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Autor: William MacDonald

Para apreciar la Gracia debemos conocer mejor quién es Jesús, su obra, los destinatarios y lo que significa para quien la recibe.


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PE2501- Estudio Bíblico
Esto sí es Sublime Gracia (4ª parte)


 


Pasos para entender la Gracia

Nadie apreciará jamás la gracia hasta que se dé cuenta de cuatro hechos importantes: Quién es Jesús; lo que Él hizo; para quién lo hizo y lo que significa para el que la recibe. ¿Quién es Jesús?

Él no es un simple humano como nosotros, sino que es el Dios poderoso que llenó el universo de maravillas indecibles. El Creador que diseñó las miles de partes de nuestros cuerpos y puso sabiduría en nuestras mentes. Por Él todas las cosas existen y coexisten. El Soberano que tiene todo el poder, todo el conocimiento y quien está presente en todas partes al mismo tiempo. El Santo para quien el pecado es absolutamente ajeno.

Aquel quien era rico en gloria, majestad, honor, en todo lo deseable desde la eternidad. Los ángeles cubren sus rostros en Su presencia. Sostiene las aguas en la palma de Su mano, mide la tierra con su palmo y puede calcular la cantidad de polvo de la tierra con una única medición. Él pesa las montañas en básculas y los collados en balanzas. No merecemos que Alguien así esté interesado en nosotros.

¿Y alguien podría preguntarse qué fue lo que Jesús hizo tan significativo?

Él nos amó sin una causa y con el perfecto conocimiento de todo lo que haríamos y seríamos. Dejó las glorias del cielo, donde Él era objeto de adoración de un incalculable número de santos ángeles, para nacer en el hedor de un establo. «He aquí, en un pesebre yace Aquel que construyó los cielos estrelladosDescendió a la suciedad de la raza humana, soportó todo tipo de abusos de parte de Sus criaturas. Imagine al Hijo de Dios permitiendo que los hombres cubrieran Su rostro con su inmunda saliva. Piense en Él volviéndose la canción de unos borrachos.

Él sufrió como nunca nadie ha sufrido. Fue herido, golpeado y atravesado. Fue golpeado hasta que Su espalda pareció un campo arado y Sus rasgos faciales ya no se reconocían. Sus atormentadores arrancaron la barba de sus mejillas. Todos Sus huesos fueron quitados de sus coyunturas. Como escribiera el compositor inglés Graham Kendrick: «Las manos que esparcieron las estrellas en el espacio, se entregaron a crueles clavos».

Todo esto no fue nada comparado con lo que significó para el Hijo de Dios ser desamparado por Su Padre. Cuando oró, fue como si los cielos estuvieran muertos. De una manera que quizás nunca entendamos, Dios puso la deuda de nuestros pecados sobre Su amoroso Hijo, y después derramó el torrente de Su ira hasta que el Señor Jesús pagó la deuda totalmente.

Murió como Sustituto, pagando la pena de los pecados que otros habían cometido y esperando nada a cambio. Fue en aquella vieja cruz «donde el más amado y el mejor fue muerto por un mundo de pecadores perdidos».

J. O. Sanders escribió que «los intelectuales más astutos de todos los tiempos han profundizado en el significado interno de la muerte de Cristo en la cruz, pero todos han fallado en sondear sus infinitas profundidades. Como Pablo, en Romanos 11:33, se han retirado con un clamor de desconcierto: ‘¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!«.

Harold St. John dijo que la gracia de Dios, como se ve en la cruz de Cristo, no significa nada para nosotros hasta que nos quita el aliento y se convierte en lo más grande de la vida. Spurgeon nos llama a contemplar lo maravillosa que es. «Jesús ha cargado la pena de muerte en nuestro lugar… ¡Ahí cuelga en la cruz! Esta es la vista más maravillosa que jamás verá: ¡Hijo de Dios e Hijo de hombre! Ahí cuelga, soportando dolores indescriptibles – el justo por los injustos – para traernos de regreso a Dios. «¡Oh, la gloria de aquella visión! ¡El inocente sufriendo! ¡El Santo condenado! ¡El eternamente bendito hecho maldición! ¡El infinitamente glorioso expuesto a una vergonzosa muerte!»

