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Autor: Marcel Malgo

Un estudio detallado sobre las principales enseñanzas del emblemático Salmo 23.


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PE2439 – Estudio Bíblico
El Señor es mi pastor (6ª parte)



¡Amigos, gracias por acompañarnos en este nuevo estudio! Hoy quisiera continuar conversando sobre los versículos 4 y 5 del Salmo 23. “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”, dice el Salmo. “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando”.

Me gustaría ocuparnos hoy de los instrumentos que menciona esta sección, y que son los que nos infunden aliento cuando atravesamos un valle oscuro en nuestra vida: ellos son la vara y el cayado del Señor. Quizás se esté preguntando en este momento cuál es la diferencia entre uno y otro. Bien, los pastores de ovejas de aquel entonces (entre ellos también David) utilizaban una maza como arma de defensa contra los ladrones o los animales salvajes, y también un cayado para apoyarse al andar o al descansar. La maza tenía comúnmente apenas un metro de largo, estaba hecha de madera de roble para volverla más resistente, y tenía una terminación ancha. El cayado era un poco más largo y tenía un puño en forma de arco o de T. Vemos por lo tanto aquí un arma de defensa (la vara) y el cayado para apoyarse al andar o descansar, dos cosas bien diferentes. Esto nos enseña una maravillosa verdad espiritual: la vara del Buen Pastor simboliza la protección completa contra el enemigo, y Su cayado nos anuncia calma y paz, a pesar del valle oscuro y de las luchas. Esto lo podemos afirmar ya que el salmista enseguida agrega: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores”. En Isaías 42:3, la Biblia dice acerca del Señor Jesús, el Buen Pastor lleno de misericordia, que “no quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare”. El enemigo, Satanás, al contrario, ataca a los redimidos por la sangre de Jesús con la mayor brutalidad, justamente cuando se sienten como “cañas cascadas” y solamente “humean”, es decir, cuando se encuentran en algún valle oscuro.

¡Qué maravilloso aliento que tenemos a través de la vara y el cayado del Buen Pastor! En la vida diaria, muchas veces no somos concientes de esta realidad. La mayoría de las veces nos pasa como al rey Ezequías en Isaías 38:17, que atravesaba un valle de sombra de muerte a causa de una grave enfermedad, y en su angustia dijo: “He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz”. Y recién después pudo alabar a Dios y confesar: “mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción”. Según nuestra opinión, el Señor siempre tendría que intervenir visible e inmediatamente cuando pasamos por tribulaciones y problemas. Sin embargo, podemos experimentar Su aliento en medio de estas situaciones, y no recién cuando somos tocados por la vara y el cayado de Jesús o cuando discernimos el final del valle oscuro, como una luz al final de un túnel, sino cuando simplemente creemos en la promesa de la vara y del cayado del Buen Pastor. Entonces somos alentados y consolados. Realmente, a veces nos sentimos muy solos cuando nos encontramos en un valle oscuro, y nos preguntamos si el Señor está presente y dónde están Su vara y Su cayado, con los cuales Él nos quiere infundir aliento. Pero a pesar de los sentimientos que puedas experimentar en un momento de depresión, tienes la infalible promesa del Eterno de que la vara y el cayado del Buen Pastor quieren darte aliento justamente en el valle oscuro, y éste es un consuelo real, aunque quizás en el momento no lo sientas así. Si te apoyas de todo corazón en las palabras “tu vara y tu cayado me infundirán aliento“, ellas confortarán y alegrarán tu corazón. El consuelo no proviene de un sentimiento o de una experiencia especial, sino de la segura promesa del Señor.

Pero hay aquí un peligro al que debemos estar atentos. Como en todas partes, pero muy especialmente en el valle oscuro, los hijos de Dios no deben subestimar los peligros que les acechan. Y es justamente en el valle oscuro, donde no deberíamos subestimar el peligro de que un cristiano que lucha con grandes problemas y aflicciones, pueda no persevar en la fe y no esperar la ayuda del Señor. Pues también el enemigo ofrece su “ayuda” en forma de vara y cayado en todas las variaciones, y muchas veces lo hace en el momento en que un hijo de Dios se debilita en su fe y comienza a dudar. El profeta Ezequiel habló de esta “ayuda”, denominándola “bácula de caña”, en el capítulo 29 de su libro: “Y sabrán todos los moradores de Egipto que yo soy Jehová, por cuanto fueron báculo de caña a la casa de Israel. Cuando te tomaron con la mano, te quebraste, y les rompiste todo el hombro; y cuando se apoyaron en ti, te quebraste, y les rompiste sus lomos enteramente“ (Ez. 29:6-7). El hijo de Dios que se encuentra en apuros y se apoya en el “báculo de caña” del enemigo, fácilmente se aparta del camino del Buen Pastor y llega a otro camino, que quizás le parece bueno, pero que lo lleva a un lugar equivocado. Esto pasa porque en las aflicciones no puso su confianza tan solo en el Buen Pastor, no se dejó alentar por Su vara y Su cayado, sino que buscó una solución más rápida al problema en el cual se encontraba.

