Josafat, un héroe con pies de barro (3ª parte)

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Autor: Eduardo Cartea Millos

Al estudiar la vida de Josafat, descubrimos que siguió los pasos de hombres fieles. Vemos que una y otra vez la vida del Rey David aparece como marca sobre el comportamiento de otros reyes. ¿A quiénes debemos nosotros imitar y seguir sus pasos?


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PE2543 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (3ª parte)



Seguir los pasos de hombres fieles

En nuestro encuentro anterior vimos la importancia de una de las características de Josafat. Nos referimos a que la Biblia señala que “Jehová estaba con él”. Por el contrario, una de las expresiones más tristes de la Biblia es aquella que signa el final de la vida de Sansón, y que leemos en Jueces 16.20: “Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él”. Cuando el Señor no está, la vida es una ruina. Y lo peor es que muchas veces no nos damos cuenta. No lo sabemos.

Oseas 7:8-9 nos llama a la reflexión en éste sentido. Leemos así: “Efraín se ha mezclado con los demás pueblos; Efraín fue torta no volteada. Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo; y aun canas le han cubierto, y él no lo supo”. Indudablemente, la mezcla con el mundo, el permitir que las cosas del mundo ocupen un lugar en el corazón y se traduzcan en conductas, en modos de vida, es el comienzo del fracaso de la vida cristiana.

Juan dice en su primera epístola capítulo 2 versículo 15 “No améis el mundo, ni las cosas que están en el mundo”. Las “cosas que están en el mundo” pueden ser cosas materiales, lugares, etc. Pero, sobre todo, son conceptos, ideas preconcebidas, tendencias, estilos, muchas veces adoptados, copiados, seguidos por el creyente y cuya acción en la vida es letal. Poco a poco, casi sin darse cuenta, el cristiano va “tomando la forma” del mundo, al contrario de lo que la Palabra nos exhorta: “No os conforméis a este siglo”. Conformarse es tomar la forma, es adaptarse al modelo, vivir conforme a los gustos, a las costumbres del mundo. ¡Qué lástima! Porque dice la Biblia que “el mundo se pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre”. Invertir la vida en el mundo es como aquel que invierte sus ahorros en un banco en proceso de quiebra. Nadie, conscientemente, lo haría.

El resultado es el que dice Dios a través de Oseas: ser una “torta no volteada”. A medio cocer. Ni cocida, ni cruda. Algo como lo que le pasaba a Laodicea que se describe en Apocalipsis como ni frío ni caliente. Y Dios dice, cuando es así: “Lo vomitaré de mi boca”.

El profeta Oseas usa dos metáforas para comentar la tragedia de Israel: “devoraron extraños su fuerza”. La debilidad llegó a su vida. Es triste cuando esto ocurre. Una especie de enfermedad. Un virus moral y espiritual, tan típico de aquellos que viven con un pie en el mundo y otro en los caminos de Dios. No es la debilidad de aquel que se considera frágil y necesita de la fortaleza de Dios. El salmista decía: “Sepa yo cuán frágil soy” Sal. 39:4. Cuando es así, Dios suple nuestra debilidad con Su fortaleza y podemos decir en las palabras de Pablo en 2 Corintios 12:10: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Pero la debilidad de la que habla Oseas es falta de vitalidad, una especie de astenia espiritual que reduce las fuerzas, el entusiasmo, el deseo de servir.

La otra figura es: “Canas le han cubierto”. Se trata de una vejez prematura. Un deterioro en las fuerzas. Un descenso en la salud espiritual. Pero lo realmente triste de este estado es que, dice el Señor: “no lo supo”. ¡Qué triste perder la comunión con Dios! ¡Cuánto más triste es no darnos cuenta! Ir deslizándonos, adormeciéndonos, hasta que nos hallamos lejos de él. Como el mencionado Sansón, aquel destacado juez de Israel: sin vista, sin libertad, sin destino, dando vueltas a la noria de nuestros fracasos. Como vimos en nuestro encuentro anterior, el primer secreto de Josafat fue la verdadera presencia de Dios en su vida.

