Jabes, un hombre que oró (7ª parte)

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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2411 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (7ª parte)



¿Qué tal, amigos? Hoy quisiera continuar esta serie conversando sobre la tercera petición de Jabes: “Y si tu mano estuviera conmigo”. Si Jabes pedía que la mano del Señor estuviera con él, entonces esto significaba que se daba cuenta de que no podía actuar por sí solo. Por eso clama por la cercanía de Dios. Esto llama más la atención por el hecho de que Jabes pertenecía a una tribu fuerte, la cual era conocida por tomar la iniciativa. Pero él se daba cuenta de que sin la mano del Señor no podía hacer nada. Dios le concedió un aumento de fronteras, pero ahora necesitaba de Su mano para administrarlas correctamente.

Muchas veces pensamos que estamos suficientemente preparados para los nuevos retos que nos trae la vida, y aún para las tareas cotidianas. Hemos estudiado, tenemos un título, tenemos las herramientas y la capacitación necesaria. Pero ¿cuántas veces de repente llegamos al punto de que no sabemos cómo seguir? Todo lo que hacemos parece no dar resultado. Las columnas sobre las cuales habíamos edificado nuestra vida, nuestros sueños y planes se derrumbaron. El Señor nos ensancha el territorio y nos sentimos superados. La carga se vuelve abrumadora y nos sentimos como alguien nadando con una pesada mochila a cuestas. Estamos inquietos, molestos y hasta frustrados. ¿Qué hacer entonces? Probablemente el Señor nos quiera enseñar que no podemos actuar en la independencia de Él. Jesús dijo en Juan 15:5: “separados de mí nada podéis hacer”. “Nada” es extremadamente “poco”. De hecho es nada. ¿Cuándo aprenderemos que no está en nosotros el poder, la sabiduría y mucho menos el fruto? Con mucha más razón esto se aplica en el área espiritual. A veces hasta nos creemos suficientemente capaces para las tareas en la iglesia, para el servicio a Dios. Probablemente el Señor nos tiene que llevar al punto en el que clamemos a Él por ayuda porque ya no sabemos cómo seguir.

Cuando Dios empieza a bendecir y ensanchar el territorio como pedía Jabes, llega irremediablemente el momento en el cual nos damos cuenta que somos incapaces de lidiar con todo ello. Es el momento en el cual las nuevas posibilidades que Dios nos presenta, nos aparecen con escollos insuperables. Las rosas vienen acompañadas de espinas. Los campos maduros para la cosecha se nos presentan con la aparente falta de herramientas adecuadas para su cosecha, y para colmo, sentimos el sol abrasador sobre la espalda. Esto podría ser los comentarios de hermanos, la crítica, las dificultades propias de la actividad o lo novedoso de las mismas. Quizás nos embargue inseguridad o sentimientos de impotencia. Las nuevas posibilidades vienen acompañadas de responsabilidades aparentemente imposibles de cumplir. El mar de las oportunidades de repente tiene tempestades. Este fue el caso de Pedro quien le pidió a Jesús en el relato de Mateo 14:29: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Pedro pidió por algo que jamás otro hombre había hecho, y el Señor se lo concede. Pedro descendió de la barca y comenzó a caminar sobre el agua. ¡Lo increíble, único y milagroso estaba sucediendo! Pero este hecho maravilloso del actuar de Dios, de repente llevó a Pedro a la desesperación, cuando dejó de mirar al Señor y se fijó en las circunstancias tormentosas del entorno. ¡Y se estaba hundiendo! Pero entonces clamó por ayuda a Jesús y al instante la mano del Señor lo asió y le salvó la vida.

En Marcos 6 leemos que cuando Jesús rodeado de una gran multitud hambrienta les dijo a sus discípulos “dadle vosotros de comer”, ellos quedaron consternados. Calculando rápidamente, llegaron al resultado de que ni siquiera el dinero correspondiente a doscientos días de trabajo alcanzaría para comprarle el alimento suficiente a la multitud. Cuando Andrés llegó con los cinco panes y los dos peces del muchacho, dijo desesperanzado: “¿Qué es esto para tantos?”. Los discípulos tuvieron que llegar al punto de reconocer que en ellos no estaba el poder, y que lo que tenían no alcanzaba para nada.

