Autor: Norbert Lieth
Juntos compartimos el final de la serie en que hemos estudiado, en la carta a los Colosenses, las glorias de Dios y las seguridades que éstas nos dan como creyentes. Un tesoro al que debiéramos recurrir y en el cuál meditar para tener el gozo, el asombro y el enfoque puesto en el Señor, mientras caminamos con Él.
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PE3088 – El tesoro de la eternidad en Colosenses (4ª parte)
Queridos oyentes. En los programas anteriores, cinco seguridades que tenemos al estar en Cristo. Y que encontramos en la carta a los Colosenses. También compartimos dos de las siete glorias de nuestro Salvador que se nombran en Colosenses 1: “Él es la imagen del Dios invisible” y “Él es el primogénito de toda creación”.
Para hablar de la tercera gloria del Señor, la encontramos en Colosenses 1:16: Él es el Creador
El texto dice: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”. En Él fueron creadas todas las cosas, también el tiempo. Por medio de Él fue creado el principio, por lo tanto, Él es antes del principio, es decir, es eterno. Por eso leemos en el primer capítulo del Evangelio de Juan dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Jesús es el Verbo de Dios, que por ser Dios no tiene principio. Por eso el evangelio de Juan no menciona ninguna genealogía de Jesús. Estaría fuera de lugar hacerlo en este contexto. Siendo Jesús el Verbo eterno, quien creó todo el universo por el poder de Su Palabra, también mientras caminaba entre nosotros demostró en varias ocasiones ese mismo poder: Un centurión se acercó a Jesús para pedirle que sanara a su criado. Mateo 8:8 muestra su petición fue singular: “…solamente di la palabra, y mi criado sanará”. En tres ocasiones en que Jesús resucitó a personas, pronunció frases similares. A la hija de Jairo, en Marcos 5:41 le mandó: “Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate”; y al joven de Naín en Lucas 7:14: “Joven, a ti te digo, levántate”. Seguramente la más conocida está en Juan 11:43 Jesús resucitó a Lázaro. Lo llamó con las palabras: “¡Lázaro, ven fuera!”. Así es cómo Jesús llamará un día a los muertos que creyeron en Él y oirán Su voz y resucitarán. Jesús sostiene todas las cosas por la palabra de Su poder (Hebreos 1:3). Esto resalta aún más la belleza para nuestra alma. Hace mucho más visible, el poder que encerraban las palabras de Jesús en Juan 19:30: “Consumado es”. “Consumado” significa que todo está pagado, queda hecho, completado y concluido.
La cuarta gloria del Señor se encuentra en colosenses 1:17: Él es el Sustentador de todo
Leemos una contundente afirmación: “… él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” Cuanto más profundizan los astrónomos en el universo, más asombrados quedan. Descubren nuevas galaxias que no creían que existían. Dicen los expertos que podría haber trillones de ellas. Si viajáramos a la velocidad de la luz a la galaxia más cercana, demoraríamos unos dos millones de años en llegar. En comparación: si diéramos vueltas a la Tierra a la velocidad de la luz, daríamos más de siete vueltas por segundo. Todo esto ha sido creado por Jesús y todo es sostenido por Él. Esta Tierra no está abandonada a su suerte, sino que es sostenida por Jesús, junto con todo el cosmos. Y esto significa que el Señor también sostiene y sostendrá a Sus redimidos. Prometió, en Juan 10:28, hablando de Sus ovejas: “… yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Jesús es el autor y consumador de nuestra fe. Él comenzó la obra de redención en nosotros y también la perfeccionará hasta el día de Su venida.
La quinta gloria del Señor la encontramos en el versículo 18 de colosenses 1: Él es la Cabeza de la Iglesia
Al hacernos miembros de Su Cuerpo, Cristo nos elevó a una posición sublime y nos hizo completos en Él. La cabeza es la máxima autoridad del cuerpo, el control de mando. La cabeza regula todos los procesos del cuerpo; y así como es importante que el cuerpo sea gobernado por la cabeza, Jesús debe gobernar y controlar a la Iglesia. Anteriormente en el mismo capítulo, verso 10, el apóstol escribe al respecto: “…para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios”;
La sexta gloria del Señor está también en el versículo 18 y es que Él es el primogénito de entre los muertos
“…él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia” La Biblia nos enseña que habrá una resurrección de los muertos en el día postrero. Sin embargo, existe una antes que esta: la resurrección de entre los muertos. Cuando Jesús resucitó, los demás muertos siguieron muertos. Aquellos ya nombrados, que Jesús había resucitado, volvieron a morir. Jesús es el primero en resucitar para nunca más morir. En palabras de Romanos 6:9: “la muerte no se enseñorea más de él”. Así pues, Jesús tiene la primacía en todo, pues Él es la cabeza de todo. Si también dejamos que sea el primero en nuestras vidas, familias e iglesias, renunciando a nuestro afán por manejar las cosas solos, experimentaremos renovación y frescura en nuestra vida espiritual. La resurrección de Jesús de entre los muertos garantiza la resurrección de la Iglesia. Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.
Y por último en colosenses 1:19 hallamos la séptima gloria del Señor: En Él habita toda la plenitud de Dios
“Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” Colosenses 1:15-19 termina como empezó. Al principio de esta serie notamos que muestra a Jesús como la imagen de Dios. En Él vemos y conocemos al Padre, y hacemos nuestra toda la obra de la redención. Y al final del pasaje afirma que toda la plenitud divina habita en Cristo. ¿Por qué? Porque Jesús es la imagen perfecta del Padre. Él es la cabeza de la iglesia y nosotros sus miembros: “Porque-leemos nuevamente- en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad”. El dedicado predicador Charles Spurgeon, dio una buena definición de esta plenitud. Dice que tenemos la plenitud: – sin la ayuda de las antiguas ceremonias judías. – sin la ayuda de la filosofía. – sin las invenciones de la superstición. – sin el mérito humano. Puedes tener muchos conocimientos y logros, pero sin Jesús te falta lo más importante. Juan Crisóstomo, un clérigo influyente y determinante en la Iglesia escribió en el siglo cuarto:
“Si ellos dicen que los apóstoles eran hombres incultos, añadamos a esto y digamos que eran hombres ignorantes, sin estudios, pobres, humildes y sin reputación […]. Estos hombres ignorantes, incultos y sin estudios han dejado fuera de combate a los sabios y a los poderosos, a los tiranos y a los engreídos por causa de su riqueza, honor y otros bienes externos […]. Por lo tanto, es evidente que el poder de la cruz es grande, y que esto no podría haberse hecho mediante el poder humano…” Y si nosotros pensamos en las glorias de nuestro Salvador, cuán preciosa se nos hace la promesa de Colosenses 3:4 “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Hemos estudiado las insondables riquezas que encierra Colosenses 2, revelando las cinco garantías de la redención en la cruz, y Colosenses 1, con las siete glorias de nuestro Señor. Les animo a descubrir y aprovechar esta eterna posesión que la carta a los colosenses nos presenta. Este es un paso que cada uno debe dar por sí mismo. Cristo es tu Creador y quiere llevarte sano y salvo a la Casa del Padre. Si te aferraste a Su mano extendida, ya puedes decir que sus manos, las manos de Jesús, son la que se dejaron traspasar por nosotros en la cruz. Con esas manos quitó nuestra culpa. Y también aseverar: “Mi futuro está seguro en Sus manos”.