Jesús es el camino (9ª parte)
23 noviembre, 2020Jesús es el camino (11ª parte)
23 noviembre, 2020Autor: Wilfried Plock
El dolor y el sufrimiento son temas delicados. Además, cuando nos toca sufrir personalmente aún resulta más difícil. Sin embargo, se puede encontrar una respuesta satisfactoria a pesar de la complejidad del asunto.
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PE2594 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (10ª parte)
Dios y el sufrimiento
¿Quién no se acuerda de las terribles imágenes del 11 de septiembre de 2001? ¿O de las imágenes de la gente en zonas de guerra? Ciudades y pueblos quemados, niños heridos. ¿Quiere Dios realmente que sucedan estas guerras con sus consecuencias? ¿A quién no le atormentan las imágenes del tercer mundo? Gente masacrada en Somalia y Ruanda, niños moribundos y padres desconsolados. La lista no tiene fin: infectados por el cólera en Sudamérica, terremotos en Pakistán, la guerra civil de Irak, el tsunami de Asia, un accidente de avión en Alemania, desgracias ferroviarias y los cada vez más frecuentes atentados terroristas. Entonces nosotros y muchos otros más, nos preguntamos: ¿cómo puede Dios permitir eso si la Biblia dice que Dios es un Dios justo, que Él es un Dios de amor? Así que muchos se alejan decepcionados convencidos de que no quieren ni pueden creer en un Dios así.
Como ves, se trata de un tema delicado. Además, cuando nos toca sufrir personalmente aún resulta más difícil. Sin embargo, estoy totalmente convencido que se puede encontrar una respuesta satisfactoria a pesar de la complejidad del asunto. De no ser así, no me atrevería a abordar este tema. Antes que nada, debemos tener claro lo siguiente: no podemos echar la culpa a Dios de todo lo malo que ocurre en este mundo. Eso es muy fácil para nosotros, pero necesitamos diferenciar. Te voy a contar dos ejemplos. El 20 de julio de 1969, el primer hombre pisó la Luna. El presidente de aquel entonces recibió muchos telegramas felicitándole, en los que se elogiaban el increíble desarrollo y la eficiencia. Unos años antes, cuando cayeron las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el 6 de agosto de 1945, todo el mundo puso el grito en el cielo y se preguntaba cómo podía Dios permitir algo así. ¡No fue Dios! Dios no fabricó ninguna bomba atómica, ni ningún arma, ni siquiera un revólver de juguete para un niño.
Hemos mencionado también las catástrofes generadas por el hambre. Hace algunos años, en Italia, se destruyeron 40,000 toneladas de duraznos. Los campesinos recibieron unos 20 céntimos por kilo, solo para mantener el precio en Europa. Se sabe de muchos casos similares con productos como mantequilla, huevos y hasta con carne. Que la gente muera de hambre no es culpa de Dios. ¡Los culpables somos nosotros! Está científicamente comprobado que la tierra podría alimentar a diez mil millones de personas si los alimentos estuviesen repartidos equitativamente. De ahí viene el problema. Cuando muere gente por hambre en el planeta, no es culpa de Dios, sino del egoísmo y la dureza del corazón humano. Así que no es cierto si decimos: no puedo creer en Dios por todas las cosas malas que pasan en el mundo. Sería mejor decir: por no tener fe, suceden tantas cosas malas en el mundo.
En todos los aparatos eléctricos podemos leer siempre el aviso: “Para un resultado óptimo, aténgase estrictamente a las instrucciones del fabricante”. Dios también nos dejó las instrucciones del fabricante: la Biblia, nuestras instrucciones para vivir. Si cumpliésemos la palabra de Dios, no tramaríamos ninguna guerra, tampoco tendríamos conflictos matrimoniales, familiares, ni con vecinos o compañeros de trabajo. La Biblia nos dice que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Si lo ponemos en práctica no dejaremos morir de hambre a nadie, ni permitiremos que haya mendigos, evitaríamos que hubiera niños sufriendo en el este de África. La fe en Jesucristo nos libera del egoísmo y nos hace libres para amar al prójimo.
