El tiempo final según Lutero

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Autor: René Malgo

Una mirada sobre la perspectiva que tenía Martín Lutero en relación con el Día del Juicio y su cercanía, así como su exhortación a perseverar en la oración, la comunión y la lectura de la Biblia, hasta ese momento.


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PE2367 – Estudio Bíblico
El tiempo final según Lutero



¡Hola, amigo! ¡Qué gusto re encontrarnos! A continuación me gustaría compartir contigo algunos pensamientos del reformador Martín Lutero sobre su convicción de que el Día del Juicio se acercaba.

Primeramente, debes saber que en el año 2017 se celebran en todo el mundo los 500 años de la Reforma Protestante. Ésta comenzó en el año 1517, cuando un profesor de Biblia y monje en la ciudad de Wittenberg en Alemania, publicó 95 tesis contra irregularidades que estaba cometiendo la iglesia católica. Este monje, llamado Martín Lutero, hoy es recordado por la manera en la que él hizo surgir de la iglesia católica una alternativa evangélica. Cuando Lutero hizo sus descubrimientos “evangélicos”, no tenía en mente la fundación de una nueva iglesia sino la necesaria reforma de la iglesia existente, poco antes del inicio del “Día del Juicio”. El nunca se vio a sí mismo como precursor de una nueva época sino como un pregonero de los últimos días, al estilo de Noé.
Martín Lutero veía el estado de la humanidad y estaba convencido de que el Día del Juicio ya estaba cercano. Para él, la ira de Dios que en el Día del Juicio Final vendrá sobre todas las personas no salvas, era una realidad concreta e inmediata. Cristo “bajará en el Día del Juicio con majestad y gloria grandes y poderosas, y con él un ejército entero de ángeles; y se sentará en las nubes y todos lo verán. Nadie será capaz de esconderse de él como para escapar, sino que todos deberán salir”, decía Lutero.

Eso será terrible para todos los que no pertenecen a Jesucristo. Lutero reconocía que “Dios en su carácter y en su majestad es nuestro enemigo, pero exige el cumplimiento de la ley y amenaza a los transgresores con la muerte”. El problema infranqueable es que ningún ser humano puede cumplir la ley de Dios ni agradarle a Él; es necesario que Dios mismo tome la iniciativa. Así Lutero, basado en la Biblia, afirmaba que esa iniciativa se manifestaba en la cruz, donde ocurrió el “alegre cambio” y “la pobre, despreciada y maligna ramera” se conviertió en la novia de Cristo. Por eso, el Día del Juicio será por un lado un día terrible, pero por otro lado también un día consolador: terrible para todos los no creyentes e impíos que no tienen a Jesucristo, pero consolador para todos los creyentes y piadosos que por medio de su fe están unidos a su Salvador.

De esta manera, la expectativa del tiempo del fin, según la interpretaba Lutero a través de su estudio de la Biblia, no era pesimista sino optimista. Su “teología de la cruz” estaba inseparablemente ligada con una “teología de la resurrección”. Él estaba convencido de que los cristianos en cualquier momento, “en un abrir y cerrar de ojos”, podrían resucitar y ser transformados, como señala 1ª Corintios 15:52. Eso sucederá en el comienzo del Día del Juicio, cuando los creyentes, fallecidos o aún con vida, “serán arrebatados en el aire, al encuentro del Señor, y podrán estar con el Él eternamente”. Por esta razón, Lutero pensaba que los creyentes deberían decir más bien: “¡Ven ansiado Día del Juicio!”
Lutero expresaba su esperanza con la siguiente imagen: “Los salvos pasarán de tener un cuerpo mortal y maloliente, a tener un cuerpo lindo, precioso, fragante”. Un hombre seguirá siendo un hombre, una mujer, mujer, “cada cual según su naturaleza y tipo, si bien el aspecto y el uso del cuerpo serán diferentes”. El nuevo mundo de Dios “será iluminado por la presencia de Cristo; y entonces será cien mil veces más glorioso que ahora”. “Y entonces yo”, decía Lutero, “saldré de mi tumba como una estrella brillante”. Pero también enfatizaba: “Quien no dirige su corazón hacia aquella vida, no sabe lo que es la fe ni lo que es el evangelio”.

