Autor: J. Warner Wallace
Usualmente como cristianos, se nos pregunta cómo sabemos que el Nuevo Testamento es autentico. Este programa es el inicio de un estudio especifico y claro que estaremos recorriendo en los programas siguientes. Existe gran cantidad de información con que la Biblia se defiende a sí misma.
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PE3097 – La Biblia se defiende a sí misma (1ª parte)
Querido amigo, quiero que me acompañes en una apasionante investigación. Sabemos que hay acusaciones de algunos críticos y estudiosos, que aseveran que los Evangelios no fueron escritos por testigos y, por tanto, no serían fiables.
Uno de ellos, Bart Ehrman, profesor de estudios religiosos y autor del libro en inglés: “Jesús interrumpido”, escribe:
“¿Por qué la tumba estaba supuestamente vacía? Digo ‘supuestamente’ porque sinceramente no sé si lo estaba. El primer lugar donde se menciona la tumba vacía de Jesús es en el Evangelio de Marcos, que fue escrito cuarenta años después por alguien que vivía en otro país y solo había oído que estaba vacía. ¿Cómo podía saberlo?”
Otro erudito, Geza Vermes escribió:
“El así llamado Evangelio de Juan es una obra extraordinaria y demuestra la teología altamente desarrollada de un autor cristiano que vivió tres generaciones después de Jesús”.
Y el historiador Charles Burlingame Waite añade: “Nunca se descubrió ninguna obra de arte de ningún tipo, ni pintura, ni grabado, ni escultura, ni ninguna otra reliquia de la antigüedad que se considerara una prueba adicional de la existencia de estos Evangelios y que datara de antes de la segunda mitad del siglo II”.
Antes de ser cristiano, yo aceptaba ese tipo afirmaciones de gente como Ehrman, Vermes y Waite. Incluso hacía afirmaciones similares cuando discutía con amigos y colegas cristianos entendidos en el tema (aunque las mías eran mucho menos elocuentes). Al igual que los escépticos que cité, tendía a descalificar los Evangelios como narraciones tardías. Pensaba que eran relatos mitológicos escritos mucho después de que todos los testigos reales hubieran muerto. Se escribieron después y, por tanto, eran mentira.
A principios de los años noventa, trabajaba como investigador de policía, investigando robos efectuados por pandillas. Hubo un caso en que se habían apuñalado mutuamente dos miembros de dos bandas rivales. No era fácil determinar cuál de los dos pandilleros era la víctima, ya que ambos estaban bastante malheridos y ningún testigo estaba dispuesto a contarnos lo que había ocurrido de verdad. Llevaba trabajando cerca de un año en el caso, cuando una mujer joven me llamó diciéndome que ella podía testificar y estaba dispuesta a dar información sobre todo lo que había ocurrido. Me contó que estuvo trabajando en el ejército durante todo el año anterior y que por ello no se había enterado de que el caso aún no había sido resuelto. Después de indagar un poco más, resultó que esta “testigo ocular” era prima de uno de los miembros de la banda. Tras una larga conversación con ella, finalmente admitió que había estado en otra provincia en el momento del apuñalamiento. De hecho, no se había enterado de lo ocurrido hasta una semana antes de nuestro contacto. Mintió para implicar al miembro de la banda rival y proteger a su primo. Está claro que inventó su historia mucho después de los hechos para lograr su objetivo. Y tan solo por el hecho de que no estaba presente cuando se produjo el crimen, no me servía como testigo.
Como escéptico, creía que los Evangelios fueron escritos en el siglo II, y que, por lo tanto, carecían de valor. Pues no eran relatos de testigos oculares. Era así de sencillo.
Al igual que los eruditos incrédulos, creía que los Evangelios, fueron escritos mucho más cerca del tiempo del establecimiento del cristianismo como religión oficial en el Imperio Romano que de la vida de Jesús.
Y pensaba tener buenas razones para dudar de que los autores hubieran visto realmente a Jesús con sus propios ojos como dice 1 Juan 1:1-3.