Un acontecimiento en la vida de Jesús puede ilustrar lo que quiero decir: en Mateo 16 vemos que el Salvador llegó con Sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo, y allí les preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”. Ellos le respondieron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”. Las personas que en aquel entonces hablaban y discutían acerca de la Persona de Jesús, Lo veían y Lo analizaban con sus propios ojos; sin embargo, llegaron a conclusiones totalmente equivocadas. Si bien es verdad que buscaban entender al Señor, no vislumbraron la fuente de vida y de poder que se encontraba en Él. Con sus suposiciones de que Él podía ser Juan el Bautista, Elías, Jeremías, o alguno de los otros profetas, si bien alcanzaron cierto nivel, no Lo alcanzaron a Él. Pues Jesús no era ni Juan, ni Elías, ni cualquier otra persona. No era poca cosa decir que Jesús era Juan el Bautista. También el hecho de que, en aquel enconces, la gente comparara al Señor Jesús con el profeta Elías, demostraba cuán impresionada estaba por la vida de Jesús. Otros decían que Él era Jeremías, y cualquier otro se hubiera sentido adulado, pues Dios mismo dijo a ese profeta: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar”. A pesar de esto, Jeremías no era el Salvador, ni por aproximación. ¿No es trágico que la mayoría de los judíos de aquel entonces, a pesar de otorgarle grandes honores al Señor Jesús, permanecieran totalmente ajenos al verdadero Mesías?

Esto es muy parecido a lo que ocurre en la vida de no pocos cristianos cuando se encuentran en el valle oscuro. En lugar de confiar en la promesa del Buen Pastor, de que Su vara y cayado les infundirán aliento, buscan otras varas y otros cayados que les prometen una supuesta ayuda. Sin duda, frecuentemente el Señor se vale de las manos de las personas para ayudarnos, por ejemplo cuando los ancianos de una iglesia oran por un hermano para que un hermano enfermo sea sanado. Si Dios quiere, usa también a los médicos y medicamentos para sanar enfermedades. Y cuando nos encontramos en problemas financieros u otros, el Señor usa también a hermanos o hermanas que nos ayudan con sus consejos. Pero si cuando estamos en un valle oscuro, dejamos de pedir y de esperar la ayuda del Señor en primera instancia, y nos ponemos a confiar más en los hermanos que en Dios, estamos en el camino equivocado. Cuando nos dirigimos a un “Juan el Bautista”, a un “Elías”, un “Jeremías“ u otro “profeta”, y no al Señor mismo, perdemos de vista al Buen Pastor. Como ejemplo bíblico recordemos el trágico final del rey Asa, quien al principio fue muy bendecido. Leemos acerca de él en 2 Crónicas 16:12: “En el año treinta y nueve de su reinado, Asa enfermó gravemente de los pies, y en su enfermedad no buscó a Jehová, sino a los médicos”. Seguramente no era ninguna equivocación consultar a los médicos; pero como se desprende del texto, no buscó en primer lugar al Señor, sino tan sólo a los médicos. Como cristianos, podemos caer en esta actitud equivocada, no solamente en el valle oscuro sino también en la vida diaria. Pues cuando el Señor no responde en seguida nuestra oración, corremos el peligro de poner nuestra confianza en hermanos maduros, en objetos o en costumbres, perdiendo así la comunión directa con Jesús, el verdadero Dios y Señor, el único en quien encontramos verdadera ayuda.

Ahora, volviendo al relato de Mateo 16, cuando el Señor le preguntó a Sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, Pedro Le respondió: ”Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Cuando, como cristianos, nos encontramos en el valle oscuro, no necesitamos a nadie más que al mismo Señor Jesús, al Buen Pastor, que siempre está presente por Su Espíritu y nos da verdadero consuelo con Su vara y Su cayado. Cualquier otra ayuda o apoyo de parte de un hermano maduro, viene recién en segundo lugar. ¡Ay de nosotros si confiamos en primer lugar en los creyentes maduros y no en el Buen Pastor! Pues entonces podemos aplicar para nosotros las palabras de Jeremías 2:13: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”. Elija la vara y el cayado del Buen Pastor cuando se encuentre en un valle oscuro y necesite consuelo; solamente Su vara y Su cayado le proporcionarán verdadera ayuda. Puede ser que en este momento esté pasando por una gran lucha y por muchos contratiempos. Pero si mantiene la vara y el cayado del Buen Pastor con fe en sus manos, le está asegurada la victoria; y a pesar de las luchas y las penas, podrá descansar en su Salvador.


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