El Mesías, esperanza para el futuro (parte 12).
21 febrero, 2008El Mesías, esperanza para el futuro (parte 14).
21 febrero, 2008Titulo: “El Mesías, esperanza para el futuro” (parte 13).
Autor: Hal Lindsey
Nº: PE893
Treinta Infames Piezas de Plata
Cualquiera hayan sido los motivos que llevaron a Judas al punto de la traición, estaban encajando dentro del desarrollo del drama que pronto llevaría a Jesús a una cruz romana.
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«El Mesías, esperanza para el futuro» (parte 13).
La primera profecía que vamos a leer hoy en cuanto al tema: «El Mesías, esperanza para el futuro», la encontramos en ZACARIAS 11:12
«Y les dije: Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata.»
Y en MATEO 26:14-15 leemos:
«Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata.»
La segunda profecía que quiero mencionar hoy, la leemos en ZACARIAS 11:13
«Y me dijo Jehová: Echalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro.»
Y MATEO 27:3-7 dice así:
«Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros.»
Estimado amigo, cuando Judas Iscariote se acercó al sumo sacerdote de Israel, con su oferta de traicionar a Jesús, no tenía idea de que, por causa de su propia ceguera espiritual, estaba interpretando una obra de infamia que había sido profetizada unos 550 años atrás por el profeta Zacarías.
Al acercarse la temporada de la Pascua, Jesús y sus discípulos hicieron sus planes para estar en Jerusalén para la celebración, Judas, por razones conocidas únicamente por su mente torturada, determinó que este sería el mejor momento para traicionar a Jesús.
Nadie puede decir con seguridad por qué Judas, quien había sido discípulo y compañero de Jesús por casi tres años, decidía entregarlo ahora a las autoridades religiosas. Algunos sostienen la teoría de que la principal atracción que sentía Judas hacia Jesús fue su ardiente esperanza de que él fuera el tan esperado hijo de David que liberaría a la nación de Israel de los tiranos romanos.
Judas se unió a Jesús y a su equipo desde el mismo comienzo, cuando las multitudes seguían a Jesús a todas partes y se aferraban a cada palabra de su boca. Pero, paso a paso, se desilusionó con lo que había pensado que eran las aspiraciones de Jesús de tomar el gobierno y establecer un reino judío de Dios. Juan el Bautista había sido decapitado y Jesús no lo había vengado. De hecho, se había retirado de la vida pública por un tiempo. Le pareció a Judas que Jesús rehusaba más y más enfrentar la oposición y no había dudas de que la oposición a Jesús crecía rápidamente. Jesús, reiteradamente, dijo a sus discípulos que estuvieran preparados para afrontar la vergüenza y posible muerte que podía estar asociada a ser su seguidor. ¡Qué podía significar todo esto para Judas sino que se había equivocado en su sueño de llegar al poder al lado del nuevo rey de Israel!
Treinta Infames Piezas de Plata
Cualquiera hayan sido los motivos que llevaron a Judas al punto de la traición, estaba encajando dentro del desarrollo del drama que pronto llevaría a Jesús a una cruz romana. Cuando Judas fue a los sumos sacerdotes y les preguntó, «¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?», los«sacerdotes» le dieron la suma de treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16).
El haber llegado a esa cantidad específica de dinero no fue pura casualidad. ¡Quinientos años antes, Zacarías había predicho que llegaría el tiempo cuando la nación de Israel estimaría el valor de su Dios en treinta piezas de plata! Sería en un momento en la historia de la nación en el cual, por causa del pecado y la incredulidad, Dios quitaría su mano protectora de ellos y permitiría que las naciones mataran y tomaran cautivo al pueblo de su pacto.
Como esta predicción fue hecha«después» de que había terminado la cautividad en Babilonia y como nada por el estilo había acontecido hasta el tiempo de Jesús, tan sólo podía estarse refiriendo proféticamente al holocausto del año 70 D.C. cuando Tito destruyó Jerusalén y mató cientos de miles de judíos y tomó a muchos más en cautiverio.
El Dios de Israel, hablando a través del profeta Zacarías predijo, en ese momento, su rechazo, por parte del pueblo como lo hemos leído en Zacarías 11:12,13.
