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Autor: Wim Malgo

Este es el segundo programa que trata el tema de la Batalla de la Fe. Anteriormente, estudiamos tres niveles en los que se desarrolla esta contienda. El que no conoce a Cristo y es esclavo del pecado, el salvo que es perseguido por el enemigo y la pelea contra nuestra propia carne. Escucharemos ahora otros niveles de enfrentamiento que se dan en la caminata del cristiano.


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PE3015 – Estudio Bíblico
La batalla de la fe (2ª parte)



La Batalla de la Fe

Hablamos en el programa anterior de tres niveles de batalla espiritual, que ilustramos con el ejemplo de Israel (su salida de Egipto y su peregrinaje por el desierto a Canaán): en primer lugar, la batalla del impotente, del que no conoce a Cristo; segundo, la batalla del salvo que, a pesar de haber sido redimido por la sangre del Cordero, es perseguido por el enemigo; y en tercer lugar, la batalla en el desierto contra Amalec, que es una imagen de nuestra carne.

Hoy llegamos al cuarto escalón: la batalla en los límites de Canaán, contra un enemigo camuflado.

Israel ha peregrinado por el desierto durante 40 años. Ha experimentado al Señor como Juez y Salvador, ha crecido en la fe. Ahora está frente a Canaán, la tierra de plenitud que Dios tiene preparada para él. Sin embargo, tiene que atravesar todavía el territorio de los edomitas. Y ¿qué pasa?

Leemos en Números 20:18:

“Edom le respondió (a Israel): No pasarás por mi país; de otra manera, saldré contra ti armado”.

¿Quién es Edom? Es el pueblo formado por los descendientes de Esaú, el hermano de Jacob; es decir, es pueblo hermano de Israel. Pero es un hermano falso, un lobo con piel de oveja. Niega a su hermano el entrar a la plenitud de Dios. Le cierra la frontera.

Son como los edomitas los que hoy en día cierran el camino a los hermanos en la fe que tratan de alcanzar la plenitud de Dios. Aunque son hermanos, así como Esaú era hermano de Jacob, se mantienen en la zona fronteriza, buscando una religión cómoda y sin compromiso. Pretenden confiar en el sacrificio de Jesús y creer en la Biblia como Palabra de Dios, pero a pesar de esto son enemigos de la cruz.

No quieren pasar por el río Jordán, una imagen de la muerte de nuestra vieja naturaleza. No les interesa entrar a toda la plenitud de Dios. El apóstol Pablo sufrió mucho por tales hermanos “edomitas”.

Esaú poseía las mismas y aún más promesas de Dios que su hermano, tenía la primogenitura y con ella una bendición especial de Dios. Sin embargo, la vendió livianamente por un bien material pasajero.

Es un tema muy serio. Sé que hay “edomitas” entre mis oyentes, hermanos que se conforman con pertenecer a una iglesia, pero no permiten que Dios trabaje más profundamente en ellos quebrantando su vida egocéntrica. De esta manera, sin embargo, muy pronto se transformarán en enemigos de sus propios hermanos.

Con su actitud dicen: No me interesa un avivamiento; no busco la santificación; no tengo ganas de luchar y tampoco de perseverar en la oración.  En mi ministerio he tenido bastantes problemas con tales hermanos “edomitas”, que tienen, por así decirlo, “sangre mezclada” israelita y gentil, que admiten en su corazón una mezcla con el mundo.

¿Qué hace Israel en esta situación? A sus enemigos anteriores los había atacado y vencido. Sin embargo, aquí leemos: “…y se desvió Israel de él”.

Y ¿saben qué? ¡Fue la decisión correcta! Si Israel hubiera peleado contra ellos, es muy posible que esto hubiera resultado en un tipo de coexistencia. Por eso, tenía que desviarse de Edom.

Esto nos da para pensar. ¿Es posible que haya un yugo desigual incluso entre hermanos? Es posible. Y si es así, hacemos bien en seguir el consejo del apóstol Pablo en 2 Corintios 6: “Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor”.

A todos los hijos de Dios que quieren entregarse completamente a Dios, les digo: ¡no se peleen con los hermanos tibios! Hagan lo mismo que Israel: sigan su camino sin ellos.

En los límites de Canaán, había otros enemigos especialmente astutos: los amorreos. Dos de sus reyes atacaron al pueblo de Israel: Sehón y el gigante Og.

Es llamativo el significado de sus nombres: Sehón es “el que derriba” o “el que arrebata”. Y Og significa “de cuello largo”, “gigantesco”. Estos dos reyes son una imagen de este mundo y del orgulloso Yo humano. Pero recordemos que Jesús dijo: “…confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

En el versículo 23 de Números 21 leemos:

“Mas Sehón no dejó pasar a Israel por su territorio, sino que juntó Sehón todo su pueblo y salió contra Israel en el desierto, y vino a Jahaza y peleó contra Israel”.

