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Autor: Esteban Beitze

En nuestro estudio del profeta Eliseo, estamos estudiando el carácter y las actitudes de la mujer sunamita. Esta mujer demostró su espiritualidad en la humildad. Y que en nosotros también esté el principio espiritual de ella: “Yo habito en medio de mi pueblo”


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PE2925 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (22ª parte)



Una mujer con contentamiento

En nuestro estudio del profeta Eliseo, estamos estudiando el carácter y las actitudes de la mujer sunamita. En 2ª Reyes 4:13 encontramos otra actitud muy espiritual de esta mujer. Allí dice: “Dijo él entonces a Giezi: Dile: He aquí tú has estado solícita por nosotros con todo este esmero; ¿qué quieres que haga por ti? ¿Necesitas que hable por ti al rey, o al general del ejército? Y ella respondió: Yo habito en medio de mi pueblo”.

Frente a toda la ayuda que el profeta recibió de parte de la mujer, éste quería retribuirle de alguna forma. Eliseo tenía la sensibilidad y espiritualidad que se demostraba en ser agradecido por lo que recibía. No sólo lo reconoce, sino que también se lo dice. Palabras de gratitud son como los grandes diamantes – rara vez se descubren, pero tienen un valor incalculable. Pablo era de aquellos que reconocía a los que servían junto a él. En Romanos 16 tenemos una larga lista de personas a las cuales les reconoce su servicio, reconociendo diferentes características de ellos. Acá tenemos dos casos de hombres que reconocían con gratitud una labor hecha. En líneas generales, los hombres somos muy parcos con palabras de gratitud, sobre todo a nuestras esposas. Pero ¡qué necesarias son para ellas! Debemos seguir estos ejemplos.

Dada su influencia, Eliseo le podía conseguir algún favor de parte de las autoridades para ella y se lo ofreció. A esta propuesta ella responde una frase formidable: “Yo habito en medio de mi pueblo” (v.13). En otras palabras, estaba diciendo: “Me encuentro en el pueblo de Dios y como tal, estoy satisfecha con lo que Él me provee”.

El contentamiento con lo que se tiene, aunque no se tenga todo lo que quizás se quiera, suele ser una virtud rara vez encontrada. Es similar a los diamantes muy grandes que solo se encuentra de vez en cuando. Pero, así como éstos, son de inmenso valor.

Es evidente que la sunamita tenía las prioridades correctas. Como dice el comentarista Mathew Henry: “Felicidad es habitar con nuestra propia gente, que nos aman y respetan y a quienes podemos hacer el bien. Bueno sería para muchos si tan sólo supieran cuándo están realmente bien”.

El contentamiento lo encontramos resaltado en la Biblia como una característica espiritual. Pablo, estando preso en Roma, escribe la célebre frase sobre el contentamiento: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil.4:11-13).  Y más adelante escribe a Timoteo: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1Ti.6:7,8). Si analizamos nuestra vida, nuestras metas, nuestros deseos, ¿realmente estamos conformes con lo que señala el apóstol?

La ambición por tener más y el no estar satisfecho con lo que se tiene muchas veces viene acompañada de graves peligros. Esto lo resalta el apóstol en el mismo contexto del pasaje anterior: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1Ti.6:9,10). Esto se extiende a todas las áreas de la vida. Solemos ser muy disconformes y desagradecidos. Siempre nos parece faltar algo para estar satisfechos. Pero ¡qué muestra de espiritualidad es la persona que tiene contentamiento!

En lo personal, tengo un ejemplo formidable de esta realidad – mis padres. Aunque muchas veces pasaran por momentos económicos complicados al servir al Señor a tiempo completo, nunca los escuché quejarse. Siempre estaban agradecidos por lo que tenían. Y cuando alguna vez tenían la posibilidad de comprar algo mejor, lo hacían solo en función de lo que realmente necesitaban. Lo que pudiera estar por encima de esto, siempre lo invirtieron en la obra del Señor y para que muchas personas pudieran conocer a Cristo o crecieran en la fe a él. Una muestra de ello, es la vajilla que usan. Por más de 50 años usan los mismos platos de plástico. Nunca vieron la necesidad de comprar nuevos. Según sus palabras: “Los viejos todavía servían”. Y esta actitud fue premiada por el Señor en infinidad de formas, pero, sobre todo, en fruto para la gloria del Señor. Y yo, soy uno de ellos.

Una mujer humilde

Me gustaría añadir algo más respecto a esta frase de la cual venimos hablando. Después que le preguntaron si había algún contacto especial que necesitara con el general o el rey, ella contesta humildemente: “Yo habito en medio de mi pueblo” (v.13). Acá la mujer sunamita tenía una oportunidad única de aumentar su influencia, quizás conseguir una posición de honra y quedar todavía más acomodada en la sociedad. Sin lugar a duda, muchos hubieran aprovechado al máximo esta oportunidad. ¿Cuántos sueñan con una posición encumbrada, una influencia política, un favor económico excepcional? Si tuviéramos la posibilidad de una “selfie” con un famoso, ésta obviamente termina subida a nuestras redes sociales. Muchos hacen de todo para tener muchos “pulgarcitos para arriba” en sus fotos, videos o comentarios. ¿No es así, que aún entre creyentes, se observa la necesidad de codearse con personas reconocidas? Seamos bien honestos, si nos hubieran hecho la propuesta que le hicieron a la sunamita, ¿cómo hubiéramos respondido?

En lugar del rey o un general con poder, ella se había fijado en un profeta de Dios. A él le había abierto la casa. La heroína de nuestra historia estaba satisfecha con lo que Dios le había permitido tener. No necesitaba codearse con personajes famosos, ni buscaba lo que éstos pudieran conseguirle. Ella prefería la sencillez del pueblo de Dios. Era una mujer muy sabia. Generalmente es así, que la cercanía con los aristócratas, los políticos, los ricos y famosos, no es precisamente una buena influencia para el creyente. En cambio, ella había elegido al pueblo de Dios, y al varón de Dios como compañeros.

Incluso dentro del pueblo evangélico se puede observar la apetencia de estar con los reconocidos como motivo de orgullo. El comentarista William MacDonald escribió al respecto: “He tenido roce con los de renombre del mundo evangélico, pero debo confesar que, en su mayor parte, la experiencia ha sido desengañadora. Cuanto más veo lo que es el bombo publicitario en la prensa evangélica, más decepcionado me siento. Si tengo que elegir, denme a aquellos ciudadanos humildes, honestos y sólidos a quienes este mundo no conoce pero que son bien conocido en el cielo.

A. W. Tozer describe bien mis sentimientos cuando escribo: ‘Creo en los santos. Conozco a los comediantes, a los promotores, a los fundadores de diversos movimientos religiosos que ponen su nombre al frente de los edificios para que la gente sepa que ellos los erigieron; conozco a estrellas del deporte que se dicen convertidos. Conozco a toda clase de cristianos raros por todos los Estados Unidos y Canadá, pero mi corazón busca a los santos. Quiero conocer a los que son como el Señor Jesucristo… En realidad, lo que debemos desear y tener es la belleza del Señor nuestro Dios resplandeciendo en corazones humanos. Un santo verdadero es una persona magnética y atractiva que vale más que quinientos promotores e ingenieros religiosos’”.

Esta mujer demostró su espiritualidad en la humildad. Y que en nosotros también esté el principio espiritual de ella: “Yo habito en medio de mi pueblo” (v.13). Amén.

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