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15 enero, 2022Autor: Ernesto Kraft
En Hebreos 11:32 vemos una lista de Héroes de la fe, que únicamente son nombrados. Veamos cuál es la historia detrás de dos de esos nombres, Sansón y Jefté.
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PE2770- Estudio Bíblico
Héroes de la fe (15ª parte)
Sansón y Jefté
Amigos, estamos estudiando en ésta serie de programas la vida de los denominados “Héroes de la fé” de Hebreos , capítulo 11. En el verso 32 leemos “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas”. En programas anteriores hemos escuchado sobre Gedeón y Barac. Sansón es otro hombre de Dios mencionado en la lista. Al relacionar esos nombres, el autor de Hebreos no se apegó a una secuencia cronológica, pues la meta principal era enseñar que aquellos que creen realizan grandes cosas. Todas las personas mencionadas en Hebreos también tenían carencias y fallas, y sus historias no están en la Biblia solamente para ser enseñadas a los niños, sino para servir de advertencia y ejemplo. Sansón mató a un león con sus propias manos, pero, a pesar de ese gran hecho, no se enorgulleció delante de sus padres. Sino que reconoció que todo el mérito por las conquistas venía de Dios.
A veces nos gusta contarles a los demás acerca de nuestros hechos y de cómo Dios nos usa. Mencionamos la gracia de Dios, pero en lo íntimo, creemos que sin nuestro esfuerzo y nuestra dedicación no habría sido posible alcanzar tales bendiciones. Al mirar a lo alto, hacia Dios, Sansón mató a mil filisteos con apenas una quijada de burro. Esas hazañas no serían posibles sin Dios. La historia de Sansón nos enseña a crecer en la fe, y su ejemplo nos enseña que no debemos jugar con el pecado. Cuando nos involucramos en el pecado, perjudicamos nuestra fe, y Dios deja de realizar grandes cosas a través de nosotros.
La palabra de Isaías 59:1-2 también vale para hoy: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”. Quien tiene a Dios a su lado siempre será vencedor, sea cual fuere la situación.
Sansón es un ejemplo de la verdadera fe, que se arrepiente y vuelve a ser fuerte. Sansón se arrepintió y alcanzó la victoria sobre el enemigo. Creer sin arrepentirse no funciona, pues el arrepentimiento es el aceite del motor. Si el motor de nuestra fe dejó de funcionar, es necesario arrepentirnos, asumiendo todas las consecuencias, y todo volverá a funcionar. Colosenses 2:6 dice: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él”. Para que Dios pueda restaurar nuestra vida, necesitamos arrepentirnos y humillarnos delante Él. Como dice Santiago 4:10: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará”.
Amigos, continuando con la lista que estamos estudiando, pasamos al siguiente nombre: Jefté. Recordemos que Hebreos 11:32 dice: “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas”. Jefté era hijo de una prostituta y fue rechazado por sus hermanos paternos por ser hijo ilegítimo. Leemos sobre el desprecio de sus hermanos en Jueces 11:2: “Pero la mujer de Galaad le dio hijos, los cuales, cuando crecieron, echaron fuera a Jefté, diciéndole: no heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer”. Jefté tenía todo para ser un fracasado. Expulsado de su casa, vivía rodeado por otras personas discriminadas. Su nombre significa “a quien Dios liberta,” lo que se volvió aparente en su vida.
Jefté no tenía mucho valor delante de las personas, pero se volvió un líder en Israel, y se cumplió en su vida la palabra de Proverbios 15:33: “El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría; y a la honra precede la humildad”. Algún tiempo después, sin embargo, Israel fue atacado por el ejército de Amón y necesitaba a un hombre para enfrentar al enemigo. Los ancianos de la región se acordaron de Jefté y fueron a buscarlo. Inicialmente, él cuestionó su elección Dice Jueces 11:7 que: “Jefté respondió a los ancianos de Galaad: ¿No me aborrecisteis vosotros, y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues, venís ahora a mí cuando estáis en aflicción?”. Pero Jefté acabó acompañando a los ancianos de Gilead, y el pueblo lo puso por jefe y príncipe sobre ellos. Esa actitud de Jefté requirió de mucha humildad.
¡Qué gran lección podemos aprender con esa historia! Cuando Dios quiere usarnos, no podemos aferrarnos a nuestro orgullo, sino debemos perdonar y entregarlo todo al Señor. La actitud de Jefté recuerda la renuncia de Jesús, quien, a pesar de castigado y torturado, se entregó por nuestros pecados. Jesús podría haber dicho: “Que ellos resuelvan solos sus pecados,” de la misma forma en que Jefté podría haber argumentado: “Todos me rechazaron, pero ahora, en la guerra, ¡soy lo suficientemente bueno para arriesgar mi cuello!”.
La humildad y la disposición para perdonar nos hacen progresar en nuestra vida espiritual y nos motivan a actuar. Las familias y las iglesias están llenas de problemas que hasta hoy no fueron resueltos ¡por causa de la falta de disposición y humidad para perdonar! Dios concede gracia al humilde. Jefté recibió gracia de Dios porque no se apegó a su orgullo. El orgullo y la arrogancia nos vuelven pobres en la gracia, pero la humildad y el perdón nos hacen ir más allá y vivir de la manera que glorifica a Dios. Dios encamina a los discriminados, los rechazados y las personas que no tienen importancia para el mundo, y hace de esos miserables grandes instrumentos en Sus manos. ¡Podemos vivir de manera que la gracia de Dios sea poderosa en nuestra vida, pues está disponible y abundante para todos en este día! ¿La aprovecharemos?
Con Jefté aprendemos no solamente a dejar el orgullo a un lado y demostrar disposición para perdonar, pero también para actuar conforme está escrito en Santiago 5:12: “Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación”. El apóstol Pablo también actuó de esta forma y lo encontramos así en 2 Corintios 1:17: “Así que, al proponerme esto, ¿usé quizá de ligereza? ¿O lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí Sí y No?”. Y Jesús también nos enseña a actuar así Mateo 5:37: “Pero sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede”.
Sobre Jefté, leemos en Jueces 11:30-31 que hizo un voto a Dios: “y Jefté hizo voto a Jehová, diciendo: si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto”. La historia de Jefté enseña que no debemos hacer votos precipitados, pues las consecuencias pueden salir de nuestro control y sorprendernos. La continuación del relato nos muestra que, para la tristeza de Jefté, le salió al encuentro su única hija. Para cumplir su juramento, Jefté entregó su hija al servicio del Señor. Por eso, su hija no pudo casarse y Jefté no tuvo nietos. Eso representaba un grande sacrificio para él y para su familia. A pesar de eso, Jefté cumplió su voto, aunque con mucho dolor y pagando un alto precio. Pero hizo valer sus palabras y cumplió con su juramento.
¿Todavía recordamos las promesas que hicimos a Dios? ¿Recordamos los votos de fidelidad para nuestro esposo o esposa, de la promesa de servir a Dios y de ser generosos con nuestros recursos? ¿Recordamos todavía lo que prometimos a Dios en el primer día del año? Si cumpliéramos el diez por ciento de las promesas que hacemos a Dios, tendríamos una revolución en nuestra vida y en nuestra familia. ¿Cómo estamos en el cumplimiento de nuestras palabras?
En Salmos 50:14 leemos: “Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo”. Hoy hay nuevas oportunidades para practicar esa lección. Que nuestra palabra sea única, “sí” o “no”, independientemente de lo que eso cueste.