De soñar a vivir (2ª parte)
11 junio, 2024La batalla de la fe (2ª parte)
15 junio, 2024Autor: Wim Malgo
Todas las personas enfrentamos diversos tipos de oposición del enemigo de nuestras almas. Algunos están bajo su yugo de esclavitud y otros han sido redimidos por la sangre de Jesús y batallan al avanzar en el camino de la fe.
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PE3014 – Estudio Bíblico
La batalla de la fe (1ª parte)
Hoy quiero leer con ustedes 1 Timoteo 6:12, que dice:
“Pelea la buena batalla de la fe…”
La batalla de la fe es algo que aprendemos en el discipulado de Jesús. Y aunque suene contradictorio, experimentamos en ella el tierno cuidado del Señor para con nosotros, pues él nos enseña cómo luchar correctamente.
Esto es muy importante, pues 2 Timoteo 2:5 dice:
“Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente”. Dios nos guía suavemente en la lucha, considerando nuestras debilidades e incompetencias.
Son conmovedoras las palabras de Isaías 40:11 al respecto:
“Como pastor apacentará su rebaño; en su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas”. Con el mismo cuidado, el Señor nos introduce paso a paso a la batalla de la fe.
El pueblo de Israel es para nosotros un maravilloso ejemplo de este aprendizaje. En primer lugar vemos allí lo que me gustaría llamar la batalla del impotente:
“…y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos” (Éx. 2:23-24). Eran los gemidos de un pueblo esclavizado, que diariamente anhelaba su liberación del déspota de Egipto, el faraón.
Ahora bien, si aguzo mis oídos, me parece oír también los gemidos de unos cuantos de mis oyentes. Puede ser que tú también sufras esclavizado bajo un yugo: el de otra déspota, Satanás. Te obliga a hacer cosas que no quieres hacer, y estás luchando la batalla del impotente.
Tienes que admitir, como el apóstol Pablo en Romanos7:
“…no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (…) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”.
Para Israel, no había otra solución que una salvación desde afuera. Y – ¡llegó!
¿Se acuerdan de aquella Pascua en Egipto, durante la cual el pueblo israelita pudo salir de ese país? En aquel entonces, la redención ocurrió por medio de la sangre de un cordero. Y de la misma manera, la redención vino para ti, mi amigo, mi amiga que te sientes esclavizada, a través de la sangre del Cordero de Dios, el Hijo de Dios, que la derramó por nosotros en el Gólgota, de modo que podemos exclamar hoy con gran gozo: “en quien tenemos redención por su sangre” (Ef. 1:7).
En la historia de la Pascua descubrimos algo maravilloso: ¡cuánto peor la opresión, tanto más cercana la salvación! El faraón, en su furia, mandó: “De aquí en adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo, como hasta ahora; vayan ellos y recojan por sí mismos la paja. Y les impondréis la misma tarea de ladrillo que hacían antes, y no les disminuiréis nada” (Éx. 5:7-8). El yugo de esclavitud se endurecía cada vez más sobre el pueblo atormentado y castigado.
¡Pero entonces llegó la redención! – y fue por medio de la muerte de un cordero. Pues Dios les dijo:
“Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas…” (v. 7). Tenían que aceptar para ellos la sangre del cordero; ya no luchar, ya no defenderse, ya no quejarse – sino recibir por fe lo que Dios les quería dar.
Lo cantamos en este himno conocido:
¿Qué me puede dar perdón?
Solo de Jesús la sangre.
¿Y un nuevo corazón?
Solo de Jesús la sangre.
Precioso es el raudal
Que limpia todo mal.
No hay otro manantial,
Solo de Jesús la sangre.
Si todavía estás luchando la batalla del impotente, si intentas en vano alcanzar la liberación del poder de Satanás y del pecado, entonces acepta la sangre del Cordero de Dios, refúgiate debajo de ella, y serás salvo.
Después de la batalla del impotente, el Señor va más lejos con Israel y lo lleva al segundo escalón de la lucha: la llamo la batalla del salvo. Me refiero a la lucha contra un enemigo que todavía está persiguiendo a los liberados, aunque ya no tiene poder sobre ellos.
Israel salió de Egipto como pueblo libre. Pero está tan acostumbrado a sus cadenas que el Señor lo tiene que guiar suavemente, evitándole una prueba demasiado difícil. Nos conmueve lo que leemos en Éxodo 13:17:
“Y luego que Faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque dijo Dios: Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y se vuelva a Egipto”.
