Jesús es el camino (7ª parte)
23 noviembre, 2020Jesús es el camino (9ª parte)
23 noviembre, 2020Autor: Wilfried Plock
Este programa hace énfasis en verificar si tenemos clara nuestra condición delante de Dios y cómo sólo Jesús es el Camino a la vida eterna. La religión muchas veces puede confundirse con el Evangelio, por eso estudiamos algunas diferencias entre ambos.
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PE2592 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (8ª parte)
Decidiendo entre Religión y Evangelio
Amigo, gracias por acompañarnos. Me gustaría comenzar el estudio de hoy preguntándole. ¿Sabe usted que un día va a tener que presentarse ante el tribunal de Dios? Jesucristo va a volver de forma visible. Lo prometió Él mismo y el Nuevo Testamento lo repite más de 300 veces. Los líderes de todas las religiones están muertos. No pueden volver a aparecer por mucho que quieran. Sin embargo, Jesucristo está sentado a la diestra de Dios y está preparando su regreso. Tan cierto como que un día vino en pobreza y humildad para pagar por la culpa de la humanidad perdida, pronto volverá de manera gloriosa para dejar claro quién tiene el poder. La Biblia nos dice en Filipenses 2:5-11 que en un momento dado, todas las personas se arrodillarán ante Cristo. Quien le haya rechazado, se perderá eternamente.
Es por eso que no puede pasar por este programa sin tomar una decisión fundamental, a no ser que ya lo haya hecho. Napoleón, el emperador francés, durante su exilio en la isla de Santa Elena, estudió la persona de Jesús y en 1821 escribió: «Yo conozco a los hombres y le aseguro que Jesús no es un hombre. Su religión es un secreto único que precede de un conocimiento que no es humano. Alejandro Magno, César, Carlos V y yo fundamos grandes imperios. Pero ¿en qué se basaban las creaciones de nuestro genio? ¡En el poder! Jesús solo fundó su imperio en el amor y hay millones de personas que hoy morirían por Él… Yo, Napoleón, me muero antes de tiempo y mi cuerpo volverá a la tierra como comida para gusanos. ¡Este es el fin del gran Napoleón! ¡Qué diferencia tan enorme entre mi profunda desdicha y el eterno imperio de Cristo, al que se ha predicado, admirado, alabado y se extiende por toda la tierra!».
Si Jesucristo es Dios y vive, entonces no hay nada más importante que conocerlo personalmente. Hay una fila muy larga, que se dirige al infierno. En esa fila están todos los que nunca han escuchado algo, nunca han visto algo y, sobre todo, los que nunca han tomado una decisión. Pero usted sí que tiene que decidirse alguna vez en su vida. Si no se decide por Jesús, entonces automáticamente se decide en su contra. Él mismo dijo: «El que no está de mi parte, está contra mí». Con Cristo, no hay término medio. Cuando reconozca que Jesucristo es el único camino hacia Dios, entonces llegará a Él. Lo necesita en su vida y aún más cuando muera. Él es el único que puede perdonar sus pecados. El único que puede darle un sentido y una meta a su vida. Solo Él puede salvarle de la justa ira de Dios. Así que no lo dude. Cambie el rumbo de su vida. Inclínese en oración ante el Altísimo. Confiésele todos los pecados de los que sea consciente y crea en el poder de la sangre limpiadora de Jesús. Confíele toda su vida a Jesús en oración. El Hijo de Dios prometió que no rechazaría a nadie que vaya a Él podemos leer esto en Juan 6:37. Él le recibirá y le hará una nueva persona.
¿Qué hará con Jesucristo? ¿Lo aceptará? Puede que usted en este punto piense que ha seguido una vida de buenas obras y acorde a las costumbres y obligaciones Cristianas, pero ¿conoce usted una Religión o el evangelio? Es posible que se pregunte, ¿por qué religión o evangelio? Muchos dicen que la religión es algo bueno, divino. Si no, ¿por qué hay clases de religión en los colegios? No cuestiono de ninguna manera la utilidad de una clase de religión fiel a la Biblia, sin embargo, quiero mostrarte la gran diferencia que hay entre religión y evangelio. Le invito a examinar estos argumentos. Comencemos con una afirmación positiva: La religión conoce la oración.