Así que ya hemos comprobado que Dios no desata guerras ni deja morir de hambre a nadie, sino que el ser humano, apartado de Dios, es el único responsable por ello. Probablemente ahora se esté planteando: “Bueno, pero Dios podría intervenir”. Podría mandar rayos del cielo o algo por el estilo. Sí, claro que Él podría, pero ¿cuándo tendría que intervenir? ¿Cuándo una persona robe 10 céntimos, 10 euros o 10 millones? ¿Cuándo tendría que intervenir? ¿Ante el primer rumor de algo malo o ante el terror? No podemos confundir el mundo con una película policíaca. Este tipo de películas suelen terminar con el arresto del malo. Dios tiene otro principio, para Él todo necesita madurar. Dios deja a los buenos y los malos crecer juntos y madurar hasta que llega la cosecha, después los clasifica.
La Biblia nos relata que hubo una caída del ser humano en el pecado y, desde entonces, Satanás tiene influencia sobre el mundo. Sin su obrar no podríamos explicar la situación de nuestro mundo. Vivimos en un mundo perdido y Satanás es la principal causa de su sufrimiento. Sin embargo, Dios ama a este mundo y tiene una paciencia increíble con él. Pero no le es indiferente, su paciencia tiene una finalidad. Pedro escribió en su segunda carta capítulo 3 verso 4: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. También hay catástrofes que no se producen directamente por el hombre como, por ejemplo, terremotos, inundaciones o sequías. Aunque en los dos últimos puntos al menos, está demostrado que hay una intervención humana indirecta.
¿Qué respondemos ante este tipo de catástrofes? En el capítulo 13 del evangelio de Lucas, en los versos del 1 al 5 se nos cuenta cómo Jesús fue confrontado con un incidente como los que tenemos en la actualidad. “En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: no; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.
Jesús enseñó que la acción injusta de Pilato y el derrumbe de la torre de Siloé –donde murieron dieciocho personas – tenían un sentido. Para las víctimas de la catástrofe el tiempo de su vida había llegado a su fin. Pero para todos los que sobrevivieron y escucharon de ello, estos eventos son un llamado al arrepentimiento. Para nuestros cuerpos, el dolor es una señal de alarma. Nos ordena que consultemos al médico quien no solo nos puede curar el dolor sino también la enfermedad en sí misma. Eso mismo pasa también con el sufrimiento de la humanidad en general. Cada catástrofe, cada muerte debería recordarnos que mañana nos puede tocar a nosotros. Por lo que siempre tenemos que estar preparados para despedirnos de esta vida. Dios quiere que nos planteemos algunas preguntas: ¿Para qué vivo? ¿Qué viene después de la muerte? ¿Tendré que dar cuentas de mi vida alguna vez? Estas preguntas son importantes y a menudo las descuidamos con nuestro quehacer diario.
La Biblia nos enseña que la mayor catástrofe que le puede ocurrir a alguien no es la muerte en sí, sino lo que viene después: el juicio final. En Hebreos 9:27 dice: “…que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. Dios es soberano y justo. Él sabe lo que hace. Cada vez que se derrumba una “torre de Siloé” nos quiere llamar la atención para que cambiemos de rumbo. En Ezequiel 33:11 leemos: “…no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva…”. No podemos juzgar por qué les toca a unos o a otros. Mientras que no confiemos en el Hijo de Dios y le obedezcamos, la ira de Dios estará sobre nosotros. Podemos leerlo en Juan 3:36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.
¿Ha pensado ya alguna vez en los desastres naturales y las catástrofes desde esta perspectiva? ¿Cuándo y sobre qué le quiso llamar la atención Dios? ¿Ha entendido su mensaje?