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Titulo: “Intolerancia” 2/2
 

Autor: MarcelMalgo 
Nº: PE1094

¿Qué pasa con aquellos que se congregan en lugares distintos al nuestro? ¿Son diferentes a nosotros? ¿Puedo compartir mi fe con ellos? Encuentre las respuestas a estas interrogantes escuchando este interesante programa de Marcel Malgo.


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«Intolerancia» 2/2

Querido amigo, sería en vano buscar en Juan y Jacobo, al principio de su apostolado, la mentalidad de Pablo que describimos en el pasado programa, cuando un grave caso de prostitución tuvo lugar en la iglesia de Corinto, él escribió a los responsables de dicha iglesia que«el tal sea entregado a Satanás».

Pero también se acordó de la salvación de esa persona diciendo:«… el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús».

Más bien Juan y Jacobo enseguida tenían a la mano un juicio devastador, para aquellos que no estaban dispuestos a recibir al Señor Jesús:«Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?»(Lc. 9:54). Tenemos aquí, delante nuestro, el clásico ejemplo de lo que significa ejercer la disciplina en la iglesia de una manera exagerada.

Como hemos visto, Pablo, con sus medidas severas hacia un creyente caído, solamente tenía en mente la salvación del mismo:«… a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.»Pero, unos cuantos cristianos en la actualidad no se preocupan de este aspecto, sino que en su celo excesivo piensan como Juan y Jacobo:«… que descienda fuego del cielo y los consuma.»

¿De dónde sale una postura tan devastadora? Podríamos decir que «quien en su corazón ya es intolerante hacia otros cristianos, no está lejos de emitir un juicio con extrema dureza».

En la ciudad de Sicar, muchos samaritanos habían recibido al Hijo de Dios por la fe, a causa del testimonio de la mujer samaritana. Cuando luego el Señor mismo se quedó allí por dos días, sucedió lo siguiente:«Y creyeron muchos más por la palabra de él». Estos creyentes samaritanos en Sicar testificaban con franqueza:«… nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo»

Estimado amigo, con toda seguridad, el mensaje de la venida del Salvador del mundo se esparció entre todos los demás samaritanos. Podemos suponer que, por esta razón, Juan y Jacobo no pudieron soportar que los samaritanos no quisieran dar alojamiento a su Señor en una de sus aldeas (Lc. 9:52-53). De modo que, podríamos decir que su dura exigencia:«Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo y los consuma…?»,no había salido de la nada.Pero, aun así, Jesús no pudo aceptar de ninguna manera la idea de ellos, sino que más bien tuvo que reprenderlos seriamente:«Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois».

Estimado amigo, ¿Cuál es nuestra actitud con respecto a los hermanos en la fe que, de alguna manera, han caído? ¿Tenemos en mente sólo el que ellos, a pesar de lo grande que pueda haber sido su transgresión, puedan enderezar sus vidas; o estamos listos para emitir enseguida un juicio de condenación? Y quiero decirlo otra vez: Por un lado, es verdad que no debemos tener ninguna comunión con hermanos en la fe que, conscientemente, viven en pecado; pero por otro lado debemos siempre tener muy clara la meta de apartarlos del pecado, o sea de los hábitos pecaminosos. Con respecto a eso, Pablo da un consejo:«Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado»(Gá. 6:1).

Pero con cuanta frecuencia actuamos de manera totalmente contraria a estas palabras: Rogamos que caiga «fuego del cielo», es decir ya no contamos con ellos y los dejamos totalmente de lado.

En una reunión se escuchó que alguien decía: «El hermano tal y tal, que tiene tal cosa que pesa sobre su conciencia, está perdido; con toda seguridad no va a ver a Jesús.» En otro lugar, una hermana en la fe comentó: «Cuando vi a aquella mujer (estaba hablando de una cristiana), supe enseguida: Esa persona se va al infierno, porque hay una oscura neblina alrededor de ella.» Y a otro, se le escuchó decir una vez acerca de un hermano impenitente: «Si continúa viviendo así, en poco tiempo va a tener que sufrir un grave accidente.» Todo eso es pedir que caiga «fuego del cielo».

Le invito a escuchar unos momentos musicales y luego volvemos.