Lo que no sabía es que hay varias buenas razones para creer que los escritores de los Evangelios se sitúan en el lado izquierdo de la línea de tiempo, es decir cerca de los hechos. Cuanto más examinaba las pruebas, más claro me parecía que los Evangelios se escribieron en una época lo suficientemente temprana como para ser tomados en serio como relatos de testigos oculares. Echemos un vistazo a las pruebas.
En primer lugar, el Nuevo Testamento no describe la destrucción del Templo.
Hablemos del que posiblemente sea el acontecimiento histórico judío más significativo del siglo I: la destrucción del Templo. En Jerusalén en el año 70 d.C. y en respuesta a la revuelta judía del año 66 d.C., Roma envió un ejército a Jerusalén. El ejército romano dirigido por el general Tito destruyó finalmente el Templo en el año 70 d.C., tal como Jesús había predicho en Mateo 24:1-3 cuando dijo: “De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada”. Uno pensaría que este importante cumplimiento se incluiría en el registro del Nuevo Testamento, especialmente porque confirma la predicción de Jesús. Pero ningún relato de los Evangelios describe la destrucción del Templo. Ni tampoco las cartas mencionan este acontecimiento, aunque hay muchos lugares en los que la descripción de la destrucción habría ayudado a reforzar un argumento teológico o histórico.
Otra cuestión a tener en cuenta es que, el Nuevo Testamento no describe el asedio de Jerusalén.
Incluso antes de la destrucción del Templo, la ciudad de Jerusalén fue atacada. Tito rodeó la ciudad con cuatro grandes unidades de soldados y finalmente atravesó la “tercera muralla” de la ciudad con un ariete. Tras largas batallas y escaramuzas, los soldados romanos finalmente incendiaron las murallas de la ciudad, lo que también destruyó el Templo. Este asedio de tres años no se menciona en ningún documento del Nuevo Testamento, a pesar de que los escritores de los Evangelios, hablando del tema del sufrimiento, muy bien podrían haberse referido al padecimiento causado por este ataque.
Un tercer punto a favor es que Lucas no dijo nada sobre la muerte de Pablo y Pedro.
Años antes del asedio de Jerusalén y de la destrucción del Templo, tuvieron lugar otros acontecimientos importantes para la comunidad cristiana. En el año 64 d.C., el apóstol Pablo murió martirizado en Roma, y Pedro murió poco después, en el año 65 d.C. Aunque Lucas informó detalladamente sobre Pablo y Pedro en el libro de los Hechos de los apóstoles, no menciona nada sobre sus muertes. Al final del libro de Hechos, Pablo seguía vivo y bajo arresto domiciliario en Roma.
Y con Lucas encontramos un cuarto hecho y es que él no dijo nada sobre la muerte de Jacobo.
En Hechos de los apóstoles, Lucas menciona a otro personaje importante de la historia cristiana. Jacobo el hermano de Jesús se convirtió en el líder de la iglesia de Jerusalén. Murió como mártir en Jerusalén en el año 62 d.C., pero al igual que las muertes de Pablo y Pedro, su ejecución no aparece en el relato bíblico, aunque Lucas sí menciona las muertes de Esteban y de Jacobo, el hermano de Juan.
Una quinta razón a favor es que el Evangelio de Lucas es más antiguo que el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles y el Evangelio de Lucas. Estos dos textos contienen introducciones que los unen en la historia. En la introducción a los Hechos, Lucas escribió: “En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido”. Esto deja claro que el Evangelio de Lucas (su “primer tratado”) fue escrito antes que los Hechos de los Apóstoles.
Como sexto punto de respaldo tenemos que Pablo cita el Evangelio de Lucas en su carta a Timoteo
Cuando Pablo escribió su primera carta a Timoteo, el Evangelio de Lucas parecía ampliamente conocido alrededor de 63-64 d.C.
Veamos lo que escribe en 1 Timoteo 5:17-18:
“Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario”.
Pablo citó estos dos pasajes de la “Escritura”: uno del Antiguo Testamento y otro del Nuevo Testamento. “No pondrás bozal al buey que trilla” es de Deuteronomio 25:4, y “Digno es el obrero de su salario” de Lucas 10:7, lo que deja claro que el Evangelio de Lucas ya era ampliamente conocido y aceptado como parte de las Escrituras cuando Pablo escribió esta carta.
La Biblia se defiende a sí misma