El Secreto de la Adoración 1/4
21 febrero, 2008El Secreto de la Adoración 3/4
21 febrero, 2008Titulo: “ElSecreto de la Adoración” 2/4
Autor: WimMalgo
Nº: PE1096
Los israelitas no hicieron el becerro de oro, al separarse concientemente del Dios verdadero, para adorar en su lugar un ídolo. No fue así. Fue peor: querían la presencia palpable de quien los había redimido, de quien les había salvado.
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«El Secreto de la Adoración» 2/4
Estimado amigo, al concluir el programa anterior estábamos hablando de un acontecimiento que nos estremece, de cómo el diablo había logrado encubrir la soberana persona del Señor, al cual el pueblo, poco tiempo atrás había adorado, y les había mostrado su propia idea acerca de Dios, que no corresponde a El, presentándola como un objeto de adoración. Esto lo veíamos claramente en la palabra de Dios que dice en cuanto a Aarón: «y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto». Decíamos que no se puede pasar por alto así no más este terrible hecho, y entonces nos planteábamos la candente pregunta:
¿Cómo fue posible este cambio tras revelaciones de Dios tan impresionantes?.
Para contestar esta pregunta existe, en primer lugar, una explicación que salta a la vista y, también, una explicación profética. Moisés tardaba en descender, ésta es una alusión profética a Mateo 25:5: «Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron». Moisés era el mediador de la Antigua Alianza. ¿Qué pasó con Israel cuando ya no veían a Moisés, ya no escuchaban su voz y él demoraba en descender?. Apartaron sus miradas del Dios invisible, fijándola en algo visible: el becerro de oro, y lo adoraron. Este es siempre el gran peligro: mientras el Señor Jesucristo, el Mediador del Nuevo Pacto, tarda en volver, los hijos de Dios están en peligro de dormirse espiritualmente. Les resulta cada vez más difícil creer; quieren ver algo. Este peligro es muy grande en nuestros días. lo visible también invade las casas de los creyentes. Tomemos por ejemplo, el aparato de T.V. En el curso de los años, hemos visto llegar a muchos colaboradores, pero hubo también quienes se fueron de nuestro medio. Recuerdo un caso especial: mientras esos hermanos estaban en comunión con nosotros, no tenían aparato de TV. Pero al irse de nosotros, al día siguiente ya tenían un aparato de TV en su vivienda, a pesar de haber sido exhortados acerca de sus influencias dañinas.
Pero la adoración de lo visible no se limita solo a la TV, sino que se trata de retener las cosas de este mundo. Seguimos en este peligro mientras el Señor todavía no ha venido. Uno puede tomar decisiones equivocadas al confiar en lo visible en vez de confiar en el Dios invisible. Esto lleva, necesariamente, a la adoración de ídolos. Muy masivamente lo vemos en la Iglesia Católica Romana, en la que se practica la adoración de lo visible al orar delante de imágenes, esculturas de mármol y madera que representan a María (como la «Madonna Negra), a los santos y al Señor Jesús.
Volviendo a Israel, fue un pueblo que después de haber recibido grandiosas revelaciones de Dios, se dejó enceguecer de lo visible: el pueblo de Dios, junto al pie del monte Sinaí, hizo justamente lo contrario de lo que hicieron los discípulos aquella noche sobre el mar de Galilea, cuando estaban en peligro y su barca era azotada por las olas. Ellos, cuando Jesús se les acercó caminando sobre el agua, opinaron que era un fantasma. Y los israelitas pensaban que un fantasma, una fantasía, aquel becerro de oro, era Jesucristo, o sea, su Dios, de manera que dijeron: «…estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto».
Los israelitas no hicieron ese becerro de oro, al separarse concientemente del Dios verdadero, para adorar en su lugar un ídolo. No fue así. Fue peor: querían la presencia palpable de quien los había redimido. Básicamente no se oponían ni contra la manera de Dios de hablarles por Su palabra ni contra Moisés, Su portavoz. Pero se enmudeció su revelación y no se escuchaba a Su portavoz: «porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido». No querían derrocar al mediador, pero sí tener un sustituto de quien no veían. Volvieron a apoyarse en lo visible, porque Moisés tardaba en volver.
Pero este suceso que vemos al estar Israel en el desierto, sirve de ejemplo para nosotros. A través de los siglos, siempre ha sido el mismo pecado el que irrumpió:
La carencia del conocimiento del Señor.
Querido amigo, en el Nuevo Testamento, el Señor Jesucristo se lamenta: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?» (Juan 14:9). Esta es toda la problemática. ¿Por qué andas tan oprimido muy a menudo, y por qué estás tan dividido interiormente?. ¿Por qué no encuentras calma?. Porque careces del conocimiento del Señor, a pesar de que lo tienes delante de tus ojos. Muchos carecen de conocimiento de El porque se han apegado a su propia forma de piedad. Los fariseos, saduceos y escribas que tenían la luz, que veían a Jesús, nos demuestran qué puede una religión según las ideas propias: viéndole no le conocieron.
Y ¿qué pasó aquí con el becerro de oro?. Los israelitas comenzaron a adorar algo de lo que antes habían glorificado: los zarcillos de oro. Su dios se componía de todo aquello que era su orgullo: «Y Aarón les dijo: Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón, y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ellos un becerro de fundición. entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto». Aquello que adoraron no era Dios mismo. Sino que, adoraron aquello que se originó de ellos mismos: su adorno, su gusto, su idea…lo que es un cuadro de la piedad carnal, la peor clase de apostasía. Su dios se componía de sus propios adornos. Si nos alejamos de esta manera del Dios viviente, caemos y volvemos a ser hombres naturales, y esto corresponde a la piedad artificial.
Estimado amigo, hasta aquí el programa de hoy. Deseo encontrarme con usted aquí en este mismo punto del Dial para poder continuar con » El Secreto de la Adoración».
¡Hasta la Próxima!