El tesoro de la eternidad en Colosenses (1ª parte)


Autor: Norbert Lieth

¿Sabía usted que en la carta a los Colosenses podemos encontrar cinco seguridades de Salvación y siete glorias de Cristo? Esta es la primera parte de un estudio que profundiza en la grandeza del Señor frente a nuestras miserias.


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PE3085 – El tesoro de la eternidad en Colosenses



En esta oportunidad hablaremos del tesoro de la eternidad que se encuentra en Colosenses.

El autor alemán Theo Lehmann escribió: “El futuro del mundo está en las manos de Jesús. Son las manos que se dejaron traspasar por mí en la cruz. Con esas manos quitó mi culpa. Por eso es bueno saber que también ha tomado en sus manos mi futuro”.

La Epístola a los colosenses nos hace ver algo de las insondables riquezas que se esconden tras esta maravillosa verdad. En Colosenses 2, el apóstol Pablo destaca cinco seguridades que tenemos con respecto a nuestra redención, y en Colosenses 1 nos habla de siete manifestaciones de la gloria del Señor.

El autor Friedhelm König cuenta una notable leyenda que nos sirve para ilustrar el tesoro de nuestra redención:

“El zar Pedro I de Rusia, apodado Pedro el Grande visitaba a menudo a sus súbditos de forma inesperada. Una vez viajó a una compañía en la que un joven oficiaba de pagador. Este joven se había descarriado en el juego, perdiendo mucho dinero. Incapaz de pagar sus deudas, malversó los fondos de la tesorería que su compañía le había confiado. Con el correr de los meses, la deuda fue aumentando cada vez más.

De manera sorpresiva, el pagador recibió la noticia de que un funcionario de la Corte Imperial visitaría la compañía al día siguiente con el fin de auditar a la empresa. Entonces pensó: ‘¡Se acabó! ¡Este es mi fin!’. Revisó nuevamente sus entradas, sacó cálculos durante horas, hasta que ya no pudo seguir más. El faltante de dinero era enorme, por lo que decidió pegarse un tiro esa misma noche en su habitación. Dejó la pistola cargada a su lado en el escritorio y siguió rumiando su miseria, hasta quedarse dormido sobre ella.

Esa misma noche, Pedro el Grande acudió al barracón disfrazado de oficial de guardia y se introdujo en la habitación del joven oficial. Vio la caja fuerte abierta, los billetes tirados sobre la mesa y al joven dormido con la pistola a su lado. Pronto supo de qué se trataba. Su primer pensamiento fue despertarlo y hacer que lo detengan, sin embargo, había sido invadido por la compasión. Miró de forma detenida un trozo de papel que el joven oficial había escrito. Este decía: ‘Es una gran deuda, ¿quién puede pagarla?’. El zar tomó la pluma y escribió una sola palabra debajo. Se retiró de la habitación en silencio y cerró la puerta.

Más tarde, el hombre se despertó sobresaltado, tomó en sus manos el arma para terminar con su vida, cuando vio el papel delante de él con una palabra que no había escrito: ‘¡Pedro!’. Soltó la pistola, frotó sus ojos y murmuró para sí: ‘¿Cómo es posible?’. De inmediato, comparó esa firma con la de otros expedientes firmados por el zar y reconoció la coincidencia.

‘Es una gran deuda, ¿quién puede pagarla? – ¡Pedro!’.

El joven reflexionó: ‘El zar Pedro estuvo aquí, conoce mi deuda y está dispuesto a pagarla’. Al día siguiente, llegó un mensajero de Pedro I y entregó al joven una pequeña bolsa con una gran suma de dinero. De inmediato, guardó el dinero en la caja fuerte, justo antes de que llegara el auditor, quien encontró todo en orden…”

Esta historia es una imagen interesante acerca de la redención eterna que Cristo realizó por nosotros. En Colosenses 2:13-15, el apóstol Pablo describe esta redención citando cinco seguridades en las cuales podemos apoyarnos ahora y para nuestro futuro eterno: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.

La primera seguridad es entonces la paga de la deuda

En Colosenses 2:14 se nos dice que: “Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros”

Aplicando la figura de la leyenda que acabamos de escuchar, podemos decir:

“Es una gran deuda, ¿quién puede pagarla? – Y la respuesta es: ¡Jesús!”.

