Josafat, un héroe con pies de barro (6ª parte)
16 octubre, 2020Josafat, un héroe con pies de barro (8ª parte)
16 octubre, 2020Autor: Eduardo Cartea Millos
La Paz y el progreso son dos resultados claros del avivamiento producido por un retorno a Dios. Aunque muchas veces estos resultados no son a la manera del mundo y son difíciles de comprender.
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PE2547 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (7ª parte)
Los resultados del avivamiento
No hay avivamiento sin un retorno decidido e incondicional al Libro de Dios. Dice David en su salmo 119.25: “Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra”. Hebreos 4.12 dice que “la Palabra de Dios es viva y eficaz”. Viva es “viviente”. Da vida. Produce vida.
La historia de los grandes avivamientos en la Biblia y en la historia de la Iglesia es la historia del hallazgo de los grandes principios y las grandes demandas de la Palabra obedecidas por el pueblo de Dios. En 2 Reyes 22:8 leemos cómo Josías, aun siendo muy joven, halló el libro de la ley en el templo y lo hizo leer al pueblo produciendo un profundo despertar espiritual.
Podemos recordar también a Esdras, aquel “sacerdote y escriba erudito en la ley”, en tiempos de Nehemías. Después de haber levantado el templo que setenta años antes había sido destruido por los babilonios y de haber confesado los pecados del pueblo, leyó el libro de la ley y lo explicó ante todo el pueblo reunido y produjo un efecto saludable. El pueblo lloraba en un sincero arrepentimiento y profesaba un deseo de retornar a los caminos de Dios.
¿Cómo se produjeron los avivamientos en todos los tiempos? Siempre en manos del Libro abierto, leído y obedecido. Si queremos ver en nuestros días tiempos de bendición y un derramamiento del Espíritu en salvación de almas, de retorno de aquellos que están extraviados, lejos de Dios, de vidas plenas de entusiasmo y vitalidad espiritual, no busquemos soluciones en otra cosa que en un genuino retorno al Libro de Dios.
¿Cuál fue el resultado del avivamiento en los días de Josafat? Leemos en 2 Crónicas 17:10: que “…cayó el pavor de Jehová sobre todos los reinos de las tierras que estaban alrededor de Judá, y no osaron hacer guerra contra Josafat”. Un profundo temor, más que hacia Josafat, hacia el Dios de Josafat, invadió a aquellas naciones enemigas del pueblo de Dios y no solo decidieron no enfrentarse a él, sino que, además, buscaron congraciarse con él. Eso significó un tiempo de paz para el reino y de engrandecimiento para aquel destacado rey, que no solo fortificó las ciudades de su reino y de los territorios conquistados por su padre Asa, sino que también edificó murallas espirituales para preservar al pueblo de ser contaminado y para mantenerse fiel y obediente a los mandatos de Dios.
Algo semejante leemos de la Iglesia naciente, como resultado del gran día de Pentecostés, en Hechos 2:42, 43: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona…”.
El verdadero espíritu de unidad y devoción que imperaba en los cristianos primitivos era tal que se evidenciaba en vidas transformadas, en conductas que gozaban del favor de todo el pueblo y les llevaban a confiar en ese Dios poderoso que era real en la vida de los suyos. Así, dice Hechos 2:47 que: “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. ¡Cómo añoramos esos tiempos! ¡Cómo desearíamos una manifestación de poder semejante a esa! No fue patrimonio exclusivo de aquellos cristianos. Lo es para todos los tiempos y para todos los que busquen a Dios con sinceridad, en sujeción a Su Palabra.
Los resultados de un avivamiento son varios. Podemos hablar de la Paz. El verso 10 de 2 Crónicas 17 es muy elocuente. Leemos que: “…cayó el pavor de Jehová sobre todos los reinos de las tierras que estaban alrededor de Judá, y no osaron hacer guerra contra Josafat”. El orden imperante en el reino de Judá, de la mano de un hombre que siguió a Dios y sus leyes, y que impulsó un tiempo de retorno a los caminos del Señor, produjo un tremendo impacto en las naciones vecinas, siempre tan adversas a Dios y Su pueblo.
