El ser humano en el tamiz de Dios 2/3

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Titulo: “El ser humano en el tamiz de Dios” 2/3
  

Autor: ErichFischer
Nº: PE1132

¿Conoce usted su propio corazón? ¿Sabe cuánta paja todavía hay en él? ¿Cuántas cosas verdaderas mezcladas con falsas, cuántas cosas espirituales con lo no espiritual? De seguro, no puede negarse que también en nuestros corazones se puede encontrar el verdadero amor a Jesús.


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«El ser humano en el tamiz de Dios» 2/3

Hola amigo, en el programa pasado hemos visto que el ser sacudidos en el tamiz de las pruebas es necesario para los cristianos. Porque a través de las sacudidas, en la vida de cada cristiano se separa lo utilizable de lo inutilizable. Allí se separa el trigo de la paja.

También hemos visto aspectos positivos de Pedro figurados como el trigo, y aspectos negativos en cuanto a su actitud, figurados como la paja. Pero también, finalizamos nuestro programa mencionando que tampoco los demás discípulos estaban libres de motivos no espirituales y egoístas. Y de esto mismo estaremos hablando ahora.

Estimado amigo, los discípulos se estaban peleando para ver quién sería el más grande entre ellos. Imaginen eso: Uno queriendo ser más que el otro. Como los discípulos no habían comprendido al anuncio de Jesús sobre su pasión, se dedicaron a cosas «más importantes»; negociaban entre ellos quien habría de ser el más grande. Hasta la madre de Zebedeo, Jacobo y Juan, llega a pedir al Señor Jesús algún «puesto de ministro» para sus hijos en el reino venidero:«Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. ¿No es verdad que esos son pensamientos carnales, no espirituales, pensamientos egoístas? ¿No es paja, que debía ser quitada de sus corazones a través del viento de la santificación? Y hay aún algo más. Entre la verdadera fe de los discípulos, también había mucha falta de fe. Si bien creían en Jesús, cuando realmente era necesario demostrar fe, ellos fallaban.

Así sucedió, por ejemplo, cuando una tormenta los sorprendió sobre el Mar de Galilea, convirtiendo el barco de los discípulos en un juguete de las olas. Allí la falta de fe salió a la superficie, y ellos gritaron de miedo. ¿Dónde estaba su fe cuando se trataba de la simple supervivencia? Y eso que Jesús estaba con ellos en el bote, aunque durmiendo. También eso era paja en la vida espiritual y debía salir. Era necesario concientizar a los discípulos, especialmente a Pedro, de esto. Ellos debían enterarse de todas las cosas no espirituales que había en sus corazones.

Por esta razón, todos ellos fueron puestos en el tamiz de las pruebas, y Dios permitió que ellos fueran agitados y sacudidos. El tratamiento del tamizado debía ocurrir para bien de ellos mismos.

En este momento, quisiera hacerle la siguiente pregunta: ¿Conoce usted su propio corazón? ¿Sabe cuánta paja todavía hay en él? ¿Cuántas cosas verdaderas mezcladas con falsas, cuántas cosas espirituales con lo no espiritual? De seguro, no puede negarse que también en nuestros corazones se puede encontrar el verdadero amor a Jesús. Pero, ¿no será que muchas veces también hay allí una porción de amor a nosotros mismos? Con toda seguridad, también se encuentra allí la fe en la omnipotencia de Dios. Pero, ¿no es verdad que la misma muchas veces va acompañada de una porción de falta de fe? ¿No es verdad que justamente cuando es necesario demostrar fe, la duda nos carcome? La verdadera confianza en la fuerza y el poder de Jesús seguramente, a veces, está mezclada con la duda, el temor y el miedo.

Justamente por eso, es que también para nosotros es necesario ser sacudidos en el tamiz de las pruebas. Todo aquello que no debe estar presente en nuestra vida debe ser sacado a la superficie, debe llegar a ser visible y reconocible para nosotros. La paja debe ser separada del trigo. Recién entonces podrá ser entregada a la destrucción, y ser llevada por el viento de la santificación. Quien cree que en su vida todo está de lo mejor, que todo está en orden, vive en peligro de desconocerse a sí mismo. El apóstol Pablo escribe:«Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo». Jesús dice de sí mismo:«Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen». Él, el Buen Pastor, ama a cada uno de nosotros, es más, dio Su vida por nosotros. A Él le gustaría poder transformarnos a Su propia, santa, y divina imagen, para que, de día en día, lleguemos a ser espiritualmente más bellos y más perfectos. Pero, eso solamente es posible si también en nosotros la paja es separada del trigo, y quitada. Su mayor deseo es ver a Su iglesia sin«mancha ni arruga».

