Jesús es el camino (13ª parte)
23 noviembre, 2020Jesús es el camino (15ª parte)
23 noviembre, 2020Autor: Wilfried Plock
En este programa aprendemos cómo las alegrías del mundo son pasajeras y naturaleza humana tiende a correr tras ellas. Por otro lado, como estar cerca de Dios en actitudes y acciones no significa conocerlo como Padre.
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PE2598 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (14ª parte)
Dos hijos sin alegría
Le invitamos a meditar sobre la historia relatada por Jesús que encontramos en Lucas 15:11-14 y del 20 al 24. Allí está la parábola del Hijo pródigo, que es una de las más conocidas aún a nivel de estudio secular. Permítame preguntarle: ¿Sabe cómo empieza una vida sin alegría en esta parábola? Cuando un hombre rebelde se aleja de su padre. Este hijo la pasaba bien en casa. Tenía comida y bebida, trabajo, amigos, un hermano y, sobre todo, tenía seguridad y amor. El padre amaba a su hijo y lo único que quería para él era que fuera feliz. El joven se rebeló contra el amor de su padre, le agobiaba y se sentía ahogado, se quería ir. Quería vivir su vida. Tenía miedo de perderse algo y por eso se fue. Un día, dio un puñetazo en la mesa y dijo: “padre, dame la parte de mi herencia, ¡suelta el dinero, viejo!”. “Dame”, esa es la melodía que suena entre la humanidad pecadora. “Dame tu dinero”, les dicen los hijos a sus padres. “Dame tu cuerpo”, les dicen muchos hombres a las mujeres. “Dame tu mano de obra”, les dice el jefe a sus empleados. “Dame tu alma”, dice el demonio, “que yo te doy reputación, éxito, salud y riqueza momentáneas”. Dame, dame… ¡Qué exigencia más insensible! Sin una palabra cariñosa y sin agradecimiento alguno exige su parte y, después, prepara su equipaje y se va lejos.
¡Con qué frecuencia se ha vuelto a repetir esta situación desde entonces! Está claro que se fue lejos de Israel, porque allí los cerdos se consideraban impuros, pero en el extranjero no. Un comentarista de las Sagradas Escrituras dice: «Se fue allí donde la diferencia entre lo puro y lo impuro no existía. Allí los jóvenes podían vivir juntos antes del matrimonio y a nadie le parecía mal. Allí podían mentir y hacerlo era de inteligentes. Allí podían pelearse y maldecir todo lo que quisieran». Allí se fue. Lejos de su padre amoroso. Cada vez más lleno de pecado y culpa. Desaprovechó sus bienes. No hace falta dar más detalles. Todos sabemos cómo se puede malgastar el dinero: alcohol, juegos de azar, mujeres. Todo tipo de diversión, pero nada de verdadera alegría. ¿No es lo mismo que hoy en día? La gente persigue tanto el placer que no está feliz.
No tardó mucho en gastar todo el dinero. Los amigos que había hecho lo abandonaron. Así vemos claramente cómo es una vida alejada de Dios y sin alegría. Jesucristo lo describió de forma magistral. El pasaje continúa diciendo: “Y comenzó a faltarle”. Es posible tener el refrigerador a tope y la cuenta del banco rebosando, pero cuando el corazón está vacío uno siente hambre: hambre de paz, de perdón, de cumplir deseos, de amor y de seguridad. ¿Será posible que en medio de la prosperidad haya alguna persona “hambrienta” que lea estas líneas? El versículo 15 de Lucas 15 dice: “Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos”. Allí se sentó con la cara larga entre los gruñidos de los cerdos. La alegría artificial de la fiesta de los últimos meses se había acabado. Tristeza, dolor, rabia y furia llenaban su corazón. Esto es lo que sucede en la mayoría de los casos.
