Autor: Norbert Lieth
La carta de Pablo a la joven iglesia en la ciudad de Colosas, contiene seguridades para todos los creyentes y también una exaltación de Cristo como proveedor de esta seguridad. Esta es la continuación del estudio.
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PE3086 – El tesoro de la eternidad en Colosenses (2ª parte)
¡Bienvenidos! En el programa pasado, comenzamos viendo juntos la carta de Pablo a los Colosenses. Allí encontramos cinco seguridades que tenemos con respecto a nuestra redención. Vimos la primera seguridad, es decir: Cristo pagó de nuestra deuda.
Colosenses 2:14 nos asegura que: “Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros”.
El mensaje redentor es que Dios no nos abandona con nuestros pecados Él nos ofrece una solución y una completa redención. Dios transforma la historia de pecado en una historia de gracia. Obtiene el triunfo más elevado a partir de la miseria más profunda: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria…”.
En el texto griego, tanto esta como las otras seguridades de Colosenses 2 se encuentran en un tiempo verbal llamado aoristo. El aoristo describe eventos y acciones que tuvieron lugar en el pasado de manera puntual. Se iniciaron y concluyeron en el pasado. En otras palabras, describe hechos que ocurrieron una vez y para siempre.
Puedes estar seguro de tu salvación eterna a través de Cristo. Los autores bíblicos insisten con este mensaje: “Dios no quiere condenarte, Él quiere salvarte”. No obstante, es lamentable como muchos son indiferentes a esta verdad e incluso huyen del Señor.
En un tiempo vivimos en Venezuela. El arrendatario que nos alquilaba tuvo problemas económicos y se hizo con el depósito que habíamos puesto como garantía, estafándonos. Poco después, quebró. Luego me lo encontré en una estación de autobuses en Caracas. Al verme a lo lejos, huyó. Corrí tras él, no para exigirle el dinero, sino para librarle de su deuda; no obstante, corrió tanto que lo perdí de vista. Esto nos ilustra lo que ocurre con las personas que huyen de Dios: no entienden que pueden arreglar sus deudas con Él, pues Él mismo pagó por ellas.
Sigamos adelante y encontramos en Colosenses 2:13 la segunda y también la tercera seguridad, que son: vida y perdón:
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados”.
Una poetisa alemana escribió: “La Pascua es la fiesta de la victoria de la vida eterna”. Leamos una vez más, nuestro texto, para ver cómo describe la versión “Dios habla hoy” esa victoria de la vida eterna en nosotros:
“Ustedes, en otro tiempo, estaban muertos espiritualmente a causa de sus pecados y por no haberse despojado de su naturaleza pecadora; pero ahora Dios les ha dado vida juntamente con Cristo, en quien nos ha perdonado todos los pecados”.
La palabra “perdón” es para mí uno de los vocablos más bellos de la historia de la humanidad. El perdón renueva, construye, vivifica y libera. Cristo obtuvo el perdón por nuestros pecados al morir en la cruz del Gólgota y resucitar.
Y a ti, ¿siguen atormentándote o inquietándote pecados del pasado que de vez en cuando vuelven a tu memoria? Si te has rendido delante de Dios y has entregado tu vida a Él, creyendo en el evangelio de Jesús, entonces has sido perdonado: la marca de la culpa ha sido borrada.
El verdadero perdón borra hasta el más mínimo rastro de culpa como dice Efesios 5:7: “sin manchas ni arrugas…”, o como afirma el Salmo 103:12: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. A diferencia del norte y el sur, el oriente y el occidente no tienen polos. Es decir, el perdón de Dios es ilimitado.
William MacDonald escribió al respecto: “Tan lejos como está el este del oeste, los cuales nunca se encuentran, así de lejos están los pecados del creyente. Nunca más se enfrentará a ellos. Estos pecados han sido quitados de la vista de Dios por el milagro del amor”.
Ahora veamos la cuarta seguridad que nos presenta Colosenses: la acusación fue eliminada
Nuevamente Colosenses 2:14 dice: “Él anuló el acta con los cargos que había contra nosotros y la eliminó clavándola en la cruz”.
Nuestra deuda no solo fue anulada sino además los cargos han sido eliminados, fueron quitados de en medio; ya no estorba, no puede hacernos tropezar u obstaculizarnos, y el camino está libre. Nuestra redención no fue obtenida a un costo bajo, sino que el eterno Hijo de Dios pagó un precio muy alto: “Nunca nadie cambió tanto por tan poco”.
El costo de esta redención podría ilustrarse, en cierta medida, el Salmo 8 dice: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos…” Y en Isaías 43:42, el Señor dice al hombre: “…pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades”.
El Creador formó los cielos y la tierra con Sus dedos, sin embargo, la redención del hombre de su pecado requirió la encarnación y entrega total de Cristo a nuestro favor. Solo así se pudo obtener nuestra redención. Y vayamos a Colosenses 2:12: “habiendo sido sepultados con Él en el bautismo, en el cual también habéis resucitado con Él, por la fe en la acción del poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos”.
Así como Jesús resucitó una vez y para siempre de entre los muertos, los que creen en Jesús son bautizados en su muerte y resucitan con Él a una vida nueva.
Imagina que estás delante de la cruz mirando al Señor Jesús, entonces puedes decirte a ti mismo: “Él cuelga ahí por mí. Él carga con mi culpa. Él es mi perdón, mi Redentor, mi Salvador y mi acceso a la vida eterna. Por Él soy una persona redimida”. Esta precisamente es la absoluta verdad que enseñan los Evangelios, sin embargo, las Epístolas nos llevan aún más lejos. Te dicen: “Tú cuelgas allí con Jesús, mueres con Él, eres sepultado con Él. Con Él has resucitado. Su muerte es tu muerte, su vida es tu vida. Por su causa, eres coheredero de Cristo e hijo de Dios”. O como lo dice Colosenses 3:3: “…habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
Hablemos de la quinta seguridad que nos conquistó el Señor Jesucristo en la cruz: Victoria sin igual.
Colosenses 2:15 es enfático y relata de forma épica: “Y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, TRIUNFANDO sobre ellos en la cruz”.
Todo lo que pretenda desviarte del camino e intente acusarte, ya ha sido derrotado. Jesús ha triunfado sobre los poderes de es te mundo, y Él te sostiene con Su victoria. Su victoria nos revela la sabiduría del plan de salvación de Dios, que para muchos es todavía un misterio. 1 Corintios 2:7-8 explica lo siguiente: “Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria”.
Ya no eres esclavo del pecado, ni de los poderes de las tinieblas. Por el contrario, ellos han sido sometidos por el Señor como dice Colosenses 2:15: “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente”. La ciudad de Colosas era parte del Imperio romano, por lo tanto, los colosenses estaban familiarizados con esta imagen. En las procesiones triunfales, el comandante en jefe se vestía del dios Júpiter, y detrás de él marchaban los enemigos derrotados, despojados de todas sus posesiones, junto a sus gobernantes. Los reinos vencidos se incorporaban al Imperio. Pablo retoma esta imagen para darle una aplicación espiritual. El creyente en Jesús ya no pertenece al reino de las tinieblas, sino al reino de Cristo. Vemos que lo dice Colosenses 1:13-14: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.
La sangre de Jesús ha cancelado tus deudas, ha borrado por completo tus pecados, y por ello, el diablo no puede hacer nada ante la obra de la cruz. Colosenses 1:20 es contundente: “Y por medio de él (Jesucristo) reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz”. Su sangre borra todo destello de culpa. Romanos 8:1 nos señala el título de la victoria: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.