Y eso solamente es posible si cada uno, individualmente, se deja transformar y santificar, y lleva una vida que agrade a Dios. Para llegar a eso, cada uno de nosotros debe ser agitado y sacudido. Para eso, se necesitan las pruebas. Solamente a través de éstas, nos damos cuenta en qué estado realmente estamos interiormente. Pero eso, a su vez, nos cala hondo, corta profundo en nuestra carne y ocasiona dolores. Sin embargo, es indispensable, porque, de no ser así, todo queda en lo mismo y nunca llega a darse la separación del trigo y de la paja; y lo espiritual y lo no espiritual continúan mezclados. Y es eso lo que pone obstáculos al crecimiento de la fe. ¿Es eso lo que usted quiere? ¿Se siente bien en una situación ambigua de ese tipo? En caso de ser así, pues, manténgase firme en su antigua manera de ser.

Querido amigo, si desea ser cada vez más parecido al Señor, si quiere avanzar hacia una vida perfecta, si quiere ser santo delante de Dios y vivir para la alabanza de Su gloria, entonces permita que su ser sea fuertemente sacudido. Acepte las pruebas y vénzalas con la ayuda de Jesús. En Romanos 8:28 tenemos una maravillosa promesa:«Y sabemos que a los que aman a Dios,todas las cosasles ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.»Bajo la categoría«todas las cosas»,también se encuentran las pruebas.

Por esto es tan importante ver el segundo punto: 

El ser sacudidos en el tamiz de las pruebas es permitido por Dios por amor a nosotros.

«Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo»(Lc. 22:31). Satanás pidió a Dios que le entregara a los discípulos de Jesús. Puso en duda su autenticidad, y quiso probar a Dios que habían razones para sus dudas.

Así como un día hizo con Job, Satanás, en cierto modo, pidió permiso para que los discípulos le fueran entregados. El archi-enemigo también pidió a Job, de la mano de Dios, para probar su piedad. Quería probarle al Eterno que Job renegaría de Dios en cuanto las cosas le fueran mal, y él perdiera sus bienes, su esposa y sus hijos. Como eso no tuvo el éxito esperado, Satanás pidió a Dios poder torturar físicamente a Job, para así poder arruinarlo. De verdad él probó a Job muy detenidamente, pero, al final, quedó como perdedor frente a Dios.

Es verdad que, a través de todo eso, Job llegó al borde de la desesperación, porque no podía comprender porqué Dios obraba de esa manera. ¿Qué había hecho mal? Pero, a pesar de todo, a pesar de no poder comprender lo que sucedía, se aferró a Dios y estuvo dispuesto a entregar todo:«Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito»(Job 1:21). Y la verdad, es que Job fue grandemente premiado por el hecho de aferrarse a Dios. Pues Dios permitió todas esas pruebas en la vida de Job, para convertirlo en un hombre perfecto, en alguien que fuera para alabanza de Su gloria.

También a nosotros nos sucede que, a veces, no comprendemos el porqué de alguna prueba. ¿Cómo reaccionamos? ¿Empezamos a dudar de la bondad y del cuidado de Dios por nosotros, o ponemos toda nuestra confianza en Jesucristo, a pesar de todo lo que no podemos comprender?

Cuando Jesús fue arrestado, Sus discípulos se dispersaron. Ellos tenían miedo de los judíos. Y, además, pensaron que habían sido engañados. Ellos habían albergado la esperanza de que Jesús se presentara como su Rey, en gran poder y gloria. El Mesías, después de todo, solamente podía gobernar como rey, y no muriendo en la cruz, ya que ellos querían gobernar con Él en Su reino. Pero, todo salió diferente a lo esperado. Jesús fue arrestado y apresado, y de repente los discípulos se encontraron solos. Sus miedos y temores eran más que comprensibles.

Pedro debía ser especialmente puesto y sacudido en el tamiz de la prueba, conforme a lo que está escrito:«Porque el Señor al que ama, disciplina…»(He. 12:6). Por esa razón, Jesús, conscientemente, se dirigió a Su discípulo utilizando su viejo nombre:«Simón, Simón, …»No usó el nuevo nombre «Pedro», el nombre que Él mismo le había dado. Ese viejo Simón, que aún estaba lleno de paja, debía ser puesto especialmente en el tamiz para ser purificado.

Seguimos con más, en nuestro próximo programa.

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