En definitiva, cuando hablaba del Día del Juicio, Lutero esperaba a Jesucristo, y decía: “Porque él viene, dice el apóstol, con seguridad; y aparecerá y se mostrará como verdadero Dios y verdadero Salvador. Entonces todo será glorioso”. Como Jesucristo era el centro del pensamiento de Martín Lutero, él se mantenía tranquilo en relación con la segunda venida. Para Lutero no se trataba de estar con vida a toda costa cuando Jesús viniera; más bien se trataba de finalmente poder ver a su Señor y Salvador, y si para eso debía morir antes de la segunda venida de Jesucristo, también le parecía bien. Él sencillamente quería ver a Jesús, ya fuera a través de la muerte o a través del comienzo del Día del Juicio. Lutero sabía que resucitará, y eso le era suficiente.
Pero aquí hay algo importante, amigo, y que es necesario que todos tomemos como ejemplo: Su expectativa de la pronta venida de Cristo, no hizo que Lutero cayera en una espera pasiva ni que se abstuviera de la vida cotidiana. Al contrario: como él esperaba a Cristo y la resurrección, su teología no era ni tenebrosa, ni difícil, ni abrumadora, sino aceptando la vida dada por Dios, porque como dice 2ª Corintios 3:17, donde “está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Se trata de honrar a Dios con una vida fructífera que sea “piadosa y cristiana”; de eso es de lo que más debemos preocuparnos. Y eso es posible si el Espíritu Santo da a las personas la fe en Cristo, y renueva su carácter y comportamiento, al “escribir” los mandamientos de Dios en sus corazones hechos nuevos. Porque el Espíritu Santo es quien otorga fuerza a los creyentes, quien consuela sus “conciencias acobardadas, desalentadas y débiles”, y quien les da el verdadero temor de Dios y amor de Dios. Y el Espíritu Santo a su vez está y trabaja allí donde es predicado Cristo, quien para Martín Lutero era el centro de las Sagradas Escrituras.
Por eso él recomendaba: “¡Saquen de la fuente y lean asiduamente la Biblia!”. Con respecto a los ataques del diablo, Lutero contaba: “Cuando echo mano de la Escritura, entonces gano”. Él mismo experimentó que su débil fe era fortalecida cuando él “tan pequeño como es, echaba mano del Señor y de su Palabra”. Ésta tenía un rol clave en el pensamiento de Lutero, pues él decía: “Donde está la Escritura, allí está Dios”.

Justamente en los ataques del diablo era donde Lutero experimentaba “lo justa, lo verdadera, lo dulce, lo poderosa, lo consoladora que es la Palabra de Dios”. Después de todo son las Sagradas Escrituras las que transforman a aquel “que las ama”, a través del obrar del Espíritu Santo. Juntamente con esto también va el “muro de hierro” de la oración incesante: “Eso debemos saber, que toda nuestra protección consiste solamente en orar”, decía Lutero. De este modo los creyentes pueden subsistir en la lucha apocalíptica de la fe, “a través de oración y la lectura de las Sagradas Escrituras”

Sin embargo, la batalla de la fe no es un asunto de lucha solitaria. Para Lutero un cristianismo individualista era inconcebible; en su época, por ejemplo, había muchos que no podían leer, y mucho menos comprarse una Biblia. En definitiva, solo se puede luchar exitosamente en comunión con los santos, en la iglesia del Dios vivo. Busca a un hermano cristiano, a un consejero sabio, fortalécete en la comunión de la iglesia, decía Lutero.

Y atención con este último detalle, amigo: El reformador alemán veía muchas señales, pero según su convicción, la señal decisiva de la proximidad del Día del Juicio Final podría haber sido que la Palabra de Dios era ignorada. “No puede venir una mayor ira de Dios que quedar sin su Palabra”, enfatizaba Lutero una y otra vez. Declive moral, situaciones sociales penosas y costumbres pervertidas son un resultado inevitable de despreciar la Palabra de Dios; de eso Lutero estaba convencido. Por eso, el afirmaba: “Si yo tuviera que morir en esta hora, no les recomendaría otra cosa a mis amigos que ellos después de mi muerte tuvieran más dedicación hacia la Palabra de Dios”.
La decadencia moral de nuestra sociedad actual demuestra cuán grande es el desprecio por la Palabra de Dios. Ya en sus días Lutero se quejaba sobre la falsa seguridad que se había propagado entre muchos que se decían “cristianos”, y sobre el hastío de las personas frente a la palabra divina. Lutero señalaba cuántos creyentes había que si bien escuchaban la Palabra, la dejaban “entrar por un oído, y salir por el otro”. Eso era lo peor para Lutero; él entendía que cuando la iglesia del Dios vivo ignoraba su Palabra, esa era una señal segura del juicio de Dios. “Contra ese tipo de falsa seguridad oro constantemente”, explicaba el reformador, “y estudio la doctrina y oro diariamente para que Dios me sostenga por su santa y pura Palabra, para que no me canse de la misma o crea haber terminado de estudiarla”.

Ese era el ruego de Lutero, y también debería ser el nuestro: en estos últimos tiempos es más importante que nunca mantenerse con lo esencial, y eso es y seguirá siendo por la eternidad Jesucristo y el evangelio revelado en su Palabra.

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