El llamado de Eliseo (32ª parte)
4 junio, 2023El llamado de Eliseo (34ª parte)
4 junio, 2023Autor: Esteban Beitze
Una vida invertida para uno mismo es una vida perdida, pero una invertida para el bien del prójimo y la gloria del Señor, tendrá recompensa en esta tierra y por la eternidad. Esta mujer, aunque anónima, es una de las heroínas de la Biblia. Ella sigue siendo un ejemplo de fe y servicio hasta nuestros días. ¡Imitémoslo!
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PE2936 – Estudio Bíblico
El llamado de Eliseo (33ª parte)
El filosofar de Dios
Estamos llegando al final de la historia de la sunamita, esta mujer tan espiritual, sensible, dadivosa y con una fe inquebrantable en Dios.
La última historia de ella la encontramos en 2ª Reyes 8. Allí dice: “Habló Eliseo a aquella mujer a cuyo hijo él había hecho vivir, diciendo: Levántate, vete tú y toda tu casa a vivir donde puedas; porque Jehová ha llamado el hambre, la cual vendrá sobre la tierra por siete años. Entonces la mujer se levantó, e hizo como el varón de Dios le dijo; y se fue ella con su familia, y vivió en tierra de los filisteos siete años. Y cuando habían pasado los siete años, la mujer volvió de la tierra de los filisteos; después salió para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Y había el rey hablado con Giezi, criado del varón de Dios, diciéndole: Te ruego que me cuentes todas las maravillas que ha hecho Eliseo. Y mientras él estaba contando al rey cómo había hecho vivir a un muerto, he aquí que la mujer, a cuyo hijo él había hecho vivir, vino para implorar al rey por su casa y por sus tierras. Entonces dijo Giezi: Rey señor mío, esta es la mujer, y este es su hijo, al cual Eliseo hizo vivir. Y preguntando el rey a la mujer, ella se lo contó. Entonces el rey ordenó a un oficial, al cual dijo: Hazle devolver todas las cosas que eran suyas, y todos los frutos de sus tierras desde el día que dejó el país hasta ahora”.
En esta historia encontramos a dos hombres hablando de Dios, de Su obrar, pero sin que esto originara un cambio en sus vidas. De Giezi sabemos que tenía ambiciones de figurar y de riqueza. El rey Joram había encaminado su vida sin Dios y alguna clase de piedad. Pero la curiosidad lo lleva a preguntar: “Te ruego que me cuentes todas las maravillas que ha hecho Eliseo” (v.4b). Destaquemos que no pregunta acerca de las maravillas de Dios hechas por Eliseo, sino lo hecho por Eliseo, como si estos milagros los pudiera lograr la mano humana.
¡Cuántas veces se escucha a los inconversos hablar de cosas maravillosas, de aspectos de la creación o de Dios mismo, sin creer en Él, sin darle el lugar que le corresponde en la vida! Incluso el hablar de hechos de Dios no nos hace hijos de Dios. Hasta se da el caso que se estudie teología, pero sin tener una relación personal con el Dios que pretende analizar. Todo se resume en pensamientos humanos, en filosofía, sin comprender o aceptar las verdades relacionadas con estos hechos. Otros se congregaron en alguna iglesia, tuvieron preciosas experiencias en algún campamento, fueron impactados por el testimonio de un creyente, pero no se convierte en una relación personal con Dios. ¡Qué tragedia! ¡Tan cerca, pero tan lejos!
Aunque Giezi y el rey Joram hablaran de las obras divinas más espectaculares, esto no cambió sus vidas.
La provisión de Dios
El Señor se preocupó por el bienestar de la mujer que había puesto su casa a disposición de un siervo Suyo. Antes le había dado comida y alojamiento al profeta, ahora Dios le permitía anticiparse y protegerse de la hambruna que habría de venir. Además, Dios no sólo proveyó el sustento de su fiel sierva en el extranjero, sino que, al volver, también le abrió la puerta a la misma presencia de un rey no tan justo. Y como Dios actúa muchas veces, no sólo le devolvió lo que le correspondía, sino también los dividendos que esta tierra había dado a los usurpadores.
Aunque ya habían pasado varios años desde que la sunamita le había invitado a comer al profeta cada vez que pasaba por su ciudad, y que le había preparado un aposento con lo necesario para que pudiera descansar, Dios no se olvidó lo que esta mujer había hecho a Su enviado. Dios no se olvida de nada. Todo lo que se le hace a uno de los suyos, es como si se lo hubieran hecho a Él. De hecho, Jesús incluso dice: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt.25:40). Aunque el contexto se refiere al juicio sobre las naciones al final de la tribulación, el principio sigue siendo válido. Dios no se olvida de nada, ni la más pequeña ayuda que se le haya hecho a alguno de los suyos.
Oro para que Dios me abra los ojos y me haga más sensible a tantas oportunidades que tenemos a diario de ser de ayuda a otros de alguna forma. Muchas veces, pasamos de largo, tropezamos con las oportunidades, pero no las aprovechamos. Recordemos, ¡Dios no se olvida! Esta afirmación se basa en una promesa divina hecha a los suyos: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún” (Hb.6:10). Dios no se olvida de los bienes hechos.
Vale la pena involucrar lo que somos y tenemos en la obra del Señor. Siempre será la mejor inversión. No es que busquemos ayudar con la finalidad de ser premiados. Esto sería una actitud egoísta, y dudo que Dios la recompense. Lo tenemos que hacer con un corazón agradecido por lo mucho que otros nos han bendecido, pero, sobre todo, por lo que Dios por medio de Jesucristo nos ha hecho, y lo que sigue haciendo a nuestro favor. Tenemos el ejemplo máximo al cual imitar, realizando aun los servicios más sencillos. El “lavar los pies” era uno de los servicios más viles, pero todavía hoy todo creyente lo tiene presente.
Dado que en cada creyente el amor de Dios ha sido derramado (Ro.5:5), no tenemos excusa en no tener amor por los demás. Si buscamos en la Biblia las veces que aparece la expresión de reciprocidad “unos a los otros”, nos damos cuenta de las grandes responsabilidades que tenemos. Si andamos en amor, entonces veremos las oportunidades de servir a los demás. Y podemos estar seguros, que Dios no olvida lo hecho. Lo realizado en la dependencia y para la gloria de Dios, permanece para siempre.
Jim Elliot, el misionero estadounidense que perdió su vida a los 29 años en manos de los aborígenes de la selva del Ecuador, había escrito en su diario: “Señor, haz que mi vida sea una señal visible de lo que significa conocer a Dios”.
Una vida invertida para uno mismo es una vida perdida, pero una invertida para el bien del prójimo y la gloria del Señor, tendrá recompensa en esta tierra y por la eternidad. Por lo tanto, practiquemos la ayuda mutua, el servicio lleno de amor desinteresado para la gloria del Señor, para que el ojo de nuestro Amo celestial pueda mirar con gusto sobre nuestra vida. Dios no se olvida de nada. Esta mujer, aunque anónima, es una de las heroínas de la Biblia. Ella sigue siendo un ejemplo de fe y servicio hasta nuestros días. ¡Imitémoslo!