Aquí tenemos entonces a este rey, que, como dice su nombre, quería derribar y arrebatar; sin embargo, leemos en el próximo versículo: “Y lo hirió Israel a filo de espada, y tomó su tierra”.

Hijo de Dios, “el Sehón de este mundo” quiere ponerse en tu camino y cerrarte la entrada a la plenitud del Señor. Pero este derribador es vencido en el nombre de Jesús, quien dice: “Yo he vencido al mundo”. Y a Og, imagen de nuestro Yo gigante de cuello largo, que una y otra vez nos causa problemas, le pasó lo mismo: “Y salió contra ellos Og rey de Basán, él y todo su pueblo, para pelear en Edrei. Entonces Jehová dijo a Moisés: No le tengas miedo, poque en tu mano lo he entregado, a él y a todo su pueblo, y a su tierra; y harás de él como hiciste de Sehón rey de los amorreos, que habitaba en Hesbón. E hirieron a él y a sus hijos, y a toda su gente, sin que le quedara uno, y se apoderaron de su tierra”.

¡Alabado sea el Señor por la victoria que hay en Su nombre para ti y para mí! No nos detengamos en los límites, sino entremos en la tierra maravillosa, donde fluye leche y miel; la tierra de la comunión de vida con el Padre y el Hijo. Sehón y Og quieren hacer de nosotros habitantes de la frontera, pero “el mundo” y “el Yo” han sido derrotados por Jesús.

Vamos resumiendo:

Mientras que nos conviene apartarnos de los hermanos tibios sin pelear contra ellos, tal como Israel se apartó de sus hermanos edomitas, no tenemos que evadir al mundo ni al Yo, sino derribarlos en el nombre de Jesús. ¡La victoria es de los que tienen fe!

Pero ahora nos encontramos aún con otro peligroso y alevoso enemigo interno, que quiere impedir la entrada a la plenitud de Canaán. Este enemigo es nuestra propia carne, cómoda y perezosa, que vemos ilustrada en el ejemplo de las tribus Rubén y Gad. Pues estas le dicen a Moisés:

“…si hallamos gracia en tus ojos, dése esta tierra a tus siervos en heredad, y no nos hagas pasar el Jordán. Y respondió Moisés a los hijos de Gad y a los hijos de Rubén: ¿Irán vuestros hermanos a la guerra, y vosotros os quedaréis aquí? ¿Y por qué desanimáis a los hijos de Israel, para que no pasen a la tierra que les ha dado Jehová?” (Números 32:5-7).

Rubén y Gad atravesaron las diferentes etapas y luchas junto a las demás tribus israelitas – y ¡ahora no quieren más!

¿Por qué dejan de luchar tan cerca de la plenitud, poco antes de llegar a la meta?

En el versículo 9 leemos que “desalentaron a los hijos de Israel para que no viniesen a la tierra que Jehová les había dado”. En otras palabras, les están diciendo: Ya no sigan adelante. Ya basta. Contentémonos con lo que hemos alcanzado.

En mi imaginación veo delante de mí miles de rubenitas y gaditas, que desalientan los corazones del pueblo de Dios, que dicen a sus hermanos:

  • ¿Por qué ir por más? Dios los bendijo, les dio victorias, contentémonos con esto.

Y se detienen en el umbral de la plenitud, delante del río Jordán.

¿Saben cuál fue la verdadera causa por la cual Rubén y Gad no querían cruzar el río? Muchos de mis oyentes conocen la historia de la entrada de Israel a la Tierra Prometida en Josué 4. Las aguas del río Jordán se detuvieron y todo el pueblo de Israel cruzó. En ese momento dejaron detrás de ellos la vieja vida de desierto, pues algo nuevo comenzaría en Canaán.

Consciente o inconscientemente, Rubén y Gad se resistieron a dejar su vieja vida en el río Jordán, que es una imagen de la muerte, y a entregar lo último de sí mismos. Y esta es la razón por la cual hay tantos “rubenitas” y “gaditas” en nuestro medio, que a pesar de todas las bendiciones y victorias se dejan paralizar por una terrible pereza, porque no quieren despojarse de su viejo hombre, no quieren morir con Jesús.

¿Eres tú uno así? Entonces eres un enemigo interno camuflado. Te pido de corazón: ¡arrepiéntete hoy mismo! No sigas desalentando los corazones de los hermanos que quieren seguir adelante hasta la plenitud que Dios les quiere dar.

Crucemos juntos el río Jordán, el río de la muerte, como lo hizo el apóstol Pablo, que testificó: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.”

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