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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2412 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (8ª parte)



Amigo, llegando ya a la última petición de Jabes, él ora al Señor para que lo “libre del mal, para que no lo dañe”. Jabes oró específicamente para ser protegido del mal y del daño. ¡Y déjeme decirle que tenía mucha razón para hacerlo! Vivía en un tiempo convulsionado y su historia familiar era triste. Pero aunque éstos seguramente eran factores serios a tener en cuenta, el mayor peligro seguramente era el éxito. Él había pedido ser bendecido por Dios, que su territorio fuera ampliado y que la mano del Señor estuviera con él. Como Dios se lo concedió, ahora se encontraba frente a varios peligros. Por un lado, el enemigo no va a estar conforme con alguien a quien Dios bendice y ensancha su territorio. Por otro lado, el peligro podría surgir de Jabes mismo cayendo en la soberbia, la vanagloria, la confianza en sí mismo o la avaricia.
También en la vida del creyente, el mal puede venir de dos lugares: de afuera o de adentro. Vivimos en un mundo caído donde abunda el pecado, por lo que es importante pedirle a Dios que nos mantenga a salvo del inevitable mal que sale a nuestro encuentro. Desde afuera tenemos el mal que viene de los ataques de Satanás y del sistema frente al cual está: el mundo. Desde adentro tenemos otro enemigo al cual no podemos descuidar, que es nuestra vieja naturaleza.
Cuando el Señor está con nosotros, cuando le encomendamos nuestro camino y Él nos bendice y amplía nuestro territorio, es seguro que tendremos que enfrentarnos con Satanás. A él no le agrada para nada que estemos activos, que la obra de Dios crezca, que los hermanos se involucren y las almas se salven. A los creyentes que están apagados, enfriados o indolentes con la obra del Señor, los que no lo ponen en primer lugar en sus vidas, no les va a dedicar tantos ataques, porque ya los tiene frenados. Pero un creyente que encomendó su vida al Señor y es activo en la fuerza del Señor, el diablo no lo mirará con agrado. Le va a hacer frente. Va a querer producirle daño, sobre todo en su vida espiritual, y esto tendrá efectos inmediatos en sus relaciones interpersonales y en las demás áreas de su vida. Esto se notará en su matrimonio, en su familia, en su ministerio, en la iglesia y hará que su testimonio sea desacreditado en la obra de Dios y también delante de los inconversos que lo rodeen. La tarea de Satanás, según leemos en Juan 10:10, es “hurtar y matar y destruir”. Por lo tanto, utilizará todos los medios para hacer caer a este creyente. Ejemplos de este tipo de ataques podemos observar en varios personajes bíblicos, algunos de los cuales fracasaron, y otros salieron airosos.
Ya la primera tentación es una muestra de ello. Dios había hecho el universo entero y el mundo en particular “bueno en gran manera”, según explica Génesis 1:31. Todo había quedado absolutamente perfecto y bello. Había plantado un jardín en Edén que fue fabuloso. Allí puso al primer matrimonio hecho a Su imagen y semejanza, con la tarea de cuidarlo y ampliar sus horizontes llenando la tierra. Pero el ataque por medio de la serpiente no se hizo esperar. Siempre que Dios ha hecho algo bueno, el enemigo ha venido y vendrá para causar daño. Lamentablemente Adán y Eva se descuidaron, quedaron dialogando con el tentador, y sabemos bien en qué derivó esto. Lo peor de todo fue que el ser que Dios había creado para que tuviera comunión permanente con Él, terminó dándole la espalda y así quedó separado de Dios y si este estado permaneciere, sufrirá la eterna condenación. ¡Vaya que fue tristemente efectivo este ataque del enemigo!
Cuando el joven José, a pesar de haber sido vendido como esclavo a Egipto, por su fidelidad fue puesto sobre toda la casa de Potifar, vino la tentación por medio de la esposa de éste. A pesar de su integridad al huir de esta tentación, José acabó en la cárcel. También en ese lugar, su territorio se extendió al punto que fue puesto como encargado de todos los presos. Otra vez tuvo que sufrir la injusticia por el olvido, por parte del copero, al cual le había interpretado su sueño. Como reacción a ello podría haberle dado lugar a la amargura, pero no fue así. Después de ese episodio, Dios lo bendijo de tal forma que llegó a ser el hombre más importante de Egipto después del Faraón. Fue allí que la tentación al mal vino con la venida de sus hermanos, aquellos que lo habían vendido como esclavo. Ahora podía vengarse por este maltrato. En lugar de esto Génesis 42:18 nos relata que él dijo: “Yo temo a Dios”.
