Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (32ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea

El Señor llevó sobre sí toda nuestra miseria, sin ninguna restricción. La promesa de la Vida Eterna es estar por siempre en la presencia del Dios y Padre Creador. Apocalipsis habla de el fin del llanto, tristeza y dolor. Pero es gracias a que en su muerte, toda la angustia de la humanidad fue sobre Él.


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PE3057 – Estudio Bíblico Cánticos del Siervo del Señor (32ª parte)



El Mesías angustiado

Hola. Continuamos observando en el capítulo 53 de Isaías los sufrimientos del Siervo del Señor.

Hablábamos en nuestro último encuentro de la entrega de Jesús, no solo por los hombres, sino por Dios mismo.

Es notable que, en todos los pasajes en que aparece este concepto de la “entrega”, salvo uno, el término que se utiliza implica dar, entregar, conceder a alguien cercano. Sin embargo, en el caso de Hechos 2.23, para explicar el acto de Dios de entregar a su Hijo, el término es otro, y este tiene una fuerza adicional. Es entregado “fuera”. Igual que en Gálatas 4.4 donde “envió” orienta el acto de enviar “afuera”, “sacar fuera”. Entonces, así como Dios “sacó fuera” del Cielo a su Hijo, también lo “entregó fuera” en manos de pecadores para que le crucificaran.

Dios lo sacó fuera y le entregó fuera para que viniera cerca de nosotros. ¡Qué gracia inconmensurable de un Dios que, a pesar del dolor que esto le significó, lo hizo para salvar a miserables pecadores!

 

Seguimos en el curso del capítulo 53 de Isaías. El versículo 5 nos introduce a las profundidades de la expiación misma. Nos acerca a la cruz del Calvario para ver por la fe a Aquel que no solo llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, sino que también fue herido, molido, castigado y llagado por nuestros pecados y rebeliones, y también muerto en nuestro lugar —es un sacrificio vicario, sustitutorio por nosotros.

Lo recordamos: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”. 

Aquí hay escondida una doctrina: la sustitución que, aunque no se mencione explícitamente en las Escrituras, está presente en la revelación bíblica.

Dios no condona el pecado ni puede hacerlo: debe castigarlo. Tal castigo, merecido por cada pecador, es sustituido a través de la persona de Cristo. Es una maravillosa transacción. 

Ese es el concepto de “reconciliación”, tal como lo leemos en 2 Corintios 5: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”. Reconciliar, significa cambiar, intercambiar una cosa por otra, unir dos partes que estaban en conflicto. En Romanos 5.10 leemos: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. 

La cruz es un lugar de transferencia. Pedro lo dice en su primera epístola cap. 3: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…”.

“Observemos los seis rasgos de Sus sufrimientos:

(1)  Fueron expiatorios, es decir, liberaron a los pecadores que creen del castigo por sus pecados.

(2)  Fueron eternamente eficaces: murió una vez por todas y solucionó para siempre la cuestión de los pecados.

(3)  Fueron vicarios: El justo murió por los injustos. «Jehová cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is. 53.6 b).

(4)  Fueron reconciliadores. Por medio de Su muerte hemos sido traídos a Dios. El pecado que causó el apartamiento ha sido quitado.

(5)  Fueron violentos. Fue muerto por ejecución.

(6) Finalmente, fueron culminados por la resurrección. Fue levantado de entre los muertos al tercer día. La expresión vivificado en espíritu significa que Su resurrección fue por el poder del Espíritu Santo”.

Sí, la cruz fue un lugar de transferencia. Lutero dijo: “Tú eres mi justicia y yo soy tu pecado; has tomado lo que no era tuyo y me has dado lo que no era mío”. Pero debemos decirlo con propiedad: Cristo llevó nuestro pecado sobre Él, no en Él. Él nunca fue pecador. Él fue la ofrenda por nuestro pecado; lo llevó sobre sí.

 

La siguiente expresión es: Herido fue por nuestras rebeliones. El Siervo fue herido por el pecado de toda una humanidad que se rebeló contra el Creador transgrediendo los límites que su sabio mandato había determinado. Y que lo hizo, no por mero error, sino por voluntad propia y deliberado rechazo a la ley divina.

