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25 noviembre, 2020Autor: Wilfried Plock
En lo sucedido en el Gólgota durante la crucifixión de Jesús, podemos distinguir tres actitudes diferentes respecto al perdón que otorga Dios: el que lo rechaza, el que lo busca y lo recibe, y el que lo ganó para toda la humanidad.
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PE2600 – Estudio Bíblico
Jesús es el camino (16ª parte)
¿Es el perdón el problema central?
Amigo, al comienzo del programa de hoy quisiera compartir con usted dos relatos bíblicos relacionados con la crucifixión de Jesús. Primeramente, en Lucas 23:33-34 leemos de esta forma: “Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. —Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús”. Algunos versículos después, del 39 al 43, se nos relata que “uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo: —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro criminal lo reprendió: —¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; este, en cambio, no ha hecho nada malo. Luego dijo: —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús”.
Quisiera asociar este evento que registra la Biblia con algo ocurrido hace tan solo algunos años. El desaparecido Adolf Eichmann, el último delegado especial de la así llamada “solución final” de los judíos del Tercer Reich, fue perseguido por el servicio secreto israelí, apresado en Buenos Aires en 1961, llevado ante el tribunal de Jerusalén y condenado a muerte. Cuando un capellán militar norteamericano creyente intentó explicarle la culpa que tenía y quiso enseñarle que Dios podía perdonarlo, Adolf dijo de camino a su ejecución: “No necesito perdón y no quiero ningún perdón”. ¡Increíble! ¿No le parece, amigo? Exactamente lo mismo sucedió en el momento de la crucifixión en el Gólgota. Quisiera pensar con usted, amigo, en tres tipos de personas; tres relaciones diferentes con el perdón. Fijémonos primero en una de las cruces. Hay un misterio en esta cruz, el de estar alejado de Dios. ¿Cómo es posible que haya personas que en el mismo lecho de muerte se sientan tranquilos alejados de Dios, sin siquiera un poco de anhelo de Él, quien los creó y amó eternamente? Gente que vive y muere sin Dios, y no les importa. ¡Es un panorama estremecedor!
Ahora, junto a ese hombre crucificado que no veía su necesidad de ser perdonado, había otro hombre que buscó el perdón. Él también era un criminal. Allí podemos ver hasta qué punto descendió el Hijo de Dios. Este criminal no era mejor que el otro. Desde el punto de vista moral, los dos se encontraban al mismo nivel. Sin embargo, este hombre es diferente. Uno de los padres de la fe, Juan Albrecht Bengel, dijo una vez: “Este se dejó golpear por el duro tormento de la cruz. En un lugar cómodo, rara vez se llega a una conversión radical”. Si miro hacia atrás en mi vida, puedo ver algunas conversiones. Cada una de las personas era diferente, pero una cosa tenían en común: se volvieron hacia Dios recién cuando tocaron fondo, al sufrir alguna enfermedad, tras la muerte de un familiar, después de una relación rota, por una crisis de identidad, por dificultades financieras, por una crisis de vida profunda, etc. Dios aró el corazón de estas personas y lo preparó para recibir la semilla del evangelio.
Volviendo al relato bíblico, amigo, vemos entonces que otro de los criminales crucificados junto a Jesús empieza a dar un sermón sobre el temor de Dios. A veces, Dios tiene predicadores extraños. Hacemos bien en observar a este tipo de predicadores de cerca. Este criminal le dijo al otro: «¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena?» (Lucas 23:40). “¿Ni siquiera tienes temor de Dios?”. Creo que en nuestros tiempos, a principios del siglo XXI, lo que más falta es el temor del Dios verdadero. No me refiero a miedo, sino a respeto al Dios vivo y sagrado. La Biblia dice en Proverbios 1:7 que «El temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios desprecian la sabiduría y la disciplina». El verdadero temor consiste en un sagrado respeto hacia Dios y Su Palabra, lo que nos lleva a reconocer nuestros pecados, nos da fe para creer que Jesús puede salvarnos y, finalmente, nos da respeto ante todo lo que pudiera entristecer al Espíritu o deshonrar a Cristo.
No me canso de repetirle a los jóvenes: Dios no es un tipo simpático que se sienta a nuestro lado en una fuente y chapotea con los pies hacia aquí y allá. ¡Tenemos que temerle! Debemos ser conscientes de que un día estaremos en un tribunal ante Él. Le pregunto: ¿cómo se presentará usted sin Jesús? Las Escrituras nos dicen que “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (1. Juan 5:12).
El criminal arrepentido siguió hablando y dijo: “En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos…” (Lucas 23:41). Esa es la diferencia que hay entre los dos. Este criminal acepta la cruz. Su propia justicia se derrumba, reconoce que su ejecución es la manera justa de actuar: “sufrimos lo que merecen nuestros delitos”. Déjeme, amigo, hacerle una pregunta personal: ¿Reconoce usted delante de Dios que no merece nada más que la muerte por la vida que ha llevado hasta ahora? La Biblia dice en Romanos 6:23 que “la paga del pecado es muerte”. ¡Muerte temporal y eterna! Su propia justicia no puede sostenerle delante de la ira de Dios, igual que una tela de araña tampoco puede sujetar una piedra. Su justicia es como ropa inadecuada, que no sirve para estar delante de Dios.
Lo sé; no nos gusta escucharlo. “Pero si yo soy una ama de casa honesta, que siempre hace el bien y no teme a nadie”, puede decirme usted. O quizás me diga: “Yo soy un comerciante y siempre he sido honrado y sincero, ¿me merezco la muerte?”. Jesucristo no vino para hacernos honestos, eso lo podemos lograr por nosotros mismos. Jesús vino para salvar a los pecadores. Esa es otra dimensión, otra realidad. Hay una canción que dice: “Jesús, acepta a los pecadores…”. Y así es, Jesús solo acepta a pecadores, pero ellos deben de pedírselo. Él no soporta las personas vanidosas.
“Sufrimos lo que merecen nuestros delitos…”. ¿Ha pensado alguna vez en las obras de su vida? Obras, sí, lo que hemos hecho con nuestro propio esfuerzo. Sin embargo, sus obras también han servido al diablo, ¿no? Las obras son los caminos por donde hemos ido, nuestras relaciones, nuestro orgullo y nuestros placeres. Las obras también son nuestros pensamientos que probablemente hayan sido impuros, malos, de odio, desagradables. Las obras también son las palabras que salen de nuestra boca: mentiras, palabras malas, hirientes. ¿Se da cuenta que nosotros los pecadores necesitamos perdón? ¿Dónde podemos encontrarlo? ¿Quién nos lo puede ofrecer? Sin duda, Jesucristo es la única persona en la que podemos encontrar perdón y salvación. Arrepiéntase, amigo, de sus injusticias, entréguele su vida a Cristo y comience con Él una nueva vida.