Podemos decir que otro secreto fue el de de seguir las pisadas de hombres fieles. Como leemos en 2 Crónicas 17:3 : “Anduvo en los primeros caminos de David, su padre”. Los hebreos llamaban padre a un antecesor cercano o lejano. En este caso, el rey David fue uno de ellos, cinco generaciones antes. Pero la Biblia aclara “en los primeros caminos de David”, es decir, Josafat siguió el ejemplo inicial de David, antes de que aquel hombre “conforme al corazón de Dios” cayera en terribles errores y pecados.

Siguió su ejemplo de fidelidad. Sin dudas, David es uno de los hombres ilustres de la historia de Israel. El sencillo pastor y músico que llegó a ser general de ejércitos, rey, y sobre todo, salmista y escritor inspirado de las Escrituras. Un hombre singular que tiene el honor de servir de ancestro al Rey de Reyes, el Hijo de David. David fue un paradigma para los reyes de Israel. El concepto de “andar como David” se repite varias veces. En 1 Reyes 15:3 habla de Abiam, el hijo de Roboam, y segundo en la dinastía de los reyes de Judá, y dice “no fue su corazón perfecto con Jehová su Dios, como el corazón de David su padre”,en este caso, su bisabuelo.

Cuando se habla de ser “Perfecto”, significa, “íntegro”. Abiam no fue íntegro como David. En el verso 11 de 1 Reyes 15, habla de Asa, el sucesor de Abiam y padre de Josafat, y dice: “Asá hizo lo recto ante los ojos de Jehová, como David su padre”. Una vez más el carácter y la conducta del gran rey David es modelo y parámetro de medida para los que le sucedieron. En 2 Reyes 14:3, se menciona a Amasías, el hijo del buen rey Joás y noveno rey de Judá, y se dice de él: “Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, aunque no como David su padre”. Fue un buen rey, en general, pero no alcanzó la altura de David.

En 2 Reyes 16:2, encontramos a Acaz, el duodécimo rey, y en el capítulo 18:3, a Ezequías, el décimo tercero. El primero fue un malvado rey y dice la Escritura: “no hizo lo recto ante los ojos de Jehová su Dios, como David su padre”. Y el segundo, uno de los más grandes reyes de esa dinastía que culmina en el Señor Jesucristo, recibe el honroso dictamen de parte de Dios: “Hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre”. Indudablemente, David era el metro, el estándar contra el cual se medían sus sucesores. Josafat fue uno de los que logró imitarle.

Es bueno imitar a nuestros maestros, a nuestros pastores, a aquellos hombres fieles que nos precedieron y dejaron huellas en nuestra vida. Hebreos 13:7 dice: “Acordaos de vuestros pastores que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta e imitad su fe”. Y Juan dice en su tercera epístola versículo 11: “Amado, no imites lo malo, sino lo bueno”.

Pero hay un detalle interesante. Aquí dice que Josafat anduvo conforme a la conducta de los primeros tiempos de David. Tiempos de fidelidad y obediencia al Dios verdadero, antes de caer en pecados como la relación con Betsabé y la muerte de su esposo Urías, o el censo al pueblo, contra la voluntad de Dios. Y David, a pesar de su restauración como resultado de su profunda confesión que encontramos en el Salmo 51, nunca alcanzó el nivel espiritual y la fortaleza moral que había perdido. Lo mismo sucedió con su hijo el rey Salomón. Es bueno comenzar la vida cristiana con victorias, pero es mejor terminarla del mismo modo, diciendo como el anciano Pablo a Timoteo en su segunda carta capítulo 4 verso 7: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. Deberíamos pensar en comenzar bien y terminar mejor.

Josafat siguió los pasos de David, porque David había seguido a Dios. El mismo apóstol también dice así en 1 Corintios 11:1: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Ese es el método. No obstante, es bueno oír la recomendación del teólogo Francisco Lacueva en su comentario a este pasaje, dice: “Es bueno ser cauteloso al imitar a los mejores hombres, no sea que al seguirles en sus aciertos, también les sigamos en sus errores”. Lo infalible es “poner los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”.

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