Después que David se convirtiera en el rey de Israel, conquistando el mayor territorio que este pueblo jamás tuvo, y cuando se sintió seguro, llegó la tentación con Betsabé, donde lamentablemente fracasó de forma desastrosa. No solo adulteró sino que procuró tapar su pecado con engaño e hipocresía llegando a convertirse en un asesino. Afectó su propia vida, su propia familia otro matrimonio y deshonró al Señor frente a todo el pueblo. En el auge de su carrera, se descuidó del maligno y cayó en el pecado.
Otro ejemplo del ataque del enemigo lo tenemos en Daniel. También allí vemos a un hombre fiel al cual el Señor bendijo y ensanchó enormemente su territorio, llegando a ser el segundo en importancia en el reino Medo-persa. Tampoco en este caso el enemigo permaneció inactivo. El siervo de Dios terminó en el foso de los leones. Pero Dios intervino cerrando la boca de los leones, porque había un hombre que era fiel en la oración.
En la vida de Jesús podemos observar una situación similar. Apenas fue bautizado y reconocido públicamente como el Hijo amado por parte del Padre, vino Satanás para tentarlo. Luego, ya cerca del final de Su vida, solo unas horas más tarde que los pobladores de Jerusalén le recibieran jubilosos como Rey, se los encuentra gritando para que lo crucificaran. A las palabras de compromiso absoluto con su Señor por parte de Pedro, al punto de estar dispuesto a morir con Él, le siguió la negación.
Apenas surgió la Iglesia en Pentecostés, comenzó a crecer con un ritmo vertiginoso porque, como señala Hechos 2:47, “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”, pero también empezaron las persecuciones desde afuera y los problemas internos de carnalidad y falsa doctrina.
Si hablamos de alguien cuyo territorio fue ampliado como ningún otro, tenemos que nombrar al apóstol Pablo. Él logró evangelizar toda Asia menor y parte de Europa, pero fue atacado constantemente. Él sabía muy bien de dónde provenían estos ataques, y por eso expresó en Efesios 6:12 que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Por esta razón, de la manera que Jabes oraba por la protección del mal, así también el apóstol oraba y pedía por apoyo en oración. Por ejemplo, en 2 Tesalonicense 3:1-3 expresa: “Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros, y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe. Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal”. Bien conocemos que el apóstol pasó por innumerables pruebas y dificultades. Tuvo que soportar la soledad, incomprensión, persecuciones y maltrato.
Por lo tanto, amigo, tengamos presente que las grandes oportunidades incluyen grandes retos. Grandes victorias incluyen grandes luchas. Grandes bendiciones incluyen grandes ataques. Por esta razón, la oración por el cuidado del maligno y de caer en sus trampas tiene que ser una constante en nuestra vida. Tenemos que tener presente esta realidad: cuando hay bendición, cuando empezamos a conquistar territorio enemigo, el maligno no va a quedarse quieto. En realidad, no nos tendrían que preocupar tanto los ataques del enemigo, sino el hecho que no seamos atacados en ningún momento. Es ahí donde nos deberíamos preguntar, qué es lo que estamos haciendo mal.
El diablo existe, es una realidad, así como también lo es Dios. En el evangelio de Juan, tres veces Jesucristo lo nombra como “el príncipe de este mundo”. Tiene un área de influencia y poder impresionantes. Va en contra de todo lo que Dios quiere y de aquellos que Le buscan. Quiere frenar a toda costa el avance y desarrollo de la obra de Dios. Por eso tenemos que ser persistentes en la oración contra su actuar. A pesar de los ataques, si esperamos en el Señor, podemos estar tranquilos porque Él estará a nuestro lado. Nada nos puede suceder que el Señor no permita mientras tanto esté en sus designios usarnos aquí en la tierra.

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