Es muy poco probable que los sacerdotes que establecieron la suma de treinta piezas de plata hayan siquiera asociado las palabras de Zacarías con lo que estaban haciendo. Para ellos, sin duda, la suma de treinta piezas de plata fue para mostrar su menosprecio hacia Jesús, ya que ese era el valor oficial de un esclavo.
Pero para mí, lo más significativo de aquel hecho fue que el dinero que le dieron a Judas para que traicionara a Jesús fue tomado del tesoro del templo, que era donde se guardaba el dinero para comprar los sacrificios usados en los servicios del templo. Los sacerdotes ofrendaban la sangre de estos sacrificios por los pecados del pueblo. Poco se imaginaban las implicaciones de«este» «sacrificio» que estaban comprando.
Judas Tenía Otros Pensamientos
Judas no odiaba a Jesús y, en realidad, no le deseaba ningún daño corporal. Sin duda, el pensó que quizás el Sanedrín, el cuerpo gobernante de líderes judíos, le reprendería severamente y le cortaría a la fuerza sus aspiraciones de llegar a ser el Mesías, debido a que Judas ya no creía que Jesús lo fuese. Sin embargo, Judas no se dio cuenta del tipo de amenaza que Jesús representaba para la religión institucionalizada del judaísmo y del odio enfermizo que él había despertado entre la jerarquía religiosa.
Cuando él vio a Jesús pasando por una serie de severos juicios, azotado y golpeado brutalmente para luego ser sentenciado a muerte, sintió gran remordimiento por su proceder. El no contaba con que esto llegaría tan lejos, tenía que detener esta terrible pesadilla antes de que, finalmente, terminara con la muerte de Jesús. Sin duda alguna, él sintió que si devolvía el dinero a los sacerdotes y les confesaba que había traicionado a un hombre inocente, ellos cancelarían sus acusaciones hacia Jesús y lo liberarían.
Judas corrió desenfrenadamente al templo, buscando a los sumos sacerdotes y a los ancianos y cuando los encontró les dijo ansiosamente: «Yo he pecado entregando sangre inocente». Ahora, generalmente, cuando los sacerdotes o rabinos encontraban a un hombre penitente frente a ellos confesando que había pecado, era tomado un poco más en serio que en este caso. Su respuesta a Judas fue: «¿Y qué? ¿A nosotros qué nos importa? Ese es tú problema» (paráfrasis de Mateo 27:4). Como ellos, junto con Judas, eran coautores del pecado de traicionar a un hombre inocente, no había mucho que pudieran hacer o decirle a Judas sin condenarse a sí mismos.
La Plata es Arrojada en el Templo
Sin saber qué hacer ni a dónde ir en ese momento, Judas corrió precipitadamente hacia el santuario del templo mismo, y pensando en purgarse a sí mismo de la espantosa traición que había cometido, arrojó el dinero en la casa del Señor y, luego, corrió y se ahorcó.
Escuche la descripción de Zacarías acerca de este evento, cinco siglos«antes» de que sucediera: «…las treinta piezas de plata fueron«echadas«… en la casa del Señor» (Zacarías 11:13, traducido del Inglés, nota del traductor). La única preocupación que les originó a los sacerdotes fue que ahora tenían que decidir qué hacer con el dinero. No era legal para ellos poner dinero ganado ilegalmente en el tesoro del templo para que fuera usado en la compra de cosas sagradas. Si se hacían donaciones de este tipo al templo, se le debía devolver al donante. Pero si insistía en darlo, entonces el dinero era invertido en algo para el bien público.*
Esta, aparentemente, insignificante ley rabínica resultó ser el cumplimiento detallado de la última parte de la remarcable profecía de Zacarías. El había dicho que las treinta piezas de plata serían dadas al «alfarero» (la versión en Inglés así lo traduce, nota del traductor) luego de que fueran echadas en la casa del Señor. Esta es la forma en la que los sacerdotes resolvieron este «engorroso» problema: «Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros» (Mateo 27:7).
El «campo del alfarero» estaba situado en el lugar exacto en el cual el profeta Jeremías había profetizado, divinamente, hacía tanto tiempo en contra del pecado de Jerusalén y de todo Israel. Y, ahora, ese pecado había alcanzado su cenit al rechazar al Mesías. Qué irónica tragedia, que el dinero conseguido por traicionar al Mesías fuera usado para comprar el campo de Jeremías validando, por lo tanto, todas las acusaciones que él había hecho concernientes a la insensibilidad y ceguera espiritual de la nación de Israel.