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Al meditar en las cuatro respuestas a las oraciones podemos trazar un sencillo paralelo. La primera oración tenía como finalidad que el pecado de Israel fuero traído a luz. La segunda oración tuvo como objetivo la resurrección del hijo de la viuda. Por medio de la tercera oración, Elías buscaba el arrepentimiento y avivamiento del pueblo de Dios. En la cuarta encontramos un pedido de bendición.
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PE2799- Estudio Bíblico
Elías: La cuarta oración (20ª parte)
La cuarta oración
¿Qué tal, queridos hermanos? Estamos llegando a la cuarta oración del profeta Elías que encontramos registrada en la Biblia. Hay varias lecciones que podemos aprender de sus oraciones, así que vamos a leer esta oración que encontramos en 1ª Reyes 18:41-45. Allí dice: “Entonces Elías dijo a Acab: Sube, come y bebe; porque una lluvia grande se oye. Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas.Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Vé, y dí a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje. Y aconteció, estando en esto, que los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran lluvia. Y subiendo Acab, vino a Jezreel”.
En Santiago 5 tenemos otra descripción de esta oración. Allí dice en el versículo 17: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”. Aquí observamos ciertas características que podemos aplicar también a nuestra vida de oración.
En primer lugar, era una oración basada en la promesa de Dios. Dios había anticipado, que, si su pueblo se apartaba, una de las formas de corregirlo sería por medio de falta de lluvia. Pero también anticipó: “Si obedeciereis cuidadosamente a mis mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a Jehová vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma, yo daré la lluvia de vuestra tierra a su tiempo, la temprana y la tardía; y recogerás tu grano, tu vino y tu aceite. Daré también hierba en tu campo para tus ganados; y comerás, y te saciarás”. (Dt.11:13-15). Luego, en la inauguración del templo de Salomón Dios volvió a prometer algo similar: “Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. (2Cr 7:13,14). En otras palabras, este hombre de Dios se basaba en la promesa de Dios de que cuando hubiera arrepentimiento, también vendría la tan necesaria lluvia. La aplicación para nosotros es sencilla. También nosotros tenemos infinidad de promesas en la Palabra.
Obviamente, muchas están condicionadas a una actitud nuestra. Por ejemplo, dijo Jesús en Marcos 11:24-25: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá. Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas”. En 1ª Juan 5:14-15 el apóstol dice: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que, si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”. Y como ya vimos en el punto anterior respecto a la importancia de la motivación de nuestras oraciones, Santiago nos advierte: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Stg.4:3). Pero luego, un poco después dice: “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”. Al final nos cuenta de efectividad de las oraciones de Elías, como ya vimos. Tenemos grandísimas promesas a las cuales nos podemos aferrar. ¡Cuántas veces, en el momento de mayor conflicto, de necesidad, hemos recibo la palabra justa de parte del Señor a la cual nos aferramos! ¡Nunca nos defraudó! Y fuera la respuesta que fuera, sabemos que obra para bien.
Otra característica es que se vuelve a observar su fe al afirmar con absoluta convicción que iba a llover aún sin una nube en el horizonte (v.41,44). Esta oración me hizo recordar una historia de Jorge Müller, un hombre de fe en Dios. Sin nunca pedir nada a ningún ser humano, pidiendo todo sólo a Dios, levantó hogares para más de 1000 niños y los alimentaba y vestía. La fe. Confiar en las promesas de Dios.
Pero también vemos que la prioridad de Elías era la oración. Mientras él estaba orando, Acab, el rey, el culpable de la idolatría y con ello la sequía, el que debía velar por el bienestar del pueblo, estaba disfrutando de un banquete (v.42). Muchas veces se tenemos como prioridad otras cosas, algunas de ellas quizás muy válidas. Recordamos el momento que Jesús había hablado con la mujer samaritana (Jn.4). Allí sus discípulos volvieron con comida. Jesús estaba cansado y hambriento del camino. Ellos insistieron en que comiera, pero ahí vio a la gente de Sicar y dijo: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn.4:35). Cuando alguien tiene como prioridad la oración, también siente como siente el Señor. La necesidad de las almas perdidas se vuelve también su prioridad. ¿Tenemos este peso por las almas perdidas, descarriadas, y por sus necesidades?