Dice que temieron con “pavor”, que indica un miedo profundo, un profundo sentido de respeto hacia el Dios de los hebreos, que les inhibió de hacer guerra contra Josafat. Pero, además, los filisteos, permanentes enemigos del pueblo, y los árabes le traían presentes y tributos, engrandeciendo así a Josafat y su reino.
Pasan los siglos y leemos el mismo resultado en la Iglesia naciente. Dice el libro de los Hechos 2:42, 43: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles”.
Y agregan los versos 46 y 47 que: “…perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. Notemos: “sobrevino temor a toda persona…”, “teniendo favor con todo el pueblo…”.
¿Cuál era el secreto de esta extraordinaria iglesia? Un sentimiento de unanimidad, de firmeza, de santidad, de alegría, de sencillez que embargaba a todos los cristianos. El testimonio era poderoso. La gente tenía temor y se manifestaba a favor de ellos. El capítulo 9 verso 31 de Hechos, nos completa el cuadro leemos que “Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo”.
Claro que las cosas cambiarían. Claro que el enemigo no se quedaría quieto. ¡Nunca se queda quieto! Pero una iglesia con esta base es capaz de soportar cualquier viento contrario, cualquier tormenta por furiosa que ella sea, porque “ni las puertas del Hades” pueden contra la Iglesia del Señor, contra una Iglesia en la cual habita y actúa el fuego poderoso del Espíritu Santo. ¿No anhelamos tiempos así?
2 Crónicas 17:12 dice que “Iba, pues, Josafat engrandeciéndose mucho…”. Vemos que la paz, trajo el progreso. Edificó ciudades, fortalezas y centros de aprovisionamiento. Definitivamente, el Señor bendecía el reinado de este hombre que supo dar a Dios la honra que Él merece.
La bendición de Dios no siempre es medida en términos materiales. Muchas veces parece paradójico que hombres y mujeres fieles pasen por pruebas difíciles, por carencias pronunciadas, por dificultades imposibles de explicar. Y muchas veces, con incertidumbre, frente al los incomprensibles senderos de la providencia divina, decimos: ¿dónde está la bendición de Dios?
Siglos atrás, esta fue la confusión en la que cayó Asaf, el salmista, y que dejó plasmada en el salmo 73. Comienza diciendo que “Dios es bueno para con Israel, para con los limpios de corazón”. Es una verdad absoluta. Pero no surge de un dogma religioso, sino de una convicción profunda, a la que se llega por una experiencia de honesta reflexión.
Ahora, seamos honestos. ¿No nos han surgido alguna vez dudas sobre esto? ¿No hemos quedado perplejos ante el misterio del sufrimiento? Decimos: Señor, lo creo. Pero si es así, ¿por qué me pasa esto? Señor ¿por qué a hermanos tan fieles les pasa aquello?
Y muchas veces, asoma ese fantasma de dudas en el alma, como a Asaf en el mismo Salmo 73 en donde leemos que fue desestabilizado por el aparente suceso de los arrogantes. Tal vez, la desazón nos hace ver que muchos yacen en lechos de rosas, cuyos cielos nunca se nublan, cuyas rosas nunca tienen espinas. Pero ciertamente no es así. Mucha de la llamada felicidad del mundo es efímera, falaz, superficial y engañosa. Muchos paisajes en sus vidas son solo “cartón pintado”. Mientras nosotros magnificamos nuestras desgracias. Y pensamos que Dios se ha olvidado de nosotros.
Al ver esta realidad, presente en todos los tiempos ¡Es incomprensible! ¿Cómo se entiende? ¿Cómo se explica? ¿Cómo se acepta? Es entonces que quedan dos caminos: rebelarse en la carne, o tratar de entenderlo en la sabiduría de Dios. Hundirse en el abismo del escepticismo y la incredulidad, o salir del torbellino con una fe fortalecida y apoyada en la bondad del Señor.