El acta con los cargos, que cita Colosenses, es un así llamado pagaré: un documento contable que contiene la promesa incondicional de un deudor, que responde con todo lo que tiene, de que pagará su deuda en un determinado plazo.

¿De qué se nos acusa? De cometer pecado. Y ¿qué es el pecado? Bueno, otras descripciones son: transgresión, ofensa, culpa.
El pecado es la separación de Dios. Se trata de un modo de vida que se desvía del objetivo al que se debiera apuntar. Solamente mirando y escuchando a nuestro alrededor basta para entender lo que es el pecado.

Una serie de islas, cercanas a Estocolmo, Suecia, asombra a las personas por enterarse de que allí, todo marcha a la perfección. No hay crímenes, fraudes, peleas vecinales ni familiares, ni ningún otro conflicto. Sin embargo, esta emoción se desvanece una vez que descubren la razón: nadie vive allí.

Donde hay gente, el pecado se deja ver pronto. Viajando en el autobús vi por mi ventanilla cómo una madre en la carretera se ensañaba con su hijo pequeño. Lo zarandeaba, le gritaba y le pegaba. El niño lloraba desconsolado, pues solo quería que lo tomara en brazos. Pero la madre se alejó de él, y cuando el niño corrió detrás de ella, ella no le permitió acercarse.

Pensemos, además, en las horripilantes noticias que día a día se renuevan en nuestra sociedad y la sacuden con violencia:

Dos adolescentes decidieron tomar venganza de una compañera, asesinándola a sangre fría.

Las parejas de enamorados comienzan a gritarse, insultarse y echarse la culpa al cabo de los años, hasta que deciden seguir cada uno su propio camino.

Una superpotencia mundial invade a otro país, asesinando a miles de víctimas inocentes. Sí, la historia universal es atravesada por un sangriento rastro de injusticia.

Los robos en los lugares de trabajo o en los centros comerciales ascienden a escalas inimaginables. Si no fuera así, los consumidores podrían pagar los alimentos a un costo más bajo; no obstante, tal como están las cosas, los robos se encuentran incluidos de antemano en el precio de costo. Vemos por todos lados corrupción, desfalco, odio, envidia, brutalidad, egoísmo, injusticia y falta de moral. ¿Y qué cosas serán las que todavía no ha inventado el hombre para atormentar a los demás?

El pecado lo arruina todo tal como describe Proverbios 14:34: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones”.

Nuestros vecinos, en el edificio donde vivíamos antes, se fueron del país durante un tiempo prolongado. Durante su estadía afuera, el congelador se estropeó y la carne que estaba dentro se echó a perder. ¿Te imaginas el olor putrefacto que impregnó toda la casa? De la misma forma, puede olerse desde el Cielo la pestilencia del pecado. El pecado ha causado más desgracias que las guerras, desastres y enfermedades juntas, pues estas son efectos del pecado. Sin el pecado, nada de esto hubiera sucedido.

Tenemos que admitir que, a pesar de los avances tecnológicos y el progreso en todos los campos del conocimiento, el hombre no ha mejorado. Seguimos en un estado primitivo en cuanto al pecado. En este sentido, no somos diferentes a la primera pareja humana, pues, como ellos, intentamos ocultar nuestra culpa. Hay una frase que es muy acertada y es: “Estás tan enfermo como tus secretos”.

El acta de los cargos de este mundo y su catálogo de pecados, es interminable. Pero pensemos también en nuestra lista de culpabilidad personal ante Dios. De hecho, existe un registro divino en el que todo está inscrito, incluso los pecados más ocultos. La Biblia nos habla de esto en Salmos 90:8: “Has puesto nuestras iniquidades delante de ti, nuestros pecados secretos a la luz de tu presencia”.

En el juicio final, se abrirán los libros en los que se registraron todas las cosas. La profecía en Apocalipsis 20:22 es: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Aquellos que no se encuentren registrados en el libro de la vida serán juzgados según “los libros” mencionados aquí, que contienen las actas con los cargos que hay contra ellos. Al ser juzgados “según sus obras”, pierden la posibilidad de ser salvos, pues la salvación no se consigue por obras.

Sin embargo, el mensaje redentor es que Dios no nos abandona con nuestros pecados. Él nos ofrece una solución y una completa redención.

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