En esta historia podemos observar también que Elías buscó la soledad para la oración. Allí estaba en el Monte Carmelo, un lugar apartado. Hizo lo mismo que luego el Señor acostumbraba a hacer, irse a un lugar solitario orar. ¿Lo buscamos nosotros?
También vemos que demostró humildad,lo que se puede ver en su postura (v.42) de profunda reverencia frente a un gran Dios. Esta postura también nos señala una absoluta dependencia del Señor. Desde esta posición no podía ver el cielo, no podía ver alguna nube, a lo sumo sólo la tierra delante de sí. Pero sabía que había una promesa dada por Dios, por lo tanto, estaba seguro de que llovería sobre la tierra seca que veía entre sus pies. La fe está segura de aquello que no puede ver (Hb.11:1). Alguien decía que la fe es la que mueve la mano de Dios.
También vemos que Elías era perseverante en su oración (v.43). Siete veces pidió a su siervo que fuera a la punta del monte para observar al cielo. Esto significaba un largo tiempo de oración perseverante. Esto también es algo que muchas veces nos hace falta. Empezamos a orar por algo y, como no llega enseguida, pronto dejamos de hacerlo. ¡No desmayemos de hacerlo!
A su vez, su costumbre era la oración. En Santiago leemos también: “Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Stg 5:18). ¡Qué ejemplo para nosotros! ¡Ojalá también de nuestra vida se pueda decir: “otra vez oró”! La respuesta a esta oración fue una lluvia que hizo intransitables los caminos resecos de hacía tres años y medio. ¡Al fin se podría arar el campo y sembrar otra vez! ¡Volvió la bendición de Dios! Volvió el fruto. Dice específicamente: “y la tierra produjo su fruto”. ¿No tenemos nosotros también necesidad de fruto en nuestra vida personal? ¿Cómo estamos en esto en la iglesia? ¡Cuántas almas secas hay a nuestro alrededor! ¡Allí se necesita las lluvias de bendición, y que sean grandes! Oremos por la bendición de los que las necesitan. Y si somos nosotros mismos los que las necesitamos, ¡con más razón!
Así que concluyendo con este estudio sobre la vida de oración de Elías podemos ver algunos paralelos. En primer lugar, nos debería animar a imitar su ejemplo de vida de oración. También nosotros, aplicando estos principios podríamos hacer la prueba, y luego decir como lo hizo Eliseo: “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?” (2R.2:14). ¡Apliquemos estos principios a nuestra vida! ¡Al tener una vida de oración, podremos observar como Dios obra!
Al meditar en las cuatro respuestas a las oraciones podemos trazar un sencillo paralelo:
- La primera oración, tenía como finalidad que el pecado de Israel fuero traído a luz, y que ellos sintieran su seriedad.
- La segunda oración tuvo como objetivo la resurrección del hijo de la viuda donde estaba hospedado el profeta.
- Por medio de la tercera oración, Elías buscaba el arrepentimiento y avivamiento del pueblo de Dios.
- En la cuarta oración conocida de Elías, encontramos un pedido por bendición por medio de la lluvia.
Estas peticiones también siguen vigentes hoy en día. Oremos por aquellos que todavía están cegados y atados por sus pecados, para que se den cuenta de su pecaminosidad y necesidad de la salvación en Jesús. Luego oremos para que haya una verdadera conversión, un pasar de muerte a vida en o espiritual. Seguramente conocemos a creyentes que se encuentran enfriados, desanimados o apartados. Oremos para que en ellos pueda darse un gran avivamiento, y que vuelvan a reconocer al Señor su Dios.
Y, por último, oremos también, que el Señor derrame sus bendiciones sobre aquellos que tanto lo necesitan. Si es a nosotros que nos falta algo de lo anterior, llevémoslo a la presencia de Dios, como lo hizo Elías. ¡Quedaremos asombrados del actuar divino! Que Dios te bendiga.