Dios es un Dios celoso, porque nos ama. Por eso sufre, porque el hombre no le busca. En términos de profunda tristeza nos dice Dios por boca de Jeremías: “Porque dos males han hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”. Así que sufre el rechazo de Su amor. “El que es capaz de amar, es también capaz de sufrir”. Agrega Pablo: “El amor es sufrido… todo lo sufre”. 

Herido es un término que significa, entre otros conceptos, afligido, humillado, quebrantado, perforado, traspasado. Aún más: solo se repite en Isaías 51.9, y toma el sentido de ser “herido de muerte”. No hay otra palabra más significativa para expresar la violencia y el dolor agónico que el castigo previo y la muerte del Gólgota fueron para Jesús. Le azotaron cruelmente y sin piedad; le hirieron moralmente desnudándole de Sus ropas, escupiéndole el rostro, abofeteándole, burlándose de Él. Le coronaron con lacerantes espinas, y, aunque es cierto que fueron ellos los que físicamente le clavaron a la cruz horadando cruelmente sus manos y pies, el profeta dice que fueron nuestras rebeliones más que los latigazos, los golpes, las espinas y los clavos, los que le traspasaron.

Incomprensible verdad una vez más: no solo son nuestras rebeliones las que hirieron al Salvador, el que hiere por nosotros al Siervo —y lo decimos nuevamente con temor y temblor— es Dios mismo. Leímos en el v. 4: herido de Dios, o también “horadado por Dios”. A causa de nuestras rebeliones, el Padre hirió, afligió, quebrantó, traspasó a su Hijo en la cruz. Fue clavado y herido en ella. Dice el Salmo 22.16: “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies”. Pero no fueron tanto ellos, sino Dios mismo; leemos en el Salmo 69.26: “Porque persiguieron al que tú heriste y cuentan del dolor de los que tú llagaste”.

 

Nuestro versículo de Isaías 53.5 agrega que fue “molido por nuestros pecados”. Aplastado y triturado; el peso es tan grande, la angustia tan profunda, la agonía tan intensa, que termina con la vida. Es una carga insoportable de pecados, que en este término (heb. awon), son iniquidades, maldades, perversidades. W. Vine hace el siguiente comentario en su Diccionario de Palabras Bíblicas explicando el término “iniquidad”:

“El sentido del término original abarca las dimensiones de pecado, juicio y «castigo» por el pecado. El Antiguo Testamento enseña que el perdón divino de nuestra «iniquidad» incluye el propio pecado, la culpa del pecado, el juicio de Dios sobre este pecado y el castigo divino por el pecado: «Bienaventurado el hombre a quien Jehová no atribuye iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño».

 

¿Recuerda el significado de Getsemaní? Es “prensa de olivas”, o “prensa de aceite”, y se refiere al lugar de plantas de olivo donde se trituraban las aceitunas con una pesada piedra para extraer de ellas el aceite. Cuando el Señor, entrando con sus discípulos al huerto de Getsemaní la noche de la entrega previa a la cruz, y pidiéndoles que le acompañaran en oración, dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte”, estaba penetrando en la prensa donde su alma sería molida bajo el peso de la ira de Dios, haciendo suyas nuestras iniquidades. Podemos leer en el Salmo 38: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí”. Mis iniquidades, porque hizo suyas las nuestras.

En Lamentaciones cap. 1 leemos, aplicando su clamor a la experiencia del Salvador: “¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino? Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido; porque Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor. Desde lo alto envió fuego que consume mis huesos; ha extendido red a mis pies, me volvió atrás, me dejó desolada, y con dolor todo el día”.

Notemos también las palabras del Salmo 38:

“Porque tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Estoy debilitado y molido en gran manera; gimo a causa de la conmoción de mi corazón”.

Y todo esto fue por usted y por mí. Nos obliga a caer a sus pies y rendirle la devoción y gratitud que él merece.

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