Querido amigo, Dios no se contradice a Sí mismo.-

Cuando Jesús dijo:«Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido»(Lc. 19:10), o cuando dice en Juan 3:17:«Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él», queda claro que el Señor no podía estar de acuerdo con Sus discípulos Juan y Jacobo en hacer caer fuego del cielo sobre los inhospitalarios samaritanos. Más bien, Él los tuvo que reprender:«Vosotros no sabéis de qué espíritu sois»

Si Jesús hubiera estado de acuerdo con la idea de Sus dos discípulos, El habría aceptado que se destruyera a los seres humanos de un lugar donde, sólo unos pocos meses atrás, habían corrido las bendiciones como si fueran torrentes. Los investigadores de la historia bíblica suponen que el acontecimiento en el cual Juan y Jacobo querían hacer bajar fuego sobre Samaria, habría ocurrido aproximadamente en septiembre del año 29, después del nacimiento de Cristo. Y sólo alrededor de un año y medio antes (en enero o febrero del año 28, después del nacimiento de Cristo) el Señor se había encontrado con aquella mujer en el Pozo de Jacob. El resultado final de aquel encuentro, se nos relata de la siguiente manera:«Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho. Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él»(Jn. 4:39-41). O sea que en aquel momento se desató un verdadero avivamiento; y muchos llegaron a creer en Jesucristo. Y ahora, sólo un año y medio más tarde, ¿el Señor debería devastar la región de Samaria y dejar que muriera la gente, solamente porque no le querían recibir?

Querido amigo, querida amiga, por última vez: Ser cristiano, por un lado significa no hacerse partícipes del pecado ajeno, reuniéndose con aquellas personas que se hacen llamar «hermano» o «hermana» y que conscientemente viven en pecado. Por otro lado, sin embargo, está prohibido a los verdaderos cristianos hacer bajar «fuego del cielo», por medio del así llamado poder, sino que más bien deben trabajar en que la persona perdida se salve, es decir, que encuentre el camino de regreso a Jesucristo.

En primer lugar, una y otra vez necesitamos volver a tomar la decisión de pertenecer solamente a Cristo, y no querer ser mejores de lo que El fue. Presentar una intolerancia como la que vimos en Juan y Jacobo, no es más que querer saber mejor las cosas que el propio Jesús. Ese tipo de actitud no recibe la benevolencia de Dios, sino Su desacuerdo.

Por eso, es bueno despojarnos de todo comienzo de intolerancia. ¡Examinemos una vez más, y con cuidado,nuestrocristianismo, a la luz de esta verdad. Ahora bien ¿Quién es mi hermano o hermana en Cristo?

Como cristianos nacidos de nuevo, ¿a quién podemos extender la mano sin preocupación, y tener comunión con él o con ella? Seguramente esta pregunta no es fácil de contestar, especialmente cuando se trata de llevarlo a la práctica. Pero aun así, la Biblia nos da respuestas pertinentes al respecto. Inclusive, es Juan, ya más entrado en años pero también en sabiduría, quien nos hace saber lo siguiente:«En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo».

Con respecto a estas palabras de Juan, a veces hay quien hace la objeción que también los sectarios y falsos maestros testifican«que Jesucristo ha venido en carne». Pero no son las palabras bíblicas aisladas, sino las Sagradas Escrituras en su contexto, las que nos enseñan lo que debemos hacer y cómo nos debemos comportar. Por eso, aquí también debemos prestar atención a las palabras de 1 Corintios 12:3:«Por tanto, os hago saber que nadie … puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.»Es verdad que existen muchos que dicen «Señor, Señor», que un día serán rechazados por Jesús. Pero, cada hijo de Dios lleno del Espíritu Santo, tarde o temprano, debe poder discernir cuando alguien pronuncia el nombre del Señor Jesús«por el Espíritu Santo»,o si simplemente lo hace por la carne.

Llegó el momento en que quedó claro que Judas Iscariote era un traidor; y un día salió a luz que Himeneo y Alejandro eran blasfemos (1Ti. 1:20). Estos hombres muchas veces habían usado el nombre de Jesús, pero un día todos los cristianos supieron: «¡Ellos no pertenecen a nosotros!» Y, por esta razón, se separaron de ellos.

Pero cuando personas creyentes pronuncian el nombre del Señor Jesús«por el Espíritu Santo»,entonces podemos extenderles la mano con gozo, aun cuando el hermano o la hermana en la fe vaya a un lugar de reunión diferente al nuestro. Porque en ese caso ellos, en cierto sentido, son parte de aquellos de quienes Dios le dijo a Elías:«Yo he hecho que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron»(1 R. 19:18).

Querido amigo,¡Qué el Señor nos dé luz y gracia en este asunto tan importante!

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