¡Oh, qué Dios maravilloso y fiel! Sabía que los filisteos eran enemigos tenaces, que solamente podrían ser vencidos más tarde, desde la tierra prometida. Israel estaba recién al principio de su nueva vida de fe, entre la sangre y el mar Rojo, por así decirlo, y ni siquiera había salido del territorio egipcio. Por eso el Señor lo guía al segundo escalón de la lucha: a una santa pasividad en la fe.
Ahí tenemos entonces al pueblo liberado: encerrado entre el mar Rojo y el ejército egipcio, que se viene acercando. No hay salida, ni para delante ni para atrás, y aterrorizados claman al Señor. Entonces Dios los hace pasar por una experiencia, que ya les había comenzado a enseñar con la sangre del cordero de Pascua: ¡ustedes no tienen que hacer nada; Yo lo haré!
Les dice, por medio de Moisés:
“Di a los hijos de Israel que marchen” (Éx. 14:15). ¡Adelante!
- Pero ¿adónde, Señor, si no hay camino?
- No se preocupen. La fe no mira el camino, sino la meta; pone los ojos en el Señor.
- Pero ¿y los egipcios detrás de nosotros?
- No se fijen en ellos. “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (v. 14).
Esta es una lección para ti, hijo de Dios:
Si has aceptado personalmente la redención por la sangre de Jesús, pero el enemigo sigue amenazando y atacándote, véncelo permaneciendo tranquilo en Jesús.
Los israelitas eran un pueblo debilitado, sus miradas estaban marcadas por la esclavitud. Ahora tenían que aprender, en primer lugar, a descansar en su Redentor: “Mi escondedero y mi escudo eres tú”.
Hay muchos debilitados en nuestros círculos cristianos. Algunos luchan todavía la batalla del impotente. Aún falta el encuentro personal con su Salvador y el poder de la nueva vida en ellos. Otros, que ya aceptaron la redención por la sangre de Cristo, deben aprender a descansar en Él, a permanecer tranquilos en Jesús.
Es la batalla de la fe pasiva, por así decirlo. Muchos hijos de Dios se conforman con ella y no siguen avanzando. Pero Dios tiene aún más para enseñarnos en cuanto a la batalla espiritual.
El tercer nivel de batalla espiritual que queremos estudiar con el ejemplo de Israel es la batalla en el camino por el desierto, la lucha contra un enemigo voraz. Leemos en Éxodo 17:8: “Entonces vino Amalec y peleó contra Israel…”.
Amalec es una imagen de nuestra vieja naturaleza, nuestra carne. Entre otras acepciones podemos traducir Amalec como: el que succiona la vida del pueblo, el bélico, el combatiente. Israel se encontraba en su camino hacia la plenitud prometida por Dios en Canaán. Pero Amalec se le puso en el camino y lo atacó.
Hijo de Dios, la plenitud de Dios está delante de ti, sin embargo, Amalec, la carne, una y otra vez quiere ponerse en tu camino. Busca cómo atacarte e intenta succionar la vida de Dios de ti. Y esto no nos tiene que asombrar, pues Gálatas 5:17 lo dice muy claramente: “Porque el deseo del Espíritu es contra la carne, y el de la carne es contra el Espíritu; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis”.
Aquí Israel tiene que aprender a luchar activamente. Ya no debe permanecer en silencio, sino marchar en el nombre del Señor contra este enemigo.
Y si leemos con atención cómo evoluciona la lucha entre Amalec e Israel (Éxodo 17), observamos que se mueve continuamente de un lado para el otro. La victoria finalmente es obtenida por Israel, pero por un solo medio. Presta ahora toda tu atención a este medio, hijo de Dios que te encuentras en plena lucha contra el Amalec en ti, tu carne y sangre, que no quieren hacer la voluntad de Dios.
El medio por el cual es decidida la batalla a favor de Israel es: la oración:
“Y sucedía que cuando Moisés alzaba su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec”.
Tenemos que alcanzar sí o sí este tercer escalón en la batalla de la fe, sino será imposible disfrutar de la plenitud que Dios nos quiere dar. Tu “Amalec”, tu carne y sangre, que son malas desde la raíz, solamente serán vencidas si oras.
Lamentablemente, la oración permanece siendo un gran secreto para muchos. Pero es en la oración que obtienes la victoria sobre Amalec, una victoria ya conseguida por Jesús. Es a través de la oración que puedes enfrentar a tu enemigo con audacia y puedes ponerle freno a tu Yo, tu carne y sus demandas, diciéndole: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.
¡El Señor te bendiga!