Waren Wiersbe expresa lo siguiente en relación con este episodio: “Los discípulos estaban tratando de ser fabricantes. Pensaban que era su responsabilidad encontrar el dinero o el alimento o alguna forma hábil de solucionar el problema. Pero Cristo en todo momento ‘sabía lo que había de hacer’. Jesús necesitaba a sus discípulos no como fabricantes sino como distribuidores. Tomó en sus manos la comida del muchacho, dio gracias y luego puso los alimentos en las manos de los discípulos para que ellos alimentaran a la multitud hambrienta. La multiplicación tuvo lugar en las manos de Cristo; la distribución era la tarea de las manos de los discípulos. Una vez que usted acepte su papel de distribuidor de las riquezas de Dios y reconozca que no es un fabricante, experimentará una nueva y maravillosa libertad y gozo en su servicio. No estará asustado ante nuevos retos porque sabe que Dios tiene los recursos para satisfacerlos. No se sentirá frustrado tratando de producir cada solución que se necesita para cumplir con la tarea; y cuando Dios bendice su trabajo no se sentirá tentado a atribuirse el éxito a sí mismo”.

Cuando Pablo habla de la tremenda responsabilidad que conlleva la predicación de la Palabra y el efecto para vida y muerte eterna, exclama en 2ª Corintios 2:16: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?”. Y unos versículos más adelante contesta a su propia pregunta diciendo: “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes…”. Aquél que se convirtió en el más reconocido apóstol, el que más iglesias levantó y más contribuyó a la extensión del evangelio en los tiempos bíblicos, sabía perfectamente que su competencia no surgía de sus estudios, capacidades intrínsecas, su oratoria refinada o su carisma. Toda su capacitación para ser un ministro competente provenía de Dios. Aquella vez, llegando a Damasco, fue cuando comprendió este principio que le quedó marcado a fuego para siempre, y del cual sacó las lecciones apropiadas. El orgulloso y prepotente fariseo, quedó tirado, ciego y necesitado de ayuda. Hechos 9:6 nos relata que “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?”. Desde allí, ya no fue él, sino el Señor en Él que lo guió y capacitó. ¡También nuestra competencia para la tarea a realizar solo proviene de Dios!

Frente a esta realidad, ¿todavía buscaremos excusas? ¿Todavía tenemos miedo de quedar avergonzados en el servicio del Señor? ¡Anímese a dar este paso de fe! El Señor mismo le tomará de la mano y le guiará. Muchas veces me sucedió a lo largo de mi vida de creyente, que el Señor me ampliaba el territorio, me ponía frente a retos que yo creía insuperables y para los cuales no me sentía capacitado. Pero siempre que yo oraba “Señor, esto no lo puedo hacer, es demasiado, no tengo idea como realizarlo”, pude experimentar que solo necesitaba mis manos, mi lengua, mis pies y mi tiempo, porque de lo demás se encargaba Él. Él me capacitaba, el proveía de lo necesario en todas las áreas para realizar la tarea encomendada. En cierta ocasión, cuando tenía unos 25 años, me pidieron si podía dar clases en un instituto bíblico. Yo les contesté enseguida que era muy joven para ello. Todos mis alumnos iban a tener más edad que yo. ¡Uno de ellos incluso era pastor de iglesia! A esto se le añadía el hecho que yo era muy introvertido. A las pocas horas de responder de esta forma, el Señor me dio la palabra que recibió el profeta Jeremías cuando éste había puesto por excusa su juventud ante la orden de Dios de hablarle a su pueblo. En Jeremías 1:6-9 dice: “Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Jehová: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca”. La Palabra de Dios no me dejó opción. Obedecí y accedí a tomar este nuevo reto. ¡Con cuántos nervios di mi primera clase! Pero le aseguro, que busqué la ayuda de Dios sin cesar y fue Él quién me capacitó y también bendijo. Ahora me ha ampliado este ministerio muchísimo más. Esto me llevó a reconocer que todo provenía de Dios y por lo tanto, sólo Él merecía toda la gloria y la honra.

Jabes necesitaba la mano de Dios que lo guiara para tomar las decisiones apropiadas, y es indudable, que luego experimentó la mano de Dios en forma extraordinaria en su vida, porque (como dice el relato de Crónicas) “le otorgó Dios lo que pidió”. Esta es la realidad que usted también puede experimentar en cualquier de las área de su vida, mientras busque y se aferre a la mano del Señor. Si queremos que Dios amplíe nuestro territorio, necesitamos también que Su mano esté con nosotros. Querido amigo: ¡atrévase! ¡Pídale a Dios su cercanía en aquello que quiere emprender para su gloria! Le aseguro que no saldrá defraudado.

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