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Autor: Mark Hitchcock

El 30% de las Escrituras eran proféticas en el momento en que se escribieron. No en vano Dios le da tanta importancia, pero, ¿cuál es el verdadero objetivo de estas palabras para nuestro caminar diario con el Señor?


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PE2712- Estudio Bíblico
El Objetivo de la Palabra Profética (1ª parte)



Muchas opiniones y especulaciones circulan sobre la palabra profética. Y Cristo todavía no ha vuelto. ¿Será que ya no vale la pena seguir esperando? A continuación, la opinión de un intérprete de la profecía bíblica. Cristo tiene que seguir siendo la pasión que todo lo domina. Encontrarnos con él debe ser nuestra motivación. Esperamos a una persona. Nunca debemos permitirnos estar tan involucrados en lo que sucederá y de qué manera, que olvidemos que él quiere transformarnos a su imagen. Nunca debemos estar tan ocupados con el tiempo en que ocurrirá, que descuidemos nuestra transformación.

El estudio de la profecía bíblica no debe tan solo movilizar nuestras emociones, satisfacer nuestra curiosidad o llenar nuestras mentes con conocimiento. La Escritura profética nos fue dada para llenarnos de esperanza y mostrar lo imperativo que es actuar mientras esperamos la venida de Jesucristo. Me ha sorprendido, con el correr de los años, cuántas personas desprestigian el estudio de la profecía bíblica, denominándola “poco práctica”, “sin relación con la vida diaria”, o sencillamente “alarmista”. Esta postura carece de todo fundamento.

Cada vez que el Nuevo Testamento enseña algo esencial sobre el tiempo del fin, está acompañado de aplicaciones prácticas de esa verdad en nuestra vida diaria. Pocas cosas son más prácticas que la profecía. Dios desea que conozcamos la escritura profética. Esto es evidente en la gran cantidad de profecías que posee la Biblia. Casi el 30 % de las Escrituras eran proféticas cuando fueron escritas. Si Dios no quisiera que las estudiáramos y conociéramos el futuro, tan solo habría omitido ese 30 %. Pero al igual que el resto del conocimiento bíblico, la comprensión de las profecías debe transformarnos. Debemos, por lo tanto, como dice Santiago 1:22-25 ser fieles hacedores de la Palabra.

Esperar la venida de Cristo conlleva muchos efectos positivos. Quiero brindarles cinco puntos sencillos para aplicar en su vida. Primero, deje que la venida de Cristo lo convierta. Si usted aún no ha aceptado a Jesucristo como su Salvador, este es el primer paso a tomar para cambiar su vida. Todo comienza con esto. Necesitamos más que nada el perdón de nuestros pecados y una vida nueva en Jesús. La respuesta misericordiosa de Dios a la necesidad desesperada del hombre se encuentra en la muerte y resurrección de Jesucristo. Jesús, quien es sin pecado, cargó en la cruz el pecado de toda la humanidad: los suyos y los míos. La Biblia dice en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él”.

Jesús cargó en la cruz la ira justa de Dios por el pecado humano, en nuestra representación. A través de esta obra, Dios puede mostrar su gracia a todos los que por medio de la fe se acercan a Jesús y lo aceptan con la sencillez de un niño. La Escritura dice en Juan 1:12 acerca de Cristo: “Pero a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

En el libro Frescas ilustraciones para predicar y enseñar, se encuentra una maravillosa historia sobre las poderosas cataratas del Niágara, allí donde el río Niágara se precipita unos cincuenta metros hacia la catarata estadounidense y la canadiense llamada Horseshoe: Antes de llegar a las cataratas hay corrientes turbulentas y furiosas. Más arriba en el río, donde la corriente es más calma, los botes son fáciles de dirigir. Justo antes de que el río Welland desemboque en el río Niágara, un puente peatonal lo cruza. En uno de sus pilares hay una señal de advertencia para los navegantes de los botes: ‘¿TIENE USTED UN ANCLA?’, seguido por: ‘¿SABE UTILIZARLO?’.

El autor concluye de esta manera: Al igual que un ancla, la fe es algo que necesitamos para evitar una catástrofe espiritual. Esto es válido para todas las personas, incluyéndonos. Sin Cristo, todos nos encontramos en un bote que se dirige sin remedio hacia las cataratas. Nuestra única esperanza es un ancla. Jesús es nuestra ancla, la cual podemos utilizar por medio de la fe. Todo lector debería preguntarse: ¿Tengo un ancla? ¿Sé utilizarlo?

Asegúrese de creer en Jesucristo como aquel que lo redime de su pecado. Deje que las verdades del futuro lo lleven a aceptar a Cristo. Si todavía no ha recibido la gracia del Señor Jesús, puede ponerse al día ahora mismo y pedirle al Señor que lo salve. No hay palabras mágicas que traigan la salvación. Lo que cuenta es la actitud de su corazón. Con una oración sencilla como la siguiente, usted puede expresar su fe en Cristo. ¿Por qué no ora estas palabras, si todavía no lo ha aceptado?

Padre, yo sé que soy pecador. Sé que no me puedo salvar a mí mismo. Necesito un Salvador, y creo que Jesús es el Salvador que necesito. Creo que él murió por mí y resucitó de entre los muertos. Confío en que solo él puede lavar mis pecados y darme vida eterna. Amén. Si usted ha pronunciado esta oración, expresando el deseo de su corazón, entonces, según la Biblia, se ha convertido en un hijo de Dios. Ahora tiene un ancla que nunca lo abandonará. Busque una iglesia llena de amor que enseñe la Biblia, déjese bautizar, lea las Escrituras todos los días y comience a servir al Señor donde y como pueda.

Para quien ya conoce al Señor, el estudio de la profecía bíblica y la venida de Cristo tiene un impacto diferente en la vida diaria. Deje que la venida de Cristo lo consuele: un dicho árabe dice así: “La muerte es un camello negro que se arrodilla ante cada puerta”. El sufrimiento no hace miramiento de personas. Tarde o temprano nos llega a cada uno en la tierra. Cuando llegue el momento de la muerte, la resurrección de Cristo y su segunda venida serán nuestra única esperanza. Jesús es nuestro mayor consuelo y estímulo cuando la muerte toca a nuestra puerta. El apóstol Pablo nos recuerda en 1 Tesalonicenses. 4:13-18 que no debemos temer al sepulcro, aun si lloramos sobre él. La muerte no tiene la última palabra. Dice asi: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Entonces, los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.

La venida del Señor nos consuela a través de la seguridad de la resurrección final y el reencuentro con nuestros seres queridos. Cuando un creyente muere, la despedida no es para siempre, sino solo por un tiempo. Tuve el privilegio de conocer a Tim LaHaye, coautor de la exitosa serie Dejados atrás. Varias veces lo escuché contando la historia del fallecimiento de su padre. En aquel tiempo, Tim tenía tan solo nueve años. Como puede imaginar, esta repentina pérdida tuvo efectos duraderos en su vida. Tim estaba desesperado, pero el pastor que realizó la ceremonia fúnebre hizo una reflexión que dio esperanza al joven: “Este no es final de Frank LaHaye, porque él aceptó a Jesucristo. Vendrá el día en que el Señor llamará desde el cielo y descenderá, y los muertos en Cristo resucitarán primero y luego seremos arrebatados juntos para encontrarnos con él en el aire”. Tim a menudo solía decir al recitar estas palabras, “de repente había esperanza en mi corazón de que volvería a ver a mi padre”. Esa es la esperanza consoladora que Cristo nos da.

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