdo a la Ley”, es decir, el uso que está de acuerdo con su designación. El comprender estas instrucciones nos protege de usar la Ley erróneamente, y no aplicarla en una forma para la que no fue designada.

Primero, Pablo expresa su deseo de que aquel que usa la Ley, lo haga “conociendo esto, que la Ley no fue dada para el justo”. Un justo es aquel que ha sido declarado justo por Dios, sobre la base de la fe en Cristo (como dice Romanos 5:1). Sobre una persona así ya no puede ser aplicada la Ley, porque Cristo lo ha librado de todos sus pecados, Él mismo ha cargado con el juicio de los mismos. Cuando fue a la muerte, Cristo cumplió totalmente las exigencias de la Ley. Quien cree en Él, murió con Él en su muerte.

Todo creyente es un “justo”, y de ahí que ya no tiene nada que ver con la Ley como medio de regular su relación con Dios. Pero, la Ley es de Dios, y por eso es útil cuando es aplicada correctamente, o sea, a la conciencia del pecador. La Ley puede convencer al pecador de que él es un pecador. Pablo menciona algunas categorías de pecadores, y finaliza con una categoría que incluye a todas las demás (“y para cuanto se oponga a la sana doctrina”, v. 10 de 1 Timoteo 1). La lista de pecadores deja en claro tanto la perdición interior del ser humano y su alejamiento de Dios, como también las acciones que resultan de dichos pecados. Todas estas acciones son infracciones directas de ordenanzas específicas de la Ley.

Los pecados mencionados en este pasaje, sin embargo, no son condenados sólo por la Ley. Dichos pecados se encuentran en contradicción con la sana doctrina del Nuevo Testamento. De ahí que Pablo no termina la lista diciendo: “… y para cuanto se oponga a la Ley”, sino diciendo: “y para cuanto se oponga a la sana doctrina.” Es importante comprender eso. La sana doctrina es una medida muy superior a la Ley, para determinar lo que es pecado. La sana doctrina corresponde totalmente a la santidad de Dios. Esa doctrina es pura y limpia, y está en total acuerdo con “el glorioso evangelio del Dios bendito”. Dios es el Dios bendito, quien encuentra toda bendición en sí mismo, pero quien también quiere hacer participar a los seres humanos en su bendición a través del evangelio.

La sana doctrina corresponde totalmente a la santidad de Dios. Esa doctrina es pura y limpia, y está en total acuerdo con “el glorioso evangelio del Dios bendito”. Dios es el Dios bendito, quien encuentra toda bendición en sí mismo, pero quien también quiere hacer participar a los seres humanos en su bendición a través del evangelio. Ese evangelio sobrepasa largamente a la Ley. En el evangelio, Dios no habla a través del trueno y del relámpago desde el Sinaí, sino en la plenitud de Su gracia y verdad en Cristo, para demostrar misericordia a los pecadores perdidos. En el Sinaí, la plenitud de Dios no era visible. Allí, Él dio a conocer sus exigencias. La gloria de Dios, al contrario, es la multitud de sus perfecciones, que se hicieron visibles en la vida del Señor Jesús en la tierra y, sobre todo, en la cruz. El “glorioso evangelio” revela la gloria de Dios en Cristo (que se menciona en 2 Corintios 4:4). Para eso han sido abiertos los ojos de los creyentes. El maravilloso efecto de ese evangelio, es que el creyente que trata con la gloria de Cristo está cada vez más en armonía con Él (como vemos en 2 Corintios 3:18).

Eso lleva a Cristo como regla de vida, lo que significa que la regla de vida no es una lista de mandamientos (y menos aún de prohibiciones), sino una persona. No es por la Ley que el cristiano aprende cómo vivir para honrar a Dios, sino por mirar a Cristo. El Señor Jesús mostró cómo adorar a Dios y cómo servirle. Entonces, ¿el Señor Jesús no cumplía la Ley? Por supuesto que lo hacía, y lo hizo en forma perfecta. El cristiano, sin embargo, no es salvo porque Jesucristo haya cumplido la Ley. Jesús mereció la vida porque cumplió la Ley perfectamente. Pero, si Él hubiera regresado al cielo sin morir, nosotros estaríamos perdidos eternamente, condenados por la misma Ley que Él cumplió a la perfección.

Por eso impresiona tanto que Cristo hiciera mucho más de lo que exigía la Ley. Él habla en Juan 10:18 de un mandamiento que recibió del Padre, de dejar su vida y volver a tomarla. ¿Dónde pedía eso la Ley? En ninguna parte, porque no dice nada de eso en la Ley. El dejar su vida no nos puso en contacto con su obediencia frente a la Ley y con un Dios de exigencias, sino con su amor y con Dios como el dador (de lo que habla Juan 4:10).

¿Qué se puede esperar, entonces, de un cristiano que conoce al Señor Jesús y que Lo ha recibido a Él como su vida (esa vida mencionada en 1 Juan 5:11 y 12)? Que dé su vida por los hermanos (como dice 1 Juan 3:16). ¿Dónde, la Ley, pide eso de un cristiano? En ninguna parte, porque de eso no dice nada en la Ley. Del mismo modo, aprendemos de Él – y no de la Ley – cómo perdonar a otros: “… de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (así dice Colosenses 3.13). Se trata de las cosas que el cristiano escuchó de Cristo y que Cristo le ha enseñado (como menciona Efesios 4:20 y 21).

Si un cristiano tiene el sentir y la mente de Cristo, también actuará como Cristo. El sentir de la Ley, lleva a que unos a otros se muerdan y se ataquen (como menciona Gálatas 5:15), el sentir de Cristo lleva a que se le dé prioridad a los intereses de otros más que a los de uno mismo. Filipenses 2:5 al 8 dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. ¡Este Salvador es el ejemplo y la regla de vida para nosotros los cristianos!

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