El Salvador no merecía el vil trato que recibió. No somos dignos del precio estupendo que Él pagó. Fue demasiado. Si pudiéramos comprenderlo completamente, «nuestros corazones se disolverían en gratitud y nuestros ojos se derretirían en lágrimas». Aquí los corazones solo pueden llorar,
Ahogados en la gloriosa profundidad de la gracia.

Por supuesto, Su muerte no fue el fin de la historia. Resucitó de entre los muertos tres días más tarde. Si Él no hubiese resucitado, Su muerte no hubiera sido diferente a la de ninguna otra persona. Pero lo fue. Fue el primero en resucitar de entre los muertos para no volver a morir. Fue el primero en resucitar en un cuerpo glorificado. Su resurrección demostró poderosamente que Él era el Hijo de Dios. Fue la prueba de que Dios estaba absolutamente satisfecho con Su obra en la cruz. Y es un compromiso que todos los que creen en Él resucitarán de entre los muertos en un cuerpo glorificado, como en Su resurrección.

¿Para quién hizo Jesús todo esto? Éramos pecadores indignos y miserables ingratos. Estábamos perdidos, desamparados y sin esperanza. Ciertamente merecíamos el infierno y No había nada digno de amar en nosotros. No queríamos saber nada del Señor y no queríamos ningún Hermano Mayor que dirigiera nuestras vidas. En el mejor de los casos, se menciona que nuestra justicia era como trapos de inmundicia. En el peor de los casos, basta la prueba de que fuimos capaces de asesinar a nuestro Dios. El profeta Jeremías tenía razón cuando dijo que el corazón del hombre es engañoso y perverso más que todas las cosas. Nadie puede conocer las profundidades de su depravación, solo Dios, como leemos en Jeremías 17:9 y 10.

Aquí debemos hacer una pausa y distinguir entre la manera en que nos vemos a nosotros mismos y la forma en que Dios nos ve. Muchas personas tienen actitudes amables y gentiles. Son buenos vecinos y van a la iglesia regularmente. Ayudan a los pobres, a los enfermos y los incapacitados. Usted conoce gente así y hasta puede ser uno de ellos un ciudadano decente que guarda la ley, amistoso y respetable.

Pero jamás debemos olvidar que el estándar de Dios es la perfección y ninguno de nosotros alcanza ese estándar. No existe uno de nosotros que no peque. Ninguno de nosotros querría que nuestros pensamientos fueran hechos públicos y sin embargo éstos están delante de Dios día y noche. Aunque no hayamos roto los diez mandamientos, somos totalmente capaces de hacerlo. Lo que somos es mucho peor que cualquier cosa que hayamos hecho. Algunos pueden ser mejores que otros, pero Dios nos ve a todos como pecadores desesperados en necesidad urgente de salvación.

Estábamos muertos en delitos y pecados. Andábamos de acuerdo al curso de este mundo, dirigidos por el diablo. Éramos hijos de desobediencia, viviendo para la satisfacción de los deseos de la carne y la mente. Por naturaleza éramos hijos de ira, sin Cristo, sin Dios y sin esperanza.

Somos el tipo de personas por quienes Cristo murió. Lo que lo hace más extraordinario es que somos demasiado insignificantes. Apenas si somos visibles desde una altura de 3,000 metros. Cuánto más infinitesimales nos veremos desde miles de millones de años luz de distancia. ¡Y aún así nos amó! El teólogo Vernon C. Grounds concuerda: «Considerando la completa insignificancia de nuestra Tierra, es difícil creer que al Creador del cosmos le interesa lo que le sucede a la familia humana que ha sido cínicamente descrita como un salpullido casi invisible en la piel de un planeta sub microscópico en un sistema solar de segunda clase». Y luego agrega: «La increíble verdad es que Dios realmente se interesa«.

Nadie puede apreciar la gracia de Cristo hasta que llega a la cruz y dice, en las palabras del evangelista celianés Daniel. T. Niles, «Yo le hice eso y Él hizo esto por mí«.


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