En Lucas 18:9-14 leemos: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. En el evangelio de Lucas, Jesús nos cuenta cómo dos personas muy diferentes oraban al mismo tiempo en el templo. El primero era un hombre aparentemente piadoso, un fariseo; el otro, un recaudador de impuestos despreciado, porque colaboraba con la fuerza de ocupación, el imperio romano. El fariseo estaba allí y oraba de corazón.
Normalmente, el hombre religioso suele orar con gusto, ya sea en la naturaleza, donde cree que Dios está muy cerca, en la iglesia o, tal vez, al anochecer antes de acostarse. Posiblemente, pueda incluso ver cómo sus oraciones son contestadas. Eso no es casualidad, ya que el soberano y todopoderoso Dios contesta también a oraciones de gente que no es cristiana. Déjeme preguntarle, ¿se convierte alguien en cristiano por experimentar la contestación a una oración? ¿Una persona así está en paz con Dios? ¿Es salva de sus pecados? De ninguna manera. Cuando una petición se cumple es maravilloso, sin embargo, no implica que la persona que hace la oración se convierta en cristiano. Uno solo puede convertirse en cristiano a través de Cristo; es decir, cuando uno lo invita a su vida de manera consciente. Lo demás es religiosidad sin compromiso.
Una persona religiosa también conoce la oración. Incluso puede saber muchas oraciones de memoria. Sin embargo, desconoce una oración, la que hizo el recaudador de impuestos: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. También la podríamos formular de otra manera: «Señor Jesús, ¡sálvame de mis pecados, de mi vida extraviada y de la eterna perdición! ¡Sálvame, Señor!». Una oración así no la conoce una persona religiosa porque, en lo profundo de su ser, es vanidosa, pretende compensar sus faltas con una vida presuntamente decorosa ante Dios. ¿Me permite que le hable de forma personal? ¿Se ha golpeado el pecho alguna vez, arrepentido, igual que el recaudador de impuestos? ¿Sus pecados han sido perdonados? ¿O forma parte de las personas religiosas? Si ese es el caso, no tiene por qué seguir así.
Veamos ahora algo no tan positivo: La religión se las arregla sin la Biblia. Aunque una persona ore a diario, vaya a la iglesia o a otros eventos cristianos, si no lee casi nunca la Biblia, es solamente una persona religiosa. Sus conocimientos vienen de otras personas o simplemente de la tradición cristiana. Por supuesto, esto conlleva un gran peligro, porque el que no conoce la Biblia, tampoco puede verificar nada en ella y acepta todo tal como se lo estén diciendo. Sí, literalmente se lo cree tal como se lo den. Si un predicador que es fiel a la Palabra predica, entonces la persona religiosa oye el Evangelio. Pero si el predicador diluye o tuerce la Palabra en una determinada dirección, entonces el oyente que no tiene conocimiento bíblico, no lo puede diferenciar. Por eso, se puede incluso dar el caso de que un hombre religioso no conozca el evangelio, aunque cumpla todo tipo de mandamientos pesados inventados por el hombre. Por ejemplo, hay preciosas personas que creen que cuando alguien recibe ciertos sacramentos o lleva una vida honrada, entonces es cristiana. La gente religiosa cae en este tipo de falacias por no conocer las Sagradas Escrituras.
¿Lee usted la Biblia? No es que ser cristiano consista en ello. Pero los cristianos sí son aquellos que se caracterizan por amar la Biblia. Automáticamente, de forma independiente y a diario suelen ocuparse de leer la Biblia, a no ser que tengan problemas de salud por los que ya no puedan leerla o que vivan en países donde no les permiten tener una Biblia. La religión funciona sin la Biblia. Al contrario, los que siguen el evangelio viven con y por las Sagradas Escrituras.