Dios dedicó unas palabras estremecedoras a través de la profecía que leemos en Jeremías 2:19 a su pueblo de Israel: “Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a Jehová tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, Jehová de los ejércitos”. Aún nos queda claro algo más leyendo el versículo 16: “Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba”. Una vida sin Dios es horriblemente solitaria. Es posible que durante un tiempo tengas un grupo de amigos y compañeros de fiestas, pero espera a no tener dinero o a encontrarte en dificultades, entonces estarás solo. Tal vez hayas tenido tus líos amorosos, pero espera a perder tu atractivo físico y tu amante te dejará “abandonado”, de la misma forma que tú dejaste a tu cónyuge. La Biblia tiene razón, vivir sin Dios significa vivir con hambre, con humillación y en soledad. Así no puede haber alegría. ¿Es posible que te encuentres desconsolado en una situación así? Te aseguro que Jesús da alegría, una alegría duradera. Búscalo hoy, antes que sea demasiado tarde.
Hasta aquí hemos estado reflexionando sobre el hijo que se fue, que acabó sucio y maloliente con los cerdos. Es posible que muchos piensen: “y, ¿qué tiene que ver eso conmigo? Yo soy una persona honrada, no tengo deudas, Dios tiene que estar contento conmigo”. No debemos olvidarnos que Jesús también nos habla del hijo mayor, que tampoco estaba alegre. Él no se apartó de su padre –a diferencia del hermano menor– ni tampoco había derrochado su dinero. Se quedó en casa y trabajó en silencio. Sin embargo, no tenía una vida gozosa. ¿Sabes por qué nos podemos dar cuenta? Cuando regresó del campo y escuchó que había música alegre en la casa del padre, no quiso entrar. Cuando su padre le pidió que entrara dijo: «¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos!».
Si nos fijamos bien, notamos que el hijo no lo llama padre. A veces puede pasar esto, que una persona inconversa le llame “Dios” o “Señor Dios”, pero nunca “Padre”, a no ser cuando recita el Padre nuestro. Esta relación estrecha la tienen solo los verdaderos cristianos, los que han experimentado el perdón de sus culpas, los que quieren vivir una relación de confianza con Dios y permiten que Jesús sea el señor de sus vidas. ¿Te suena? ¿Eres un hijo de Dios? El mayor le dijo: «Fíjate cuántos años te he servido». Un cristiano no hablaría nunca así, más bien diría: «Señor, ¡me llevas sirviendo tantos años! Me redimiste en la cruz y cada día me quitas mi culpa…». ¿Ves la diferencia? El hijo mayor continúa: «…sin desobedeer jamás tus órdenes». Así hablan los creídos. El hijo menor era injusto, de eso no nos queda duda. Sin embargo, el mayor era vanidoso, lo que aún es peor. «Nunca te he desobedecido. A mí nadie me puede echar nada en cara. Siempre hago lo correcto y no le temo a nadie…».
Si lees el capítulo fijándote en que es una persona sin gozo, que aparentemente lleva una vida honesta, entonces la causa de su tristeza es claramente su vanidad. Le pasa lo mismo que al hijo menor. Si lo analizamos exteriormente, no se apartó de su padre, pero aun así estaba alejado de él. Dios no puede vivir en corazones presuntuosos o vanidosos. La Biblia dice en Isaías 57:15: «Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón de los quebrantados». Jesucristo solo entra en el corazón de los pecadores. Él puede estar entre miles de personas, pero cuando un pecador le pide ayuda entonces se detiene y se dirige a esa alma.
A continuación, el hijo mayor le hace un gran reproche a su padre: «¡Ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos!». Parece ser que pensaba que tenían que comer y beber para poder disfrutar. Probablemente, no habría pasado por alto ninguna fiesta. Y hay una última cosa que también nos muestra que el mayor estaba perdido: «Se enojó y no quiso entrar». Eso es ser vanidoso. No quiere entrar en el reino de Dios, porque el reino de Dios es un reino de gracia. Allí entran solo pecadores perdonados y él no puede alegrarse de que otros sean perdonados. Estaba tan alejado de Dios como su hermano, que estaba cuidando cerdos. He observado en los últimos años que esta verdad se escucha y se acepta de mala gana. No nos convence, sin embargo, que a los ojos de Dios sea igual un cristiano religioso que no falta a ningún culto que un drogadicto tirado en una plaza. El que no conoce a Cristo como su Salvador y Señor, a los ojos de Dios está perdido. Déjame hacerte una pregunta seria: ¿te pareces al hermano mayor? ¿Todavía no reconoces que eres pecador? ¿No quieres entrar?
Vamos a plantearnos sinceramente: ¿aún estoy perdido